El escritor al que todos llamaban Dipi

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El escritor al que todos llamaban Dipi

Jorge “Dipi” Di Paola fue amigo y discípulo tandilense de Gombrowicz. Su vida fue rara como su obra: fue fotógrafo, periodista cultural y tuvo un programa de televisión sobre ciencia; desafió a luchar a Carlos Monzón en una nota que tituló “La primera vez que Monzón se rindió ante un supermosca”. Un recorrido de su vida y su obra se puede leer en esta nota de Ezequiel Alemian para la edición de la revista Ñ del 05/02/2013, que pueden encontrar acá mismo o siguiendo el link:

http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Jorge-Di-Paola-Dipi-Minga_0_858514165.html

DIPI (1)

 

Nació en la Navidad de 1940, producto de un pequeño escándalo de ciudad chica, porque su padre, dueño de la principal farmacia de Tandil, se había casado con una joven judía en contra de la voluntad de sus suegros. Durante muchos años firmó con el apellido compuesto de padre y madre: Jorge Di Paola Levin, pero los amigos siempre lo llamaron Dipi.

Hijo único, le interesó todo: la química, el teatro, la astronomía, la escritura, el aeromodelismo, el arte. Sus primeras experiencias literarias las compartió con Néstor Tirri. Al terminar el secundario viajó a La Plata para hacer estudios universitarios. En La Plata conoció a uno de los amigos de toda la vida: Ricardo Piglia. Pero la universidad y su método no lograron retenerlo, y Di Paola regresó a su ciudad natal.

Ahí hizo el servicio militar, donde fue compañero de Víctor Grippo. Grippo ganó entonces un concurso municipal de pintura, con un cuadro cubista que indignó a muchos tandilenses. Di Paola fue el único que salió a defenderlo.

Obligado por sus problemas pulmonares, en 1958, Witold Gombrowicz pasó su primera temporada en Tandil. En el bar donde paraba se presentaron una tarde cinco poetas jóvenes, que sólo sabían de él que era un escritor extranjero. Le preguntaron el nombre y Gombrowicz lo escribió en una servilleta. “Muy difícil para criollitos”, los desafió. Pero uno le retrucó de inmediato: ¡Ferdydurke!, le dijo. Era Di Paola.

Fascinado con el título del libro, había leído la novela de inmediato, unos meses antes, cuando el responsable de la biblioteca pública de Tandil ingresó un ejemplar de la primera edición, publicada por José Luis Romero y Jorge Romero Brest, que había comprado en Buenos Aires, en mesa de saldos.

Gombrowicz pasaba los veranos en Tandil y en invierno vivía en Buenos Aires. Di Paola lo visitaba seguido en su habitación de la calle Venezuela. Hicieron juntos varios viajes a Montevideo. Gracias a la influencia de Gombrowicz, algunos de los primeros cuentos de Di Paola fueron traducidos y publicados en revistas francesas y polacas.

“La estética de Gombrowicz me importaba menos que su influencia ética, y las frecuentes profecías del Diario siempre me maravillaron. Es el libro que más recomiendo”, le dijo a Jorge Hardmeier en una entrevista.

Di Paola es uno de los cuatro “discípulos” que recuerdan a Gombrowicz en la película de Alberto Fischerman Gombrowicz o la seducción. Los otros son Mariano Betelú, Alejandro Russovich y Juan Carlos Gómez.

Fue con un prólogo del polaco y dibujos de Betelú que Di Paola publicó en 1963, en La Plata, su primer libro, una obra de teatro titulada Hernán. Poema dramático en cinco cuadros. Gombrowicz regresó a Europa en 1966. Si hasta entonces Di Paola vivía de hijo, en ese momento se casa y se muda a Buenos Aires, donde tiene una hija y empieza a hacer periodismo.

Conocía a Osvaldo Soriano, que había vivido en Tandil un tiempo. En Buenos Aires se encontraban a escribir en los bares de Plaza Dorrego. Cuando Soriano estaba por concluir Triste, solitario y final, su primera novela, le pidió consejo a Di Paola, porque no podía terminar el relato. “La novela ya la terminaste y no te diste cuenta”, le contestó Di Paola. “Escribiste un capítulo y medio de más”. Soriano sacó esas páginas y así publicó el libro.

Miguel Briante fue su gran compañero en la vida de las redacciones, que transcurría más en los bares y en los restaurantes que frente a una máquina de escribir. Di Paola tuvo una larga carrera como periodista, primero en publicaciones como Panorama, Confirmado y La Opinión, y luego en El Porteño, junto con Gabriel Levinas y el mismo Briante. Aprovechó la profesión para viajar mucho; durante los años del proceso llevaba noticias a los exiliados. Tuvo una relación estrecha con María Moreno. La historia de algunas de sus notas forma parte de la mitología. Que vivió tres meses en la isla donde transcurre Robinson Crusoe y se perdió en un bote en el Pacífico. Que fue a entrevistar a Carlos Monzón, discutieron y él quiso pegarle. Pero Monzón se negó a luchar, y Di Paola tituló la nota: “La primera vez que Monzón se rindió ante un supermosca”.

Las crónicas que hizo, dos décadas más tarde, de algunos de esos viajes, están entre sus textos más extraordinarios. Como ser “Bobby Aizemberg bajo el ala de Tatline”, que escribió para Ramona en 2002, recordando un viaje a París que había hecho en 1979, o la memoria de la entrevista que ese mismo año le hizo en Polonia a Stanislaw Lem, escrita para Perfil para la muerte de Lem, en 2006.

“Di Paola fue un pionero de las formas del periodismo cultural que practicamos. Un periodismo narrativo, largo, con mucha opinión y narración. El estilo de tapas que hacía en El Porteño anticipa lo que después serán las tapas de Página 12”, señala Rafael Cippolini, que conoció a Di Paola en 1985.

Dipi también fue fotógrafo. De hecho, uno de los trabajos más redituables que tuvo en su vida laboral fue el de hacer fotonovelas para Sandro.
Once años después de su primer libro, en 1974, Di Paola publica el segundo: los cuentos de La virginidad es un tigre de papel, editado por Daniel Divinsky en De la Flor. La contratapa está escrita por uno de los periodistas argentinos más emblemáticos de ese momento: Enrique Raab.

“Los amigos de Jorge Di Paola no se sorprenden de que él haya elegido el cuento como paso inicial de su oficio de escritor. Basta oirlo hablar: afecto a las formulaciones breves, suele rematarlas con una sola palabra que valoriza –o se burla– las parcas palabras anteriores. Agobiado por enfermedades psicosomáticas, casi siempre achacoso de un pie, un hombro, una cadera. Di Paola sabe muy bien que esas incomodidades son su manera, muy simpática, de canalizar la angustia. No quiero pasar por ingenuo: no estoy proponiendo que la producción de un escritor deba parecerse, a la fuerza, a la imagen que de él conocen sus amigos. Dipi es breve y sorprendente y varios de los cuentos de La virginidad es un tigre de papel son también breves y sorprendentes”, escribió Raab.

Di Paola era descontrolado y desordenado con las comidas y bebía a ritmo constante. Empezó a tener problemas de salud, aunque no era propenso a consultar a los médicos. Se separó de su primera mujer. Más tarde, con otra, tendría una segunda hija. “Siempre estaba rodeado de mujeres hermosas, intensas y divinas. Los hombres nunca entendieron qué le veían las chicas. Y lo más genial es que a Dipi le parecía natural que esas mujeres estupendas gustaran de él”, recuerda Kiwi Sainz, que vivió “bajo el signo de Dipi” desde que lo conoció, en 1988.

Con la muerte del padre, Di Paola regresó a Tandil, a vivir con su madre en un amplio departamento con vistas que había pertenecido al futbolista Vicente Pernía. Otros de los tandilenses con los que mantuvo amistad fueron Víctor Laplace, René Lavand, Paolo El Roquero y Facundo Cabral. Al principio, iba y venía continuamente entre Buenos Aires y Tandil. En Buenos Aires paraba en el departamento de Sergio Bizzio, al que había conocido en el bar La Paz, junto con Daniel Guebel, o en el de Roberto Jacoby, que una vez le quemó parcialmente, por un accidente en la cocina.

Cocinando era un químico. Sabía mucho de yuyos. A los amigos que les dolía la cabeza les recomendaba un café chico, sólo, sin azúcar, con limón. Era infalible. Nunca dejaba de visitar a Norberto Gómez y a su mujer.

Otra literatura

Su novela Minga!, ahora reeditada por Piglia en la Serie del Recienvenido, fue escrita en ese vaivén geográfico, y muy leída por sus pares, antes de ser finalmente publicada, en 1987, gracias en parte a la tenacidad de Divinsky. Di Paola escribía siempre, pero era muy displicente al momento de publicar. Habían pasado 13 años desde la aparición de su libro de cuentos. En la revista Fin de Siglo, César Aira se encargó de reseñar Minga! Una frase de esta reseña: “Otra literatura” se utilizó como principal publicidad de la novela. A Cippolini, Di Paola le dijo que su intención al escribir el libro había sido la de convertir la física contemporánea en narración. En ese sentido, la novela sería una poetización de sus lecturas sobre ciencia. Como si fuese una suerte de Bouvard y Pécuchet escrita desde adentro.

Briante y Jacoby presentaron Minga! en la Feria del Libro de 1988. Los originales de la novela Di Paola los metió en una botella de gaseosa que le regaló al coleccionista Gustavo Bruzzone.

Minga! no pasó desapercibida, pero sin embargo su circulación no fue demasiado visible. Eran los años en que empezaban a leerse con mayor intensidad los escritores que Damián Tabarovsky definió como ejemplos de escrituras “de izquierda”: Aira, Fogwill, Héctor Libertella. La obra de Di Paola bien podría ser ubicada en esa misma constelación. El fervor que provocaba su trabajo en algunos de los escritores del “Grupo Shangai”, sobre todo en Bizzio y en Guebel, lo mantendría siempre cercano, presente.

Con la muerte de su madre se acentúa cierto estado de abandono en sus condiciones de vida. Sus amigas más jóvenes, de los secundarios de Tandil, le hacen compañía en el departamento. Lo cuidan. Le pintan con grafitis las paredes de los ambientes. Las estadías de Di Paola en Buenos Aires empiezan a espaciarse. Sus amigos porteños viajan cada vez más seguido a visitarlo a Tandil. Juntan plata para ayudarlo a pagar los servicios, las expensas. Lo invitan a comer.

Cuando Bruzzone lanza la revista Ramona, Di Paola es de la partida. Entre otros, dedica un largo artículo a la obra de Guillermo Iuso. A partir de ese momento comenzará a colaborar de manera estrecha con la Fundación Start, que administraba Ramona y el Proyecto Venus. A instancias de Jacoby, empiezan a escribir de manera conjunta, vía mail, una extensa novela de aventuras que primero se llamó “El congreso de la muerte” y luego, ajustada por Beba Eguía, se publicará en 2004 con el título de Moncada.

Libertella, Cippolini, Ná kar Elliff-ce, Alfredo Prior y él armaron en 2000 el Grupo Delta, que desarrolló un método estadístico que les permitiría a sus integrantes ganar en el casino el dinero suficiente como para comprar y hacerse llevar, cada uno, a su casa, la edición completa de la Enciclopedia Británica. El Grupo había calculado con exactitud el momento en que cada uno de los fletes llegaría a destino con la preciada enciclopedia, pero nunca llevó su teoría a la práctica.

Di Paola se postuló como candidato a intendente de Tandil. Después de darle vueltas al asunto, llegó a la conclusión de que sin la ayuda de la magia no podría resolver las necesidades de la gente. Hizo entonces una serie de varitas mágicas: pequeñas ramas que levantaba del parque municipal, y a las que agregaba detalles mínimos. Una muestra de esas varitas se hizo en Belleza y Felicidad, en 2002. Había muerto el cuartetero cordobés Rodrigo, y el día de la inauguración se presentó con una remera negra con una foto del cantante.

Con su amigo el físico Jorge Pouzzo tenían un programa de televisión en el que pasaban capítulos de la serie Cosmos, de Carl Sagan, y debatían al aire los alcances de las teorías expuestas.

2001 fue el año en que publicó El arte del espectáculo, un magnífico libro de relatos breves, de diferentes épocas de su vida, que Cippolini lo impulsó a armar. En 2003 fue el gran homenajeado de la Bienal Venus, que se hizo en Tandil en su honor, en el hostel de su amigo Sergio Gutiérrez, y a la que los venusinos viajaron en un “tren del amor”. Ya no volvería a Buenos Aires. Su afán escriturario se había trasladado a los extensos y constantes correos electrónicos que enviaba. Desde siempre, pasaba mucho tiempo escuchando la radio, y le gustaba mirar televisión de aire.

En 2004 su salud sufrió una recaída importante. Un año después fue su ciudad la que lo agasajó con un homenaje, al que fueron especialmente invitados a hablar Guebel, Eduardo Montes Bradley y Bizzio, que leyó unas “Notas para un homenaje a Dipi Di Paola”, muy recordadas.

En su libro Mis escritores muertos, Guebel narra las correrías que hicieron por Tandil durante esos días. Inés Acevedo dedica uno de los capítulos de su autobiografía, Una idea genial, a la relación sentimental que mantuvo con Di Paola. Sergio Bellotti filmó un documental sobre Di Paola: Las memorias del Dr. Alzheimer, se llama. Lucio Arrillaga preparó una antología de las mejores reseñas periodísticas de Di Paola, que permanece inédita. A la página www.ramona.org.ar/node/14810/ Kiwi Sainz subió fragmentos de las novelas inéditas de Dipi, así como algunos de los cuentos porno y unos elogiados poemas que escribió durante su último tiempo.

Temperamental como un adolescente, sabio como un viejo, muy simpático y malhumorado, de modos aristocráticos, Jorge Di Paola murió el 23 de abril de 2007, a los 66 años de edad.

Al cumplirse el tercer aniversario de su deceso, sus amigos se encontraron en el cementerio parque El Paraíso, donde le colocaron una lápida con la forma de una teja tallada en mármol blanco, diseñada por Cristian Segura. Es la misma teja con que se abre Minga!; desprendida y llevada por el viento, decapita a uno de los personajes y marca a fuego la dinámica de lo imprevisto que recorre toda la obra de Dipi.