“Los días de un escritor”
Acá pueden leer un fragmento del libro “Gombrowicz en Europe”, de Rita Gombrowicz, acerca de la vida cotidiana del escritor en Vence, Francia. El fragmento está extraído de una nota del diario Clarín en su edición del 25/07/1999; siguiendo el link pueden ver la nota original: http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/1999/07/25/e-00501d.htm
Vida cotidiana en Vence
Y salíamos de paseo. La excusa de esos paseos en auto era su caminata higiénica. Fuéramos donde fuéramos, caminaba una hora, reloj en mano. Esos paseos le aportaron sobre todo, en su vida sedentaria, toda la poesía de los viajes. Los viajes más bellos son pequeñas excursiones a los alrededores de Vence como Pickwick por los suburbios de Londres. Pero los alrededores de Vence son tan bellos y variados que le permitían escaparse a varios mundos, especialmente a sus dos patrias: Polonia y la Argentina. Todo el lado nórdico y montañoso le recordaba los Tatras. Y todo el lado sur y el mar le recordaba la Argentina. Los amigos que nos visitaban nunca se salvaban de esos paseos. Witold les hacía visitar con orgullo los Alpes Marítimos como si fueran de su propiedad. Y ojo con distraerse! Hubo días de excursiones grandes en que llegábamos muy lejos explorando sin detenernos. Qué felicidad estar sola con él fuera de temporada en las rutas bañadas por el sol! Entusiasmados por la belleza de los otoños maravillosos, cantábamos arias de opereta (porque en ese momento escribía Operette). Nuestro perro Psina sacaba su lengua grandota, se reía y cantaba con nosotros. Nuestro paseo preferido -el más cercano y a la vez más romántico- era la antigua ruta de Vence a Saint-Paul, la D. 102. Atravesábamos el barrio residencial de Ara, veíamos, más allá de la barranca, Vence cortado transversalmente con el cementerio en primer plano (mi futura morada, decía él muchas veces). Y nos metíamos entre los pinos. Y hacíamos ese paseo a pie, en sentido inverso, yo subiendo y él bajando. Era una ruta empinada, toda serpenteante.El principio de la vida cotidiana era concentrarse en el presente y dar sabor a cada cosa pequeña. Decía que la comida era de los pocos placeres que le quedaban en su vida de enfermo. Detestaba a los entendidos, a los degustadores, a los paladares delicados. Comía con equilibrio, sin caprichos tanto en casa como en los restaurantes. Pero le interesaban los platos y, pese a guardar sus distancias, se notaba que era glotón y que hasta tenía cierta obsesión con la comida. Pues justamente a través de la comida era como más traicionaba su nostalgia de Polonia y su infancia. Me explicaba algunos platos polacos. Los Paczowski le mandaban de Polonia sachets de bortsch, una especie de sopa de remolacha. Para luchar contra la monotonía de las comidas tenía sus inventos, como poner la mesa en la entrada o empujarla al máximo contra el balcón francés del comedor, lo que nos daba la impresión de estar en una terraza de café suspendida sobre la plaza.Finalmente, el último otoño, en Juan- Les-Pins, fue la época ascética. El mayor placer de comer consiste en saber combinar cosas simples. Entonces comía carne asada a la parrilla con pan, sin nada más.De regreso a Vence, Witold dormía la siesta y dedicaba la tarde a la correspondencia y a lo que en 1967 empezó a llamar la administración de mi gloria. Luego venía la hora del té y de la música. El mismo había instalado su tocadiscos sobre el armario del comedor donde escuchaba sus discos, sentado a la mesa. Le gustaba repetir algunos pasajes. Cuando yo entraba en el comedor en esos momentos, tenía la impresión de ingresar en un templo. Un día que estaba escribiendo en su habitación con la puerta abierta, yo caminaba por la casa en puntas de pies. Puedes caminar normalmente, me dijo, no estás en una iglesia. En cambio, se notaba que la música era algo sagrado, lo único quizá. Era el único momento en que yo tenía la impresión de cometer una indiscreción. Su cara estaba transfigurada, poseída por la música.Las noches estaban dedicadas a la televisión o a la lectura. Le gustaba la televisión porque le permitía -a él, que casi nunca salía de noche pues no podía subir dos veces al día las dos escaleras grandes- penetrar en la realidad francesa. Le gustaba observar a la gente. Analizaba el cuerpo, el pequeño gesto revelador de una personalidad. Era muy sensible a la presencia física de las personas, sobre todo de los políticos. Nunca se perdía una conferencia de prensa del general De Gaulle. Había seguido en directo todos los debates de la Asamblea Nacional durante los hechos de Mayo. Miraba todo tipo de programas, no especialmente los programas culturales. Lo que más le interesaba era la información y la política, pero también le gustaban las series, como Los Incorruptibles; también lo había impresionado mucho la película Juana de Arco, de Dreyer.
Del libro Gombrowicz en Europe. Denoel. París, 1988. Trad. de Cristina Sardoy. (c) Rita Gombrowicz.