El casamiento, de Cintia Miraglia
Sofía Alemán
Hace unos años, en una de las conversaciones entre especialistas en el I Congreso Internacional Witold Gombrowicz, hubo un momento en el que no se llegó a ningún acuerdo. Que sí, que no y seguimos sin saber si Gombrowicz fue a ver mucho teatro, poco o nada. Más allá de las hipótesis, una cosa no quita la otra; WG escribió tres piezas dramáticas: Yvonne, princesa de Borgoña, Opereta y El casamiento, que se estrenó hace pocas semanas en El Extranjero.
Que la puesta sea en esa sala parece adrede, una suerte de guiño. WG, en la edición de El casamiento, comenta que la Forma nace de la interrelación entre los hombres y que a ella se supeditan. El elenco de esta versión, dirigido por Cintia Miraglia, hace suyas las intenciones gombrowiczianas y aporta las propias: en «El casamiento» todo es un sueño y la vida no es sueño. Enrique vuelve de la guerra y se topa con su casa convertida en una taberna de mala muerte; allí se encuentra con su amigo Pepe -su único interlocutor “lúcido”-, sus padres, su novia Maritucha y algunos Borrachos habitando la decadencia. Enrique proclamará rey a su padre, lo destituirá y se autocoronará para restablecer su pasado. ¿Qué pasa mientras tanto? El juego de la representación, el de romper con cualquier indicio de realismo para dejar en evidencia el artificio y bien en claro que todo es una construcción.
El texto de esta obra viene cargado con el riesgo de hacer sonar palabras como si estuvieran hechas para ser gastadas. Enrique habla y el resto repite a coro frases sueltas, lo dejan en soledad, y en ese contraste entre la individualidad y lo externo resuena el absurdo. Enrique mira al público y le manifiesta lo ridículo que es estar dirigiéndose a alguien que él mismo se puede estar imaginando o que puede hacer desaparecer en cualquier momento. Y pasan dos cosas: el pacto entre ambos sigue intacto y sucede el precioso acierto de la dirección y del elenco: la palabra no pasa desapercibida y el texto se luce. (No es que todo esto sean loas a un teatro de texto, todo lo contrario, «El casamiento» puede ser un pelotazo en la cara si no hay acción e imágenes, cuerpos y vínculos desarrollados a fondo).
La escenografía, la música, el diseño de iluminación y el vestuario nos plantan en un sueño amarronado, quejumbroso. Mucha olla de lata y metal abollado, violín, guitarra y acordeón -ejecutados por los mismos intérpretes-, melodías visibles de tamborileos de dedos y juegos entre cuerpos, más los bellísimos cantos de Maritucha, le marcan un ritmo muy dinámico a la obra. La pareja que interpreta a los padres es un lujo (el padre está personificado por Hugo Dezillio, quien se entrega a Gombrowicz por tercera vez, y la rompe) y causa mucha gracia en un panorama miserable de posguerra. Con tremenda precisión, el Borracho pasa de un estado o personaje a otro distinto, con solo mover una pierna o revolear un dedo, un dedo que puede amenazar, señalar, iniciar alta traición o incluso destituir a un rey para que otro pueda tener su propio casamiento.
¡Harto recomendada!
Domingos, 18 h, Teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378 – CABA).
Actúan: Mónica Driollet, Hugo Dezillio, Hernán Lewkowicz, Mariano Bassi, María Colloca, Víctor Salvatore y Luciano Nobati.
Producción: Natalia Gauna.
Dirección: Cintia Miraglia.
Asistente de dirección: Francisco Barceló.
Escenografía: José Escobar.
Música original: Daniel Quintás.
Iluminación: Cristian Domini. V
estuario: Cintia Miraglia.
Diseño gráfico: Clara Frías.
Supervisión artística: Gabriel Guz.
Prensa: Silvina Pizarro