Ferdydurke, de Witold Gombrowicz
Encontramos en lecturas errantes una muy buena reseña sobre Ferdydurke por Lluís Salvador, que para el final de texto compara la traducción directa del polaco con la argentina.
http://lecturaserrantes.blogspot.com.es/2009/10/ferdydurke-de-witold-gombrowicz.html
¿Surrealismo? ¿Abstracto? ¿Dadá? El lector tiene la impresión de que Ferdydurke es todo esto sin encuadrarse en ningún movimiento, alcanzando sus objetivos (que los tiene) sin adscribirse a ningún esquema formal concreto. Si creemos lo que Sławomirski tiene que decir, esta novela nació del orgullo herido de un joven autor humillado por la crítica incompetente y tenía que ser, de entrada, un ensayo sobre la falacia de los criterios estéticos que se suelen aplicar a la literatura. Pronto, sin embargo, se convirtió en una alegoría divertidísima.
¿Alegoría de qué? Pues de la posición del individuo frente a la sociedad que lo quiere con determinadas actitudes, todas, más que infantiles, infantilizadas; poses que en el fondo son ridículas, arbitrarias, pero que por su mera puerilidad uniformizan, dominan, domestican al individuo y su creatividad.
Sławomirski define la obra de Gombrowicz como existencialista, en el existencialismo que hubiera podido ser si no se hubiera infiltrado en él los postulados marxistas.
Pero, en el fondo, todo ello no es sino un mero intento reduccionista de justificar lo que no se justifica más que por sí mismo, de probar a encajar una obra en algún ismo, en una tradición. El hecho es que Ferdydurke no se parece a nada ni se puede encuadrar en ningún sitio, por mucho que algunos de sus recursos fueran o hayan sido utilizados por alguna tendencia artística.
Es inútil describir el argumento de Ferdydurke. Como buena alegoría (y hay que apresurarse a decir que, aunque el género ha sido denostado hasta su desaparición, ésta es una alegoría imprescindible en su forma: no hubiera sido posible ejecutar el discurso de Ferdydurke de otra manera), como buena alegoría, decía, su función simbólica es multiforme y, pese a transmitir unos conceptos claros, estos son variables y alcanzan diversos niveles dependiendo de múltiples factores, no siendo el menos importante aquel que el propio lector aporte en su interacción con la obra. Como buen símbolo, se retrotrae a sí misma y se convierte en símbolo incluso de sí y de novela de novelas, de su autor y de la creación literaria.
Es una obra en la que nada es azaroso, una en la que saltarse un párrafo significa perderse algo, obviar un concepto, prescindir de una actitud, sustraerse a una pequeña declaración de principios que ayuda a conformar una mayor. Ferdydurke, pese a todo, es una alegoría divertida pero profunda, un discurso sobre el arte, la creación, las modas, el conformismo, la rebeldía, la originalidad, la sociedad.
Pocas novelas llevan carga semejante, y muy pocas la llevan con tanta elegancia, naturalidad, valentía y transgresión.
Unas palabras sobre la traducción. He leído esta vez la versión catalana, traducida directamente del polaco. La versión castellana tiene una historia famosa detrás, que consiste en que, durante la estancia de Gombrowicz en Buenos Aires, un grupo de escritores hispanoamericanos, encabezados por el cubano Virgilio Piñera (y no Pineira, como dice Gombrowicz en sus diarios) iniciaron una curiosa labor de traducción. Los hipanoamericanos no sabían polaco. Gombrowicz, apenas el castellano. Sobre esta “traducción” oral de Gombrowicz, los hispanos (cuyo número fue creciendo, convirtiéndose en un auténtico círculo de aficionados) compusieron la versión castellana. Para hacer corta una larga historia, Ferdydurke se tradujo, sí, pero en una versión que presenta unas diferencias tan grandes con la original (sin dejar de ser una versión autorizada y casi reescrita por el propio Gombrowicz) que constituye en realidad otro libro. Semejante pero distinto. Otro pero el mismo. Mis recuerdos comparativos entre ambas versiones son lo bastante nítidos como para decir que leído uno no se ha leído el otro. Dicho esto, no hay motivo para preferir una versión por encima de la otra. Ambas son obras de Gombrowicz, ambas son buenas que leer, pese a (o precisamente porque) no ser obras diferentes.