Gombrowicz sobre Borges
De las entrevistas que Dominique de Roux le hizo a Gombrowicz en 1967, surgió “Lo humano en busca de lo humano”. En este fragmento, Witold Gombrowicz opina, analiza y reinterpreta al Borges intelectual, al Borges ciego, al Borges hombre. Por acá pueden leer el fragmento; el texto original, desde este link:
http://santasangreyo.blogspot.com.ar/2013/03/gombrowicz-sobre-borges.html
Dominique de Roux: ¿Y Borges?
Witold Gombrowicz: Borges y yo somos opuestos. Él se halla enraizado en la literatura, y yo en la vida. Yo soy, a decir verdad, antiliterario. Precisamente a causa de eso hubiera podido ser fructífero un acercamiento con Borges, pero lo impidieron dificultades técnicas. Nos hemos encontrado una vez o dos, y eso ha sido todo. Borges tenía ya su capillita, un tanto obsequiosa. Él hablaba y ellos escuchaban.
Lo que decía no me parecía a mí de la mejor calidad; era demasiado estrecho, demasiado literario, paradojas, frases ingeniosas, sutilezas, en una palabra, el género que más aborrezco. Su inteligencia no me deslumbró; solo más tarde, cuando leí sus obras propiamente artísticas (sus cuentos), no tuve por menos de reconocerle una rara perspicacia de alma y espíritu. Pero el Borges “hablado”, ese Borges de conversaciones, de conferencias, de entrevistas, y también el de los ensayos y de las críticas, siempre me ha parecido pobre, más bien superficial. En Argentina, me citaban a menudo como “excelentes” las frases ingeniosas de Borges. Pues bien, siempre me decepcionaban. No eran más que literatura, y no de la mejor.
D. R.: ¿Cómo se explica usted esa notable diferencia entre el arte de Borges y el Borges “hablado”?
W. G.: Tengo sobre eso mi teoría. En mi opinión, no dan la suficiente importancia al hecho de que Borges está casi ciego. Es lo que le ha permitido esa gran concentración interior de la que nacieron obras artísticas de alto valor. Pero es también lo que le ha condenado a no vivir más que dentro de determinado círculo, demasiado estrecho, formado por esos escritores ninguno de los cuales tenía la suficiente altura para contradecirlo; se le prodigaba una admiración un tanto amanerada, y se le seguía cada vez más en los finos arabescos de sus pensamientos y en su seudoerudición (toda erudición es y no puede ser más que seudo; Borges erudito es de una ignorancia aterradora y, además, de una inteligencia discutible, pues la erudición es por esencia ininteligible). Por ello, Borges, en su ceguera, se ha vuelto cada vez más profundo, y en su trato con el mundo exterior cada vez más superficial. Tal evolución merece respeto, desde el momento en que un hombre ciego no puede llevar una vida normal. Pero creo que sus admiradores cometen un error al no distinguir los dos Borges y al envolver en la misma nube de incienso su inteligencia y su ininteligencia. Ininteligencia que se manifiesta tanto en el merodeo maniaco de migajas literarias sin valor, como en una revelación de este género: “¿Qué opina usted del duelo?” “Soy absolutamente opuesto a él; cuando se produce una diferencia entre dos personas, esa diferencia pienso que no tiene nada que ver ni con las espadas ni con la muerte de una de esas personas”.
D. R.: Se le podría hacer a usted una objeción aquí. Si el hecho de que Borges sea en cierto sentido limitado o intelectualmente extravagante se debiera a su ceguera, no habría sido tal en la época en que su vista era aún casi normal. Y sin embargo, en los comienzos de su creación literaria, Borges era menos original y más prisionero aún de los estetismos. Tanto en lo que escribía como en lo que decía.
W. G.: Tiene usted razón. Habría quizá que decir que la ceguera no le ha permitido vencer, en el plano de “exquisito conversador” como en el plano de la vida, lo que ha superado gracias a ella en su arte. No sé…
D. R.: Con todo, es usted a veces muy severo con su arte. En uno de los capítulos de su ‘Diario’ publicado en Les Lettres Nouvelles, lo ha calificado usted de “caldo insípido para literatos”.
W. G.: Me he expresado torpemente. Yo lo estimo mucho como artista. ¡Pero qué propiedad tiene de atraer a los eruditos, a los estetas, a los “cinceladores”, bibliófilos, profesores, glosadores y otros sibaritas y especialistas en letras! A éstos apuntaba yo con mi “caldo insípido”, no a él.
He tenido ocasión en Argentina de conocer a algunos de los admiradores de su círculo íntimo. No me han causado asombro ni por un exceso de inteligencia, ni por un desbordamiento de energía espiritual. No debe, pues, extrañar que no comprendieran una palabra de Ferdydurke, recién traducido a la sazón al español. Pero incluso si los acólitos de Borges hubieran sido capaces de transmitirle de mi libro una vaga idea (a él, incapaz de leer solo), no habría servido de nada. Este hombre, muy sincero y profundamente humano en su soledad, en la vida diaria teme a los hombres, y su timidez, su finura aristocrática le obligan a huir de la sinceridad. Su pretendida modestia no es más que una coraza para su sensibilidad aristocrática. El modesto sir Jorge Borges, Knight of British Empire, Commandeur des Lettres et des Arts, Caballero de la Orden del Sol y de la Orden de la Madonnina, etc., experimentaría, me parece, grandes dificultades para entenderse con cierto vanidoso Gombrowicz, a secas.