El caos y la forma
Cosmos es la última novela de Gombrowicz. Empezó a escribirla en 1963, todavía en Argentina, y en 1967, dos años antes de su muerte, le valió el Premio Formentor, que en su primera edición ganaron Borges y Beckett. Por acá les dejamos una reseña de la novela, que tomamos de la página Mágicas ruinas:
http://www.magicasruinas.com.ar/literatura/comentarios-libros-gombrowicz.htm
El mismo Gombrowicz sonreiría ante la paradoja. Él, que tanto despotricaba contra Borges, abre esta narración con una frase inspirada en su colega argentino. Dice aquí: “¿Qué es una novela policíaca? Un intento por organizar el caos. Por eso mi Cosmos, que me gusta llamar una novela sobre la formación de la realidad, será una especie de novela policial”. En su artículo Sobre Chesterton sostuvo Borges: “No la explicación de lo inexplicable, sino de lo confuso, es la tarea que se imponen por lo común los novelistas policiales”.
Ambas definiciones no son inocentes. Por el contrario, apuntan a un mismo fin: negar toda explicación metafísica. En la novela de intriga, los personajes se enfrentan a una realidad en la que cualquier objeto puede resultar decisivo. El sentido se ubica al fin del camino, no al principio: Cosmos lleva esa actitud hasta el límite.
Dos amigos se encuentran en el campo. Uno abandonó su casa peleado con los padres, el otro aprovecha sus vacaciones para huir de un jefe que lo odia y acosa. Deciden marchar juntos y, en ese momento, descubren un gorrión ahorcado en una rama. La extravagancia los detiene; se preguntan por el sentido de ese episodio azaroso que excede a quienes lo rodean, piedras, árboles, tierra, huellas de ruedas.
La curiosidad no culmina en ellos; a partir de ese instante, transformados en “detectives”, buscan desentrañar el hallazgo y arrastran en la empresa a la familia que los hospeda. La casa entera se les presenta como un aquelarre de signos que los remiten al gorrión. Sus miradas se vuelcan sobre los otros personajes para rastrear allí un indicio, el asomo de una pista que los introduzca en la claridad. Por fin, unos y otros terminan enredados en el juego; lo azaroso se torna causal, como una telaraña que se renueva incesantemente y en la que se debaten sus criaturas.
Pero si Cosmos es genial, es porque en ella Gombrowicz logra unificar las líneas de Ferdydurke y La seducción (sus dos novelas traducidas al español: 1947 y 1968) y resolver literariamente las obsesiones que derramó en el Diario Argentino (1968).
“Novela sobre la formación de la realidad”, así la califica su autor y es cierto, sólo que la palabra formación asume en Cosmos el rostro de un orden aterrador. “Será que la realidad es en esencia obsesiva —divaga en el prólogo—. Dado que nosotros construimos nuestros mundos por asociación de fenómenos, no me sorprendería que en el principio de los tiempos haya habido una asociación gratuita y repetida que fijara una dirección dentro del caos, instaurando un orden.”
Así sucede con el pájaro colgado que se transforma en el hecho movilizador y determinante. Acuciados los personajes por una lógica interna que los obliga a dar cuenta del hallazgo, la realidad se convierte en una prolongación de aquella lógica. La totalidad se repliega y fragmenta. En Cosmos, lo real es despliegue, cantidad, superabundancia y toda idea de sentido, entraña un corte, una impostura. “¿Qué buscaba yo? ¿Qué cosa? ¿Un tono básico? ¿Una melodía conductora, un eje alrededor del cual pudiera yo reconstruir y ordenar las cosas que había vivido en ese sitio? Pero la distracción no sólo mía, sino también la que me llegaba de afuera, de la multiplicidad y abundancia de la trama, me impedía concentrarme en cualquier cosa; un detalle me apartaba de otro, todo era igualmente nimio e importante, me acercaba a las cosas y me alejaba de ellas.”
Es entonces cuando el mundo desbordado se vuelve biombo. No queda sino una salida para huir de la niebla: apelar a la “Forma”, otorgarle un sentido. El acto fortuito deviene aglutinador, acorrala a sus personajes, los obliga a crear más y más significados; todo nuevo hecho será relacionado con el primero, cobrará vida en tanto participe de ese ritmo que impide caer en el desorden una vez más. Así es como se forma una realidad; pero en el arco de estas arbitrariedades queda en suspenso la otra, aquella que remeda al caos original, su violenta y amorfa belleza. Por eso Cosmos es también una prueba trágica: cualquier acto que nace es imposible de ser captado en su fluidez primera. Todo está condenado a la “Forma”, y cada sentido arrastra consigo el gesto de una pérdida, un desesperado anhelo de totalidad siempre asesinado.
Gombrowicz comenzó a escribir Cosmos en la Argentina; en enero y febrero de 1963 se encontraba en Uruguay dándole los toques finales, peleando contra un desenlace “que se negaba a revelarse”. Terminada en Europa, la novela ganó el Prix International de Litterature de 1967, dos años antes de que su autor muriera en Vence, Francia, en el momento en que empezaba a ser reconocido.