EL ACASO DE LAS FORMAS: ESTRATEGIAS ENUNCIATIVAS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA IDENTIDAD EN DIARIO ARGENTINO DE GOMBROWICZ, María Cecilia Pardo

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EL ACASO DE LAS FORMAS: ESTRATEGIAS ENUNCIATIVAS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA IDENTIDAD EN DIARIO ARGENTINO DE GOMBROWICZ

María Cecilia Pardo

Identidad: ese “yo” que no existe, pero que no se puede ignorar

Diario argentino pone en primer plano al sujeto. Si bien esa característica se corresponde con los protocolos genéricos de las escrituras del yo, aquí no solo se trata de que este ocupe un lugar protagónico. Diario argentino piensa a la identidad y piensa al sujeto: qué es “yo” es una pregunta central que recorre el diario entero. Y ello se relaciona con el modo en que lo concibe: “Quiero ser yo mismo, sí, aunque sé que nada hay más ilusorio que este ‘yo’ inalcanzable, sé también que todo el honor y el valor de la vida consisten en esta carrera incesante tras él” (Gombrowicz, 2003: 96). Primer problema: hay un sujeto, pero que se pone en cuestión. Tensión constante entre un yo que se afirma (muchas veces, fuertemente, de un modo polémico), y una concepción del sujeto que socava los fundamentos de la identidad entendida de un modo tradicional ‒o sea, con atributos como la estabilidad, la coherencia, y en relación con categorías como la nacionalidad y la sexualidad‒.

La operación a la que Diario argentino somete al concepto de “yo” recuerda cómo resuelve el dilema la crítica deconstructiva: en lugar de reemplazar conceptos “inadecuados” por otros, emplearlos pero sometiéndolos a borradura, forzándolos para que ya no funcionen tal como en el paradigma en que se generaron. En vez de abandonar el concepto de “yo”, Gombrowicz lo utiliza, pero sin los atributos que suponía en un paradigma esencialista. No solo lo usa, sino que sostiene que es necesario utilizarlo:

Siempre me he visto obligado a afirmar mi yo en mi literatura con la mayor energía. En cuanto lo quería rechazar, volvía como un boomerang. ¡Nada que hacer! ¡Imposible! Sin el “yo” la cosa no funciona. Pero entonces, ¿qué es ese “yo” que no existe y que, sin embargo, nos acapara de tal forma? He llegado a la conclusión de que lo que sostiene mi “yo” es mi voluntad de ser yo mismo. No sé quién soy pero sufro cuando me deforman, eso es todo. (Gombrowicz, 2010: 31)

Hay un “yo” que no existe, pero que no se puede ignorar. Lejos estamos de la “muerte del hombre” o del autor. En ese sentido, Gombrowicz muestra distancia respecto de los planteos del primer Foucault:

Sí, el hombre desaparece, pero solamente para Foucault, en el estricto campo de su teoría (…) Foucault se propone destruir al hombre en la epistéme. ¿Pero por qué? Para afirmarse en su personalidad, para ganarles la batalla a los demás filósofos, para llegar a ser un hombre eminente (…) Mucho me temo que esa pequeña palabra “yo” no se va a dejar eliminar tan fácilmente, porque nos ha sido impuesta con demasiada brutalidad. (Gombrowicz, 2010: 30-31)

Resuenan aquí ciertos postulados nietzscheanos. La afirmación de la voluntad del sujeto, la voluntad de poder como finalidad de la acción, y el vínculo entre el “yo” y el simulacro ‒que, a su vez, es producto de una brutal imposición‒. Simulacro o, mejor, desafío: a lo largo de Diario argentino se presenta una y otra vez el reto de pensar al sujeto en relación con una concepción de identidad distinta, no esencialista. Hay una suerte de proyecto en esa dirección, aunque se trate de un proyecto inacabado debido a los mismos fundamentos que lo sustentan.

 

Contornos difusos para un yo escurridizo

¿Cómo es, entonces, el sujeto que Diario argentino configura? Primero, sus atributos no son estables. Es un “yo” que se sabe contradictorio, su incongruencia se relaciona con la clara conciencia de que está marcado por el devenir y el perpetuo cambio: “… se es solo un presente que fluye continuamente” (Gombrowicz, 2003: 261). Un sujeto que es proyecto siempre inconcluso. Un sujeto que, al modificarse perpetuamente, no remite a una esencia o a cualidades estables que estén determinadas a priori: “Ser alguien es estar continuamente informándose sobre quién se es y no saberlo ya de antemano” (Gombrowicz, 2003: 126). Una concepción de identidad no esencialista, ni entendida como conjunto de cualidades predeterminadas, sino como construcción nunca acabada, abierta a la temporalidad y la contingencia. En este sentido, es un sujeto que no cree ser dueño de sí, que se sabe ajeno a sí mismo:

Ningún animal, batracio, crustáceo, ningún monstruo imaginario, ninguna galaxia me son tan inaccesibles y ajenos como yo. Te has esforzado durante años en ser alguien, ¿y qué has llegado a ser? Un río de acontecimientos en el presente, un torrente tempestuoso de hechos fluyendo en el presente hacia el momento frío que padeces y que no logras referir a nada. (Gombrowicz, 2003: 262)

En tanto no hay tal cosa como una esencia del sujeto, la única manera de aprehenderlo es en forma relacional. En Diario argentino el espacio funciona como anclaje provisorio del sujeto. La pregunta respecto de la ubicación geográfica aparece múltiples veces. Y además se trata de un sujeto que no sienta raíces en ningún lugar: “No hay sitio para mí. Estoy tan desprovisto de casa como si no habitara en la tierra sino en los espacios interplanetarios” (Gombrowicz, 2003: 12). El narrador no posee una morada propia, un oikos que funcione como referencia unívoca. Por eso, la identidad es concebida de modo relacional.

El dilema que aparece en el diario entre autenticidad e inautenticidad se relaciona con la conciencia de que, en tanto el yo se define relacionalmente, es imposible que sea “auténtico” (es decir, perpetuamente idéntico a sí mismo):

Como el hombre está deformado por su cultura primero y luego por los demás, por las miradas de los demás, en el sentido sartreano, pues bien, no puede nunca ser verdaderamente auténtico. Por lo tanto, creo que solo hay una solución, y es ser plenamente consciente de su inautenticidad: todo lo que decimos y lo que hacemos nos traiciona en cierta forma, y para siempre. (Gombrowicz, 2010: 67-68)

En relación con la autenticidad aparece también la conciencia de que las instituciones y prácticas simbólicas constituyen y atraviesan al sujeto, y que no hay modo de escindirlo de estas. Hay una suerte de pugna en el diario por hallar una autenticidad que se sabe imposible:

Gombrowicz escribe para llegar a los hondones de la autenticidad, escapando a toda clasificación y sintiéndose perseguido por una innominada Inquisición. El diario sería el tipo de discurso más adecuado a este desujetamiento (…) La paradoja de la autenticidad es que, buscando lo propio, se halla lo ajeno. (Matamoro, 1989: 7)

Nos adentramos aquí en una cuestión central para Gombrowicz: la forma. Un problema vinculado a la representación que se plantea recurrentemente en Diario argentino.

 

Identidad y representación: las formas del poseur

 

Forma, identidad y actuación

La identidad ‒siempre provisoria y oscilante‒ se construye en el interior de determinadas formaciones y prácticas discursivas, y a través de estrategias enunciativas específicas. Por eso, las identidades se constituyen en el ámbito de la representación, requieren de un proceso de narrativización del sujeto, pero ese carácter ficcional no socava su efectividad (Hall, 2009: 313). Gombrowicz percibe esta relación entre relato y subjetividad: “El verbo no me sirve únicamente para expresar mi realidad, sino para algo más, es decir: para crearme frente a los demás y a través de ellos” (Gombrowicz, 2003: 70). La escritura es un elemento clave para poder delinear los contornos del “yo”. Gombrowicz concibe la escritura de Diario argentino en este sentido y declara: “Debería tratar a este diario como un instrumento de mi devenir ante ustedes” (2003: 19).

Lo que Gombrowicz denomina “la Forma” es, a la vez, lo que otorga la posibilidad de nombrar (y de nombrarse) y de establecer identificaciones que moldean al sujeto; y lo que tiende a fijar al yo ‒la inmovilidad del concepto, que conduce a la inautenticidad y a pensar al sujeto en términos de esencia‒:

Recuerdo que siendo todavía un niño ya sabía (era un conocimiento espontáneo) que no se puede ser ni “auténtico” ni “definido”. Puede encontrar esa íntima convicción en Ferdydurke (1937). ¿Cómo es el héroe de Ferdydurke? En su interior no es más que fermento, caos e inmadurez. Para manifestarse hacia el exterior y, sobre todo, frente a los demás hombres, necesita la forma (y entiendo por “forma” todas nuestras posibilidades de manifestación, como la palabra, las ideas, los gestos, las decisiones, actos, etcétera). Pero esa forma le limita, le deforma y le viola. Expresándome a través de un ritual ya establecido de actitudes y formas de ser, está siempre falseado y se siente actor. (Gombrowicz, 2010: 28)

Dos ideas fundamentales aparecen aquí: la forma como única posibilidad de manifestación del sujeto –modo que implica necesariamente la repetición de lo instituido‒, y la concepción del hombre como actor. La forma equivale a aquello que atraviesa todas “nuestras posibilidades de manifestación” y que están determinadas por la tradición y la cultura. Implican la reiteración de lo dado. Por eso, constituyen la pesadilla del narrador, que anhela una autenticidad y originalidad que sabe imposible: “‘Lo definitivo’ me cerca por todos lados y es un acoso henchido de horror y fuerza” (Gombrowicz, 2003: 84). La tensión ineludible entre la formalización del discurso y las posibilidades de reconocerse en él constituyen una cuestión clave para el escritor:

Se me hace difícil escribir, difícil redactar, pues, como siempre, al intensificar en mí la franqueza aumenta también el riesgo de la exageración, de la pose, y entonces la estilización resulta inevitable. (Gombrowicz, 2003: 189)

Gombrowicz encuentra en la juventud un modo de resistencia ante la forma: muchas páginas de Diario argentino se dedican a elogiarla en tanto, desde su perspectiva, ella representa lo potencial y lo inconcluso. La juventud encarna también aquello que no está constreñido por la tradición y que por eso escapa a las definiciones predeterminadas: “El sentido de la famosa inmadurez witoldiana es el rechazo de toda esencia anticipada” (1998: 30) sostiene Juan José Saer. La defensa de la juventud es, en definitiva, otro modo de reivindicar una identidad no esencialista y un sujeto como proyecto siempre inacabado. Ser joven equivale aquí a ser proyecto, a no saber con certeza quién es uno.

Retomemos en este punto la cita en la que se reflexiona sobre Ferdydurke. En cuanto a la concepción ‒que hemos apenas mencionado‒ del hombre como actor, Tamara Kamenszain plantea que Gombrowicz se presenta como un sujeto marcado por la teatralidad y el devenir:

… prismático, multifacético, el genial escritor polaco intentó cubrirse –máscara sobre máscara‒ del peligro de la personalidad definida, unilateral (…) Siempre estaba jugando un papel en el sentido teatral del término. (Kamenszain, 1976: 89)

César Aira también destaca el componente teatral del yo gombrowiczeano:

La acusación de poseur vuelve una y otra vez en Gombrowicz (…) ¿De qué se trata? De una cierta falta de naturalidad, un hueco inasible que se desplaza entre el sujeto y el objeto (…) Está diciendo que hay que ser muy tonto para seguir creyendo, a partir de cierta edad, en una naturalidad lisa y constante. Hay una visita, una conversación, una comida, un gesto, un crimen, un amor… ¿Son eso que parecen ser, o son su representación? ¿La vida está adherida a la vida en todos sus puntos, o hay una distancia? (…) El poseur es el hombre-imagen, el hombre que deliberadamente, por ansia de libertad, se hace imagen, crea mirada en los otros, y con ello produce libertad, al interrumpir el sentido social establecido y previsible. Al renunciar a su autenticidad, el sujeto se hace otro sujeto; nunca será “objeto” de nadie porque no se somete al juicio, sino apenas a la sospecha. En la comedia teórica del poseur, la representación se pone en trance de representación a sí misma (2004: 9-13).

Si Gombrowicz concibe la vida como actuación, si representa varios papeles sin atribuirle a ninguno el estatuto de verdadero, es porque su postura respecto de la identidad lo lleva a entender ‒y encarar‒ la vida como representación. El sujeto asume posiciones, se configura de determinado modo a partir de las prácticas discursivas, pero siempre tomando distancia. Como plantea Aira, habría una distancia, un hueco inasible entre sujeto y objeto. Gombrowicz, consciente de esa distancia ‒que él denomina “inautenticidad”‒, opta por la pura representación. O, mejor, la pone en evidencia.

Y qué sería de un actor sin un público: Gombrowicz vuelve una y otra vez a enfatizar la importancia de la mirada del Otro en la constitución de la propia identidad. Las “poses” que asume se vinculan siempre con el interlocutor de turno: “Nada de lo que he dicho aquí es categórico, todo es relativo. Todo depende, ¿por qué ocultarlo?, del efecto que puedan tener mis palabras” (Gombrowicz, 2003: 69). No habría fundamento, sino búsqueda de una reacción.

 

Gombrowicz: ser-entre la filosofía y la literatura

Las subjetividades se constituyen siempre en relación con un afuera constitutivo. Esta característica es especialmente evidente en Gombrowicz, un sujeto-entre por definición: nacido en Polonia, reside en Argentina durante muchos años pero no se identifica plenamente con ningún país. Por otro lado, consciente de la tensión entre forma/autenticidad, este escritor enfatiza la dimensión polémica a la hora de asumir cualquiera de sus poses, en un juego entre adhesión/identificación y distancia que remarca su cualidad border.

Pero podríamos plantear que la identidad de Gombrowicz se delinea en relación con dos prácticas: la filosofía y la literatura. El autor reconoce el influjo de dos corrientes de pensamiento en su propia constitución identitaria: el existencialismo y el marxismo. Pero Gombrowicz, como siempre, polemiza con aquello con lo que se identifica, estableciendo un perpetuo juego entre identificación y distancia.

En cuanto al marxismo, el escritor polaco plantea que el posicionamiento político del escritor no tendría que ver con el partido político que apoye o la clase social a la que pertenezca, sino con el tratamiento que haga del material (postura similar a la que Walter Benjamin sostuvo en “El autor como productor”):

Entonces, ¿por qué yo, teniendo a mano derecha el capitalismo cuyo cinismo soslayado también conozco y a mano izquierda la revolución, la protesta y la rebeldía, surgidas del sentimiento más humano, no me uno a estas últimas? Me importa mi arte y él necesita sangre generosa, cálida… el arte y la rebelión son casi lo mismo. Soy revolucionario por ser artista y en la medida en que lo soy. (Gombrowicz, 2003: 94)

El trabajo que Gombrowicz efectúa con los géneros literarios responde a esta lógica: solamente se puede ser revolucionario en la medida en que se trabajan las formas heredadas (el material propio del escritor) para forzarlas a decir algo nuevo. Por eso Diario argentino es y no es un diario: su inscripción genérica se vincula también con el ensayo, la poesía y la novela; y tiene particularidades como fragmentos en tercera persona, acontecimientos inverosímiles, está dividido en capítulos y es un proyecto signado por el deseo de publicación (y, en ese sentido, apela al lector constantemente), entre otras “anomalías” respecto del género. A partir de tal inscripción genérica, múltiple y anómala, Diario argentino resuelve la paradoja de tener que inscribirse en un género para poder ser legible, y el deseo de evitar recurrir a las formas predeterminadas.

Por otro lado, y retomando la vinculación con el discurso filosófico, Diario argentino plantea una “crisis de universalismo” frente a la cual opone el componente situacional de su pensamiento. Esta crisis se vincula con su resistencia a la Forma, que representa al concepto (o lo conceptualizable), que es parte de la herencia cultural, y que imposibilita una percepción inmediata de lo real. Por un lado, Gombrowicz busca escapar de la tradición:

¿Acaso no tengo que separarme del pensamiento europeo contemporáneo, acaso no son enemigas mías las corrientes y doctrinas a las que me asemejo? Debo atacarlas para forzarme a ser diferente… y forzarlos a ustedes a confirmar tal diferencia. (Gombrowicz, 2003: 20)

Y también, a su vez, reniega del concepto, aquello que fija la percepción:

Ataco a la Poesía por la misma razón que ataco la Nación o ataco el mito de la Madurez: en nombre de la percepción inmediata de las cosas, en nombre de la espontánea humanidad. Ataco todas esas Formas que dejan de ser para el hombre un cómodo abrigo y se convierten en rígido y pesado caparazón. Ataco todo aquello que, contra nosotros, crece por sí solo, y para comprometernos. (Gombrowicz, 2009: 7)

Hemos mencionado a la filosofía como práctica fundante para Gombrowicz. Pero la literatura también lo es, y su relación con el campo literario es clave. Por un lado, se trata de un autor que no encaja: ni –programáticamente– en esos “moldes” que son los géneros literarios, ni en los circuitos literarios de la Argentina de la época: “Soy alérgico a los escritores en grupo en su aspecto gremial; cuando veo a colegas unos junto a otros, me mareo” (Gómez, 2004: 85). Además, plantea diferencias irreconciliables respecto de los literatos argentinos:

¿Cuáles eran las posibilidades de comprensión entre esa Argentina intelectual, estetizante y filosofante y yo? A mí lo que me fascinaba del país era lo bajo, a ellos lo alto. A mí me hechizaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París. Para mí la inconfesable y silenciosa juventud del país era una vibrante confirmación de mis propios estados anímicos, y por eso la Argentina me arrastró como una melodía (…) Ellos no percibían allí ninguna belleza. (Gombrowicz, 2003: 46)

Así como Blas Matamoro define su literatura como un “discurso-entre” (en los lindes donde se cruzan los géneros literarios, en el límite donde la ficción y lo autorreferencial se vuelven indiscernibles), Gombrowicz es, también, un “ser-entre”. Entre lenguas, entre países, en tránsito por espacios y ciudades, alejado de los cenáculos de escritores célebres de la época.

Queda, por último, plantear una cuestión: ¿la obra de Gombrowicz forma parte de la literatura argentina? ¿Cómo pensar la obra de un escritor polaco que escribe en su idioma materno, pero que durante la época de mayor productividad en su escritura reside en Argentina? Hay quienes no solo lo piensan parte de la literatura argentina, sino que incluso lo consideran un elemento fundamental de esta. Aunque, quizás, la respuesta no importe. Especialmente cuando se trata de Gombrowicz, que (como hemos citado anteriormente) ataca al concepto de nación, reniega de los universales y las tipologías que no permiten captar el movimiento fluido y contingente de todo lo humano; que es un sujeto que se sitúa entre países e idiomas, como un outsider perpetuo que, orgulloso de serlo, no se siente preso de la repetición eterna de lo mismo y puede verdaderamente pensar; que concibe a su obra como un combate, sumida en la tensión entre la Forma y la búsqueda de autenticidad.

 

A modo de conclusión

La práctica discursiva permite configurar un espacio donde desplegar los contornos de un sujeto imposible de ser fijado de una vez y para siempre. Gombrowicz construye su subjetividad a partir de la escritura. Allí ensaya y asume los efímeros contornos de su “yo” y las variadas poses que adopta. Es ese el terreno de su lucha contra la Forma, a la vez que allí se encuentra con el límite de ese combate: en la tensión, en el borde entre formalización del discurso y autenticidad, concepto y fluidez de la realidad, cristaliza una voz, asume una pose para poder decir “yo”. Aunque sea por hoy, por ahora.

 

Bibliografía

Aira, César (2004). “Prólogo”, en Gómez, Juan Carlos: Gombrowicz, este hombre me causa problemas. Buenos Aires: Interzona.

Gómez, Juan Carlos (2004). Gombrowicz, este hombre me causa problemas. Buenos Aires: Interzona.

Gombrowicz, Witold (2003). Diario argentino. Buenos Aires: Adriana Hidalgo. —– (2009). Contra los poetas. Madrid: Sequitur.

—– (2010). Autobiografía suscinta. Correspondencia. Buenos Aires: Editorial La Página.

Hall, Stuart (2009). “¿Quién necesita ‘identidad’?”, en Trayectorias y problemáticas en estudios culturales. Bogotá: Instituto Pensar – Pontificia Universidad Javeriana, Clacso.

Kamenszain, Tamara (1976). “Los que conocieron a Gombrowicz”, en Texto Crítico II No 4, México, 5-8/76. Págs. 89-105.

Matamoro, Blas (1989). “La Argentina de Gombrowicz”, en Cuadernos Hispanoamericanos No 469/470. Págs. 271-279.

Piglia, Ricardo (1987). “¿Existe la novela argentina? Borges y Gombrowicz”, en Espacios de Crítica y Producción No 6. Buenos Aires: UBA.

Saer, Juan José (1998). “La perspectiva exterior: Gombrowicz en la Argentina”, en El concepto de ficción. Buenos Aires: Ariel.

Sartre, Jean Paul (1988). “El existencialismo es un humanismo”, en El existencialismo es un humanismo. Buenos Aires: Ediciones del 80.

Para leer El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina completo, pasen por acá.