Todos por Gombrowicz, contra los poetas y la forma

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Todos por Gombrowicz, contra los poetas y la forma

Guillermo Meresman vive en Oro Verde, Entre Ríos, es autor, docente y amigo de Alejandro Rússovich. Hace unos días nos hizo llegar una postal que le mandó Rússovich y una nota que escribió para El Diario de Paraná. El artículo, publicado en 2004 a propósito del centenario de Gombrowicz, reseña su presencia en Rosario y un evento ferdydurkista que tuvo lugar allá por 1993. Desde acá pueden leer la nota y ver una imagen de la postal original:

postal de rússovich

Mañana, el 4 de agosto, se cumplirán cien años del nacimiento del escritor polaco Witold Gombrowicz, autor radicado durante casi cuarta centuria en Buenos Aires, y que falleciera en Vences, a los 65 años de edad. En su Autobiografía sucinta, apuntó que lo hizo en el señorío de Maloszyce, propiedad de su padre, situado a 200 kilómetros al sur de Varsovia.

Ubicado a la vanguardia de su tiempo aunque en cierto sentido al contrario de la dirección tomada por la civilización de su época, su obra literaria ha sido considerada un valioso aporte al patrimonio de las literaturas marginales del siglo pasado. Años más joven que don Juan Filloy, es lamentable que no llegaran a frecuentarse, ya que ambos estaban de hecho transitando una ruta semejante desde los años ’30.

Desde Córdoba, don Juan Filloy supo que en Europa ambos nombres habían sido asociados con la aparición de la traducción de su novela Op Oloop. En uno de los envíos que nos hizo con algunos de sus títulos, adjuntó la página “en neerlandés” de la crítica de Peter Venmans aparecida en el diario belga Der Morgen en ocasión del éxito editorial de esta novela que fue una bocanada de aire fresco para las letras del país.

Relaciones

Ese texto llevó también un destino extraño: traducido por un amigo de un amigo, finalmente fue publicado en el suplemento Radar del matutino Página 12 dos años antes de su muerte. Allí Venmans afirma que “ni Gombrowicz ni Filloy son escritores realistas. Ambos comparten el duelo filosófico entre el ensayo por un lado, y el drama por el otro. El contenido del duelo trata de acercarse a una precisa consideración del mundo donde las armas son literarias”.

Y también sostiene, relacionándolos con los autores de la tradición rupturista de la vieja Europa (aquellos “cabezas de tormenta” que definiera Bretón), que “Filloy, al igual que Gombrowicz, es el director de una representación circense de acróbatas y payasos. Los artistas nos entregan sus bromas y piruetas de un modo visceral. Nos conmueven con un lirismo que no desdeña el horror y el humor filosófico, y lo hacen de una manera indirecta, equívoca.”

Otras muecas

A fines de los ’80 eran pocos los lectores de Gombrowicz. Muchos llegamos a él gracias a la mención que hace Julio Cortázar en Rayuela, aunque por entonces algunos ya habíamos podido disfrutar de la puesta en escena de Ivonne, princesa de Borgoña, que Carlos Falco había estrenado en Santa Fe con algunos actores de su estudio.

Luego vinieron esa maravillosa novela gótica que es Los hechizados, y más tarde Ferdydurke, y entonces nuestro pacto se selló como un gesto. Los libros pasaban de mano en mano por Rosario, entre los fieles y herejes, mientras hacíamos tiempo para conseguir en algún sótano o en espera de las reediciones, los otros pocos títulos disponibles en el país. Aún no habíamos leído a Jan Kott, el crítico que en la revista madrileña El Urogallo (1991) había profundizado sobre algunos aspectos de la obra del polaco, y que recogía sus propias experiencias en la Varsovia ocupada de 1943.

En el artículo, en el que se descubrían los orígenes rabelaisanos en algunas concepciones y fragmentos de Gombrowicz, se exponía el interés por el problema de la cara y la máscara, en la tradición común del teatro de Molière y los ceremoniales de Genet. En esos contrarrituales grotescos, en esas distorsiones y burlas mutuas del simulacro, los actores crean sus papeles sociales.

“Para Gombrowicz ser alguien significa ser hinchado por la forma, y por lo tanto deformado”, dice Kott. En otras palabras, ser alguien equivalía a ser alguien o algo, distinto o inauténtico.

Miradas con el Pato

Gombrowicz tiene desde hace más de diez años, un puñado de fervorosos seguidores ferdydurkistas en Paraná. Junto a ellos, y con ilustres visitantes ahora desperdigados por el amplio mundo, se organizó en 1993 en La Hendija, una proyección de la película de Alberto Fischerman y una conversación con el profesor de la UBA, Alejandro Rússovich.

Nos sacamos fotos con el Pato Sirirí y junto a la estatua de mármol de la Adonis del Parque, acaso para extender entre nosotros los gestos adolescentes de sus novelas. Los compañeros del Taller de Literatura que por ese entonces coordinaba, y desde el que organizamos la proyección, me habían regalado, con una memorable dedicatoria, las Peregrinaciones argentinas. En ellas, esta capital provincial no es nombrada, pero sí el río Paraná y la pueblerina Rosario “la más fea de las grandes ciudades de Argentina”.

“Cada país tiene su monstruo”, dejó escrito Gombrowicz allí, a modo quizás de advertencia. “En Rosario a cada paso se puede ver al monstruo representativo de Argentina; éste será un tipo regordete, mofletudo, de mejillas rubicundas y brillantes, un bigote negro de tenor, el pelo engomado, ojos sensuales, con un reloj, un anillo, de elocuencia fácil y abundante, de una familiaridad y cordialidad afectadas, que aspira la sopa, se hurga los dientes con un palillo y está encantado consigo mismo…”.