GOMBROWICZ ENCUENTRA A MASTRONARDI, Claudia Rosa y Kacper Nowacki

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GOMBROWICZ ENCUENTRA A MASTRONARDI

Claudia Rosa y Kacper Nowacki

Toda amistad entre escritores es sospechosa. Mientras que hablar de escuelas, generaciones, grupos o movimientos resulta un lugar común en la crítica literaria casi necesario para comprender la obra de un autor, hablar de amistades siempre corre el peligro en una interzone, en donde se pone en riesgo el carácter de originalidad y con él el de genialidad. Nuestro trabajo intenta describir con textos de escasa circulación de ambos autores las relaciones textuales que remiten en un sistema de intercitas para tratar de ir desplegándolas.

Las relaciones entre escritores no se muestran como un tabú, pero hay algo de lo innombrable, de un límite que pone la crítica y que atraviesa las charlas, los límites de la amistad literaria. El desdeño de la actitud del dúo (Lafon y Peeters, 2008) se incrementa si esa amistad se torna en posible escritura en colaboración.

Mastronardi-Gombrowicz es a primera vista algo así como la marca de una amistad de esos raros escritores nuevos. Los dos nombres se asocian sin que se sepa exactamente de qué índole fue su amistad. Lo cierto es que el éxito de Gombrowicz tanto en Europa como en América hizo que la obra mastronardiana, una obra personal no desdeñable, sufriera de un relativo escamoteo. Hay un desigual tratamiento en ambas obras que invierte de alguna manera el sentido de la situación inicial de la amistad.

Gombrowicz vino a Buenos Aires en el transatlántico Chrobry el 20 de agosto de 1939 y se quedó hasta el 8 de abril de 1963. Son casi 24 años, precisamente 23 años, 7 meses y 19 días. Sin exagerar se puede decir que Gombrowicz conoció a casi todos los escritores argentinos importantes de su época desde los primeros meses de su estadía en Buenos Aires. Este dato, no por conocido deja de ser relevante, sobre todo cuando se intenta pensar una relación “mítica” como la amistad de dos escritores y dos personalidades tan diferentes como la de Mastronardi y la de Gombrowicz. Ambos se conocieron a muy pocos meses de haber llegado el polaco a Buenos Aires. Ambos dejaron huellas de este encuentro en respectivas obras ensayísticas.

Recuerda Mastronardi:

Hacia 1940 conocí al polaco Witold Gombrowicz, joven lúcido y duro que había llegado al país dos meses antes de ser invadida su patria por las tropas alemanas. Conservo la imagen de un hombre rubio, sanguíneo, de facciones regulares y de frente anchurosa. Escritor de cuentos y novelas, cultivaba cierto realismo profundo que nada tenía que ver con la descripción de la vida inmediata. Su realismo era el del hombre que pisa un terreno firme y que hace de la sensatez su punto de partida. Para relatar situaciones y conflictos, acudía a los símbolos, pero éstos eran siempre concretos y visibles: puños que golpean alegóricamente, cabezas que se acercan, muchedumbres que caminan en silencio, solemnes barbas que son como las cifras del patriciado polaco, manos que se apartan al cesar un gran peligro colectivo, y siempre así. Como decía tener la fuente en sí mismo, Gombrowicz leía poco, pero justo es agregar que se interesaba en muchas cosas. Daba expresión a los problemas que sentía suyos sin cuidarse mucho de los efectos; no se avino, pues, a concesiones ni halagos. (Mastronardi, 2010: 207-208)

Del mismo modo que las Memorias de un provinciano se rastrean los catorce Cuadernos de Mastronardi, que van desde 1930 hasta 1976. Pero quizás la novedad radica en que, revisada la obra completa del escritor polaco, se encuentran citas inéditas en su libro Kronos publicado en mayo del 2013 en Cracovia.

Kronos es un diario íntimo que Gombrowicz empezó a escribir en los años 1950 (lo más probable, en 1953), es decir, en el mismo tiempo que decidió redactar su Diario. Los apuntes en forma muy lacónica (hoy diríamos que se parecen a unos tweets de una línea) cuentan la vida cotidiana de Gombrowicz dividida por meses y cuatro temas principales: literatura, dinero, salud y vida sexual. Se anotan muchos lugares, viviendas, bares, destinaciones de viajes y muchas personas con quienes Gombrowicz pasaba su tiempo (amigos, parientes). Gombrowicz atribuía apodos a mucha gente y a veces comentaba los hechos (Gombrowicz leía diarios y revistas y seguía los acontecimientos de la Segunda Guerra y la Revolución Libertadora de 1955 en Buenos Aires). Cada año lleva una síntesis breve y un comentario. Las notas abarcan un período que va desde 1922 hasta los últimos meses antes de su muerte (la última nota es de abril de 1969). Hay que subrayar la increíble memoria de Gombrowicz, que consiguió acordarse los hechos con la distancia de más de treinta años. Los apuntes tienen muchos huecos y puntos interrogativos pero de todas formas presentan mucha información. A partir de 1953, Kronos se vuelve una especie de diario íntimo completado casi todos los días; aparecen días exactos (lunes, martes), horas de partida de tren o de bus, el curso del dólar. Gombrowicz solía escribir dos, tres páginas A4 por año. El texto no fue destinado a la publicación y no es un texto literario. La publicación está dividida en tres partes: Polonia 1922-1939, Argentina 1939-1963 y Europa 1963-1969. La característica de Kronos es su tono bastante neutral. Sin embargo, en la parte argentina hay que destacar muchos puntos donde Gombrowicz deja sus opiniones y escribe a menudo palabras en español. Entre líneas se entiende su entusiasmo cuando describe su vida en Argentina. Gombrowicz al final de Kronos propone algunas divisiones de su vida que conciernen a sus publicaciones: el periodo polaco 1933-1939, el periodo de silencio 1939-1945, el periodo argentino 1945-1950, el periodo de emigración 1950-1955, el periodo polaco 1956-1958, el periodo internacional 1958-1963. Es en el periodo de silencio que Gombrowicz encuentra a Mastronardi.

Al contrario de lo que dice en el Diario (W. Gombrowicz, 2001), Mastronardi no fue ni su primer amigo ni el primer escritor argentino que conoció. El nombre de Carlos Mastronardi aparece en Kronos diecisiete veces. La primera vez en enero de 1941, está puesto en la lista de sus conocidos: “Ruszkiewicz – Odyniec – konsul – Frydman – Mastronardi – Cecylia – Pla –Lucas – Carpatti – Pi – La Fleur – Cid – Jasinsk – Galignano Segura – Nowinska – Chinchina”. Este dato de 1941 es incierto, Gombrowicz escribía los apuntes con una distancia de trece años. Muchas veces mezcló las fechas de publicaciones. Es también probable que se encontraron con Mastronardi al final del año 1940 o al inicio del año 1941 (de todas formas, seguramente antes del año 1943, del segundo golpe de Estado). Según lo recuerda Sigfrido Radaelli (R. Gombrowicz, 2008: 48), Gombrowicz y Mastronardi se conocieron en la conferencia que el polaco dio en el Teatro del Pueblo en 1940.

En el mismo año 1941 aparecen cuatro artículos de Gombrowicz en la revista Aquí Está sobre la aristocracia francesa y polaca (“Las encantadoras sobrinas de Mazarino”, “Cuando un conde de Guisa regaló un genio”, “Polacos en la Argentina”, y “La enamorada más vieja del mundo”, todos textos firmados por Alejandro Ianka). El 10 de enero de 1941, aparece el cuento de Gombrowicz, con el seudónimo “Alejandro Ianka”, “Un romance en Venecia”, en la Revista El Hogar. La segunda vez, en julio de 1941, Gombrowicz escribe “La amistad con Mastronardi”. No es una anotación muy frecuente en Kronos, donde muy pocas veces Gombrowicz ponía la palabra “amistad” al lado de las personas que conocía, aunque fueran sus amigos. En los meses que siguen, agosto y septiembre, no escribe nada más que “la erótica está aumentando” y “esperma bar” (escrito en español). El resumen de este año en el cual conoció a Mastronardi es uno de los más misteriosos:

Primera mitad del año – enfermedad, inhibición, inseguridad y ansiedad. Gradualmente me entero… de que no estoy tan mal…
Soy pobre y sigo buscando cualquier trabajo. Elaboro unos articulitos. Tengo menos miedo.

Nace Mastronardi.
En la segunda mitad del año la actividad aumenta y voy al parque Retiro que me encanta, al centro también. Por la noche, desde mi cuarto escucho las campanas de un reloj. Me llevo bien con Don Alfredo.
En este momento, creo, me estaba animando para organizar una revista privada con Pla. Me cansa estar en la sala de espera de los diarios y las revista.
Hasta el final del año. (W. Gombrowicz, 2013: 90)

Gombrowicz usaba el verbo “nacer” para hablar de sus libros y de las nuevas amistades. Era su uso particular. El verbo “nacer” no se suele usar en estas ocasiones en polaco. En abril de 1942 Gombrowicz escribe: “Con Mastronardi, amistad – bar en Corrientes, Calvetti”. Jorge Calvetti era un admirador de Mastronardi, poeta, que luego formaría parte del grupo de traductores de Ferdydurke. En julio de 1942 podemos leer: “Mastronardi me presenta a Lucanti quien me pide el libro (?)”. No sabemos quién fue Lucanti y cuál fue el libro que le pidió. En octubre de 1942, “Mastronardi me presenta los Bioy Casares”. Fue la ocasión en que Gombrowicz encontró a los Bioy Casares, a Borges y a Silvina Ocampo en la misma cena. Resumiendo: en este año, Gombrowicz no se acuerda de casi nada. “Este año es muy turbio… No me lo acuerdo bien. Lo más importante fue jugar al ajedrez y Mastronardi”.

Seguramente en esos años, Carlos Mastronardi fue un amigo muy importante para Gombrowicz, ya que trataba de introducirlo en círculos literarios o por lo menos presentarlo personalmente. Su alta posición en la pirámide de importancia según Gombrowicz (al lado del ajedrez) hace hincapié en la fuerza de la relación. Sin embargo, Mastronardi no forma parte de uno de los episodios más comentados por los estudiosos de Gombrowicz, la famosa traducción de Ferdydurke al castellano del año 1946. Este mismo año, en enero, Gombrowicz escribe en Kronos: “Para la Nochevieja rompo definitivamente con Mastronardi (avenida de Mayo)”.

Sobre este primer periodo de su amistad podemos encontrar también otros testimonios. En todo el Diario argentino Mastronardi se menciona una vez, en la parte de sus recuerdos argentinos escritos en 1954. Hay que subrayar que Diario era entonces nada más que una colaboración mensual con la revista de inmigración polaca en París, Kultura. Gombrowicz escribía para crear su imagen en los ojos del público polaco. No fue un diario sino una obra literaria donde muchos hechos fueron inventados, muchas situaciones coloradas. No hay que tomar el contenido de Diario como algo factual. Sin embargo, como sucedió en Kronos, Gombrowicz en su Diario vuelve a la figura de Mastronardi. Llama su relación con él su primera amistad intelectual en Argentina. Gombrowicz ubica este encuentro en 1942.

La relación, como casi todas las amistades intelectuales, está descrita más o menos a favor del escritor polaco. Según Gombrowicz, Mastronardi le recordaba mucho a un poeta polaco de origen judío, Jan Lechon. Describe su aspecto físico, su sarcasmo y su carácter hermético. Gombrowicz cuenta que se sentía superior en esta amistad porque no desvelaba sus secretos a Mastronardi. Lo que según Gombrowicz les unía era el sentido de inmadurez que compartían y que usaban a menudo para burlarse uno del otro. Gombrowicz en su relación no olvida destacar el papel importante que Mastronardi desempeñaba en el grupo Sur.

En el libro Tango Gombrowicz, editado por Rajmund Kalicki, podemos leer el testimonio de Paulino Frydman, jefe de club de ajedrez en el Café Rex, amigo de Mastronardi y de Gombrowicz desde los años 40 hasta la partida de Gombrowicz y la muerte de Mastronardi. Frydman cuenta en sus recuerdos que Mastronardi fue el único de los escritores argentinos que tuvo el placer de conocer. Su relación cordial (no la llama amistad) se mantuvo a pesar del quiebre de la relación entre Mastronardi y Gombrowicz. Según cuenta Frydman, Mastronardi y Gombrowicz se parecían mucho. Ambos se dedicaron totalmente a la literatura. Ambos vinieron a Buenos Aires desde otras tierras y encantados por la ciudad se quedaron varios años. Les gustaba deambular de noche por las calles de la capital porteña. Mastronardi, aunque no jugaba al ajedrez, iba de vez en cuando al Café Rex en avenida Corrientes y los tres se iban luego a un café para charlar. Según Frydman, Mastonardi no era sarcástico como lo describía Gombrowicz en su Diario, era más bien irónico y burlón. Le gustaba contar historietas graciosas sobre la gente desconocida. Tenía la manía de introducir palabras o expresiones francesas en sus discursos. Además tenía un tic, mientras hablaba, carraspeaba y escupía cada dos por tres. Como lo recuerda Frydman, Mastronardi en esos encuentros a menudo cambiaba de aire y de repente se escandalizaba por los problemas de la época. Frydman no sabe cuál fue el motivo verdadero del quiebre de la amistad entre Gombrowicz y Mastronardi. En su opinión no era un tipo de persona que ofendiera a los demás, pero era muy vulnerable y él se ofendía muy fácilmente. Según Frydman no hay que buscar algo muy extraño en este fin de amistad porque suele pasar a menudo entre los escritores que viven en el mismo ambiente (Kalicki, 1984: 159-162). Del mismo modo, la amistad entre Mastronardi y Gombrowicz fue recordada por Roger Pla, escritor y también amigo de Gombrowicz de su primer periodo argentino.

Cuando (Gombrowicz) usaba por ejemplo la palabra “amigo” para asignársela a alguien, cosa que no hacía al azar sino muy especialmente: “Fulano, un muy mi amigo”… El “muy mi amigo” no se lo oí muchas veces. Dos, quizá tres. Recuerdo que a uno a quien la aplicaba invariablemente era a Mastronardi. A veces la aplicaba directamente: “Le dije que usted, que era un muy mi amigo…” No hay duda que en cuanto al significado, la palabra era en él más bien conceptual que afectiva. Pero no era fácil separar en él lo conceptual de lo afectivo. (Pla, 1972: 4-5)

Hay que destacar que, recién llegado, Gombrowicz hablaba sobre todo en francés y este era también un factor que facilitaba la comunicación entre ambos, como así también el trabajo textual común. Sin embargo, cabe decir que a pesar de los testimonios de aquel periodo, por su origen social y su trayectoria intelectual, los dos hombres eran relativamente diferentes. Mientras que Mastronardi había nacido en una familia de clase media de origen inmigrante del interior del país en 1901, el polaco, nacido en 1904, había pertenecido a una familia de terratenientes y había desarrollado una intensa actividad literaria en la cosmopolita Varsovia, antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Se podría decir que la relación entre los dos jóvenes comienza más bien por una suerte de coincidencia nocturna y una coincidencia en la pobreza en que los dejaba el ambiente periodístico, en la sordidez de los hoteles en los que se alojaban, y en la misteriosa vida nocturna que ambos llevaban, y en una fuerza común: ambos iban a denostar los circuitos literarios. Mastronardi quedó impresionado por el brío intelectual de Gombrowicz como por el conocimiento concreto de la vida, de las pasiones, y se podría decir que es el primer vitalista que respeta. Vitalismo del que él carece absolutamente.

En los primeros meses que Gombrowicz estuvo en Buenos Aires, vivió en el microcentro, y luego se fue a una pieza en la calle Bacacay, en Caballito, y de paseo a la plaza de Primera Junta, a la plaza Flores, mientras entablaba amistad con el por aquel entonces poderoso Manuel Gálvez; lugares que solía frecuentar el mismo Mastronardi.

El 10 de enero de 1941 publica en la revista El Hogar un artículo titulado “Un romance en Venecia”, bajo el pseudónimo “Alejandro Ianka”.

Este cuento trata de un hombre de treinta años que vivía en una vulgar pieza de hotel y que había conocido a una mujer veneciana que lo lleva a esa ciudad, y para su sorpresa y suplicio la ciudad lo llenó de indiferencia y frialdad. Es más, la ciudad paso a paso lo decepcionaba. Y esta decepción ocurría porque no era una Venecia sufrida, era la Venecia que amaba su mujer veneciana. Ante el desencanto de su mujer, ante su frialdad, ella decide dejarlo en la habitación del hotel, y él se queda a sufrir Venecia, solo, ahora sí comprendiendo la ciudad.

Esta pequeña anécdota es típicamente mastronardiana, y ha sido sin duda alguna uno de los broches que han atado esa amistad. Esa ironía de que la vida cuando parece dar te quita, y solo te da a través de la experiencia dolorosa, sin la indiferencia como camino no hay posibilidad de conocimiento. Esta disimetría entre pasión y conocimiento es uno de los aportes de esta amistad que reaparecerá en los trabajos de ambos autores en las formas más diversas. No podemos saber si estamos hablando de una escritura en colaboración, pero sí que los vínculos de amistad ya pueden ser recorridos en los 40. Este relato en donde los une una ciudad oscura, pobre y dolorosa de caminatas nocturnas es el comienzo de una larga serie de conversaciones y no es poco probable que Mastronardi haya corregido el español de alguno de estos textos. Al final de este relato hay una oración cuya sintaxis es propia de Mastronardi:

… cuando yo paseo por sus calles, solitario y lleno de angustia, la ciudad se graba cada vez más en mi recuerdo, penetra hondamente en mí, hasta el extremo de que ya existen en las galerías y en las iglesias, en las callejas y en las plazas, muchos sitios que me son familiares, que no tienen para mí ningún secreto, nada más que por haber sufrido tanto en ellos. (Ianka, 1941: 68)

Sin embargo reconocemos también la ironía típica de los textos de Gombrowicz, la narración en la primera persona (“yo era pintor”), el uso frecuente de los puntos suspensivos y algunos elementos biográficos (Gombrowicz visitó Venecia en marzo de 1938).

La relación del polaco con el entrerriano se da en ese verano del 40 cuando Mastronardi había llegado pobre tras la muerte de su padre y un largo exilio en Entre Ríos junto a su amigo Juan L. Ortiz, con quien había comprendido las ideas del Partido Comunista y había empezado a entablar amistad con los anarquistas de Gualeguay. Es el momento en que Mastronardi comenzará una relación apasionada con una trotskista brasileña. Los dos hombres comenzaron así a forjarse concepciones comunes, y a tener acercamientos intelectuales bajo la misma intemperie compartida, ya que Mastronardi había comenzado a alejarse del grupo Martín Fierro y a realizar un corte “epistemológico” respecto de su propia tradición literaria. Ambos sabían que estaban fuera del juego del circuito literario autorizado. Ninguno de los dos subestimaba el poder del campo literario, pero simplemente ninguno de los dos estaba dispuesto a pagar con la libertad la entrada a ese sistema. En ese sentido comparten la aristocracia de la escritura del joven desarraigado que rompe con el viejo orden del mundo.

Hacia 1946,1 Witold Gombrowicz publica su “catecismo”, escrito a la manera de preguntas y respuestas, que es casi un manifiesto titulado “Contra los poetas”. El texto fue corregido y leído como conferencia el 28 de agosto de 1947 en el Centro Cultural Fray Mocho de Buenos Aires. Luego se volvió a publicar en la revista literaria El Ciclón en 1955.

Este texto nos interesa especialmente porque es una de las tantas discusiones que unieron y separaron esta amistad, y que dividieron aguas en el campo literario argentino durante décadas: la distancia entre el formalismo y el vitalismo. Una lectura de esta conferencia sin el contexto de Kronos ni de Memorias de un provinciano podría llevarnos al equívoco de entenderla casi como un gesto de irritación, o como una sátira a Mastronardi. Sin embargo es un texto por excelencia para entender la complicidad de esta discusión. Veamos algunas citas:

… leía cualquier poema alterando intencionalmente su orden de tal suerte que se convertía en un absurdo y ninguno de mis oyentes (finos y cultos, por cierto, y fervientes admiradores de aquel poeta) advertía la treta. (W. Gombrowicz, 2009: 13)

Esta era una típica broma mastronardiana. Algo que sin duda Mastronardi hacía siempre con los “literatos”, como gustaba llamarlos. El nivel de español de Gombrowicz hacia 1947 no le alcanzaba como para saber tanta poesía en español, alterar versos y que los poetas no se dieran cuenta. Pero Mastronardi era un erudito, y lo hacía desde antes de Martín Fierro. Este guiño a su amigo queda más claro en su conferencia cuando cita a Valéry, el poeta emblemático para Mastronardi: “Cuando alguien declara que le encanta la poesía de Valéry es mejor no acosarlo demasiado con indiscretas investigaciones” (13). Lo mismo cuando critica el sistema de citas de los poetas: “Tienen sus jerarquías, hablan de Capablanca como los poetas hablan de Mallarmé y, mutuamente, se rinden todos los honores” (13). Es conocida la admiración de Mastronardi por Mallarmé, que lo llevó a tener un cuaderno de traducciones durante toda su vida, cuaderno aún no hallado y que posiblemente se encuentre en el archivo secreto de Mastronardi que tiene la Academia Argentina de Letras. La broma llega a su clímax cuando la sátira toca a Jorge Luis Borges, cuya amistad con Mastronardi comenzaba a declinar por esos años: “La ceguera voluntaria se nota también en ese simplismo tremendo en que caen hombres, por otra parte muy inteligentes, cuando se trata de su suerte” (21).

En 1947 Borges iba en un camino sostenido hacia la ceguera, y esta última frase, “por otra parte muy inteligentes cuando se trata de su suerte”, parecería salida de los dos libros que escribió Mastronardi sobre Borges, el Borges y el B., por la ironía y la sutileza de los usos de las subordinadas.

La complicidad de Gombrowicz y Mastronardi se funda en al menos tres ejes, sin poder establecer cuál sería el prioritario: uno sería una amistad en la ironía, en las discusiones artificiales, armadas, en las bromas montadas escenográficamente, es decir, en un tipo de sensibilidad para desacralizar toda la solemnidad del campo literario que tanto asqueaba a ambos. Esta misma ironía tiene que ver con que ambos son extranjeros a su manera: Gombrowicz no solo explota su extranjería sino que desarrolla una voluntad manifiesta de ser outsider; Mastronardi, el fotofóbico, el hombre de las malas bromas, resistió toda manera de socialización literaria, e hizo de su relato provinciano una relación de extranjería porteña. Tercero, pero no final, una relajada posición respecto de la sexualidad. Muchos escritores, en ocasión de la edición de la Obra Completa de Carlos Mastronardi, nos han preguntado si Mastronardi era homosexual. El mismo Borges, muerto Mastronardi, se sorprendía y quería detalles respecto de la relación que durante años Mastronardi tuvo con una bella trotskista brasileña, como una hazaña poco común de ese discreto, silencioso, taciturno y sigiloso entrerriano. Lo cierto es que Mastronardi fue un hombre que durante su mayor periodo de vida juvenil fue bígamo; sin embargo se movía tranquilamente en círculos de amigos homosexuales, y se nos hace difícil pensar que cierta misoginia no fuese una de las fuentes de la amistad. Mastronardi debe haber visto en la bisexualidad de Gombrowicz un nuevo escenario de autonomía, de desobediencia y de libre albedrío del que todo escritor debe hacer gala para forjarse como tal. Y aquí llegamos a lo que creemos que es uno de los ejes de las largas conversaciones que mantuvieron, que tienen una tópica relacionada: cómo se da el principio creador, y cómo construirse como escritores en un campo literario que estaba dominado fuertemente por la figura de Jorge Luis Borges en tanto autor y Victoria Ocampo en tanto poder intelectual.

En el año 1955 Gombrowicz empieza a vivir solamente de su pluma. Mastronardi vuelve a aparecer en Kronos al final de este año: “Las noches con Mastronardi en ‘El Hogar’”.2 En aquel tiempo, Gombrowicz ya no trabajaba en el Banco Polaco, desde el 10 de mayo, pero seguía escribiendo su Diario y Kronos y empezaba el primer esbozo de Pornografía. Cuatro meses más tarde, en marzo de 1956, Gombrowicz escribe: “Con Mastronardi – la colaboración en ‘El Hogar’”. De hecho, Mastronardi era entonces responsable de la sección de crítica de libros. El 6 de marzo se publicó una reseña del libro de Simone Weil La gravedad y la gracia firmada por Gombrowicz. Es muy probable que Mastronardi fuese el corrector de este texto. El mes siguiente Gombrowicz recibe una carta de Mastronardi y van juntos a una recepción en la familia polaca Orel (Rudolf y Elzbieta Orel). En julio, Gombrowicz, Mastronardi, Piñera y Tomeu van a una cena juntos. Piñera publicaba en la revista El Hogar a petición de Mastronardi. Mastronardi publicaba sus textos en la revista de Piñera, El Ciclón. En octubre de 1956, después de la muerte de Vicente Barbieri (en los años 1955-1956 era el jefe de redacción en El Hogar), disminuyen las posibilidades de colaboración en la revista, según le cuenta Mastronardi. Queremos detenernos en este texto de Gombrowicz que se llama “La gravedad y la gracia”, y es un comentario bibliográfico sobre el libro homónimo de Simone Weil para la revista El Hogar (W. Gombrowicz, 1956). Es un texto del cual se podría decir “escrito a cuatro manos”, no porque tengamos prueba de ello, sino porque la escritura no podría atribuirse a ninguno de los dos. En este texto hablan del cambio producido en la literatura europea y norteamericana de los últimos años. El tema es justamente que “a los escritores de nuestra edad”, más que el hecho estético concreto, les interesa la formación de su personalidad. El texto tiene todos los tics de los comentarios bibliográficos de Mastronardi: párrafos en barroco, giros anacrónicos “conforme lo evidencia el vasto acervo”, giros del tipo “se ha dicho con acierto”, “un cambio sutil”, y el clásico uso de la forma negativa para afirmar: “No debe extrañarnos, pues, que la literatura europea actual abunde menos en obras estéticamente logradas que en personalidades interesantes, sugestivas, portadoras de mundos intransferibles y únicos: Kafka, Sartre, Weil”. Este giro negativo para criticar como si fuera una forma de adulación es un ejemplo clásico de una de las mejores prosas ensayísticas argentinas, la de Carlos Mastronardi. Los tres autores citados son tres autores de los cuales Mastronardi fue un ácido lector, y para usar un giro propio, bajo cuyos atractivos nunca se dejó atrapar. Como si esto fuera poco, remata en este artículo la cita de Pascal y la sátira a los aforismos. Ahora bien: hay un párrafo que es típicamente gombrowicziano, y que jamás lo escribiría Mastronardi:

… su caso, (refiriéndose a Weil) en verdad, no es común: una judía que nunca se convirtió al catolicismo y que, sin embargo, se entregó a Cristo con el puro fervor de una monja. Constituye el arquetipo de la mujer débil, enfermiza y fina, perteneciente a la clase privilegiada y que, no obstante, anhela identificarse con la pobreza, aceptarla y padecerla. (W. Gombrowicz, 1956)

Párrafo gombrowicziano por varios motivos: el primero es porque Mastronardi jamás cometió un solo error sintáctico como en este caso, pero lo más evidente es el uso explícito del lenguaje: términos como judía, catolicismo, monja, mujer débil, esa direccionalidad de la lengua para marcar una experiencia de vida es obra definitiva del polaco. El artículo es una gran sátira a los intelectuales acomodaticios como Weil, propios del mercado, y políticamente correctos.

Según cuenta Juan Carlos Gómez, que estaba presente en el encuentro, se trataba de algunas alusiones al pasado homosexual que Mastronardi hacía a Gombrowicz y que le molestaban mucho. Esta anécdota no puede ser comprobada de ninguna manera. Es interesante que Gombrowicz poloniza la palabra castellana “liquidación, liquidar con alguien” para hacer hincapié en el quiebre de la amistad. “Likwidacja” no se puede usar en polaco en este sentido, pero Gombrowicz usó este sustantivo y verbo en su forma polonizada muchas veces en Kronos. El fin de amistad entre hombres no significó el quiebre de respeto. Carlos Mastronardi participó en la edición de Cahier de l’Herne de 1971 y preparó una nota elogiosa a su amigo polaco. Esta amistad se notó también en el folleto Tres poetas a Polonia, publicado en 1941, en Buenos Aires, para el cual colaboró con Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada. De las actividades contra el racismo y el antisemitismo nació la idea de publicar un trabajo para reivindicar el sufrimiento del pueblo polaco. En aquel período, los tres (Borges, Martínez Estrada y Mastronardi) ya conocían a Gombrowicz. Quizás será mejor recordar esta amistad con una hermosa cuarteta de Mastronardi, titulada “Noches polacas”:

La tierra, ya inhumana, resplandece en silencio. Persiste en la blancura temida y absoluta
esta nieve sin huellas, sobre un mundo abolido, recupera las noches de ayer: hijas del mármol.

 

Citas

1 La fecha deducida según la carta abierta escrita por la poetisa chilena Winétt de Rokha en respuesta a su ensayo y publicada en su obra completa en 1951.

2 Subrayados en el original.

Bibliografía

Gombrowicz, Rita (2008). Gombrowicz en Argentina 1939-1963. Buenos Aires: El Cuenco de Plata.

Gombrowicz, Witold (1955). “Contra los poetas”, en El Ciclón, 1/9/55. Págs. 9-16.

—– (1956). “La gravedad y la gracia por Simone Weil”, en El Hogar, 9/3/56. Pág. 59.

—– (2001). Diario argentino. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

—– (2009). Contra los poetas. Madrid: Sequitur.

—– (2013). Kronos. Cracovia: Wydawnictwo Literackie.

Ianka, Alejandro (1941). “Un romance en Venecia”, en El Hogar, 10/1/41. Págs. 63, 68.

Kalicki, Rajmund (ed.) (1984). Tango Gombrowicz. Cracovia: Wydawnictwo Literackie.

Lafon, Michel y Peeters, Benoît (2008). Escribir en colaboración. Historias de dúos de escritores. Buenos Aires: Beatriz Viterbo.

Mastronardi, Carlos (2010). Memorias de un provinciano, Obra Completa, tomo I. Santa Fe: Universidad Nacional de Litoral.

Pla, Roger (1972). “Un muy mi amigo”, en Clarín, 7/12/72. Págs. 4-5.

Para leer El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina completo, pasen por acá.