Gombowicz, o la tristeza de la forma

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Gombrowicz, o la tristeza de la forma

Gombrowicz, o la tristeza de la forma es un artículo de Ricardo Nirenberg; empieza con el descubrimiento de Ferdydurke por parte de él y sus amigos matemáticos y sigue con un análisis minucioso del concepto de la Forma. Al final, y como frutilla del postre, varias de las últimas cartas que intercambiaron Goma y Gombrowicz, en las que se ve el constante juego con la Forma, la tensión por los celos y el final de su amistad.

http://www.albany.edu/offcourse/nov98/gombrosp.html

 
WG.11
 
 

Incongruo y cierto

1958: emergíamos de la adolescencia a duras penas, y alguien trajo Ferdydurke. Néstor Rivière se puso a imitar el estilo, los demás pronto lo seguimos. Hacía veinte años que la primera novela de Witold Gombrowicz había aparecido en Polonia; nosotros, sin trazas de polaco, la leíamos en la traducción argentina de 1947, triunfo que filológica y comercialmente fue un fracaso perpetrado en los cafés. Expresiones castizas y caribes luchan allí con porteñismos renglón por renglón, contibuyendo así a lo insólito del libro. No sabíamos entonces que en ese mismo año de 1958, Julliard publicaba una traducción francesa coherente que lanzaría a la fama a Ferdydurke y a su autor.

Ya maduro, me pregunto: ¿qué resultaba tan extraño y atractivo en ese libro? Lo releo. Gombrowicz dice que él, autor, estaba como el Dante, nel mezzo del cammin, cuando— ya sé, habría que decir “la voz narrativa”, pero insisto, aquí se trata del autor, y no puedo encontrar otro cuya vida y obra estén más enmarañadas— cuando Pimko, filólogo de Cracovia, lo agarra y lo lleva por fuerza de vuelta a la escuela secundaria. El treintañero autor, pues, está sentado en su banco con los otros muchachos; la clase es de latín; el gentil, diminuto y viejo profesor (no Pimko, otro) estudia la lista para ver a quién llamar a responder a una pregunta de gramática; los alumnos están aterrorizados, y el viejecito “vacilaba, meditaba y coqueteaba consigo mismo, hasta que por fin expresó con fe y confianza: Mydlak”. Mis amigos y yo, libres de todo eso hacía poco, simpatizábamos con los alumnos, que, sentados como ranas en círculo, saben que la culebra surgirá y de un golpe devorará a uno de ellos, tal vez Mydlak. ¿Quién de nosotros no ha soñado, aún después de la treintena, la recurrente pesadilla de que nos hemos salteado algún curso, algún examen, y tenemos que volver a someternos al terror escolar? Nuestra simpatía es comprensible. Nótense, de paso, esas palabras, “con fe y confianza”: incongruas, pero ciertas. El viejo profesor tortura a los alumnos; sin embargo, a pesar de los repetidos fracasos y consiguientes aplazos, tiene la fe más firme en que el próximo sabrá responder. La culebra, convencida de que la próxima rana se sentirá muy honrada. Los detalles incongruos pero ciertos son una de las claves del ferdydurquismo.

Que el viejito “coqueteaba consigo mismo” es otro detalle así, pero veo que en la traducción francesa no está. Alicia Giangrande, polaca y gran amiga de Gombrowicz, me dice que en el original el viejito “coqueteaba con el enigma, con la pregunta”. De todos modos, mis amigos y yo quedamos prendados de esos detalles incongruos, pero lo insólito de Ferdydurke reside sobre todo en su contenido, que es la forma: la adquisición y la tiranía de la forma. Toda la obra de Gombrowicz, y toda su vida, están dominadas por ese tema obsesivo. Su caso es el de los filósofos, que tienen una sóla idea principal. Al final de Ferdydurke, el autor huye de una casa de campo que ha sido ocupada por los siervos, y se encuentra en la campaña, desprovisto de forma, “infantilizado”. La prima Isabel aparece detrás de un árbol, y sólo por desesperación, tan sólo para recobrar una brizna de forma, el autor la agarra y dice: “Huyamos”. Él le declara su amor, ella le cree y lo ama a su vez; se cristaliza la forma tradicional de “Dos Jóvenes Amantes” y de “Rapto”, hasta que ella quiere un beso y él no lo soporta más.

El Culito, grado cero del rostro

Esa obsesión con la forma era el nervio tras el ojo de Gombrowicz para el detalle incongruo y cierto, tras su sensibilidad para el rostro, que es máscara, rígido sedimento de la forma. La lectura aún distraída de cualquier libro suyo revela que era misógino y homosexual; una dificultad en traducir Ferdydurke son las muchas palabrejas para el trasero: éste es el fundamento del cuerpo y su parte más vulnerable; grado cero del rostro, simboliza la ausencia de formas y de máscaras. Prima materia, o en jerga de alquimistas, menstruum universaliscaput mortuum. Y aunque allí el pene brilla por su ausencia, no habrá que traerlo por los pelos para ser lo que in-forma, lo que imprime o introyecta forma. La batalla de la Forma, por la dominación, que obsesionó a Gombrowicz y que constituye Ferdydurke, es, si se quiere, la que decide quién encula a quién.

Tema importante, sin duda, pero Foucault y sus acólitos ya lo han agotado; la pregunta inicial era: ¿qué nos atrajo a ese libro? Los detalles incongruos pero ciertos, he dicho. Pero más, ahora creo, el que fuéramos estudiantes de matemática en la universidad. ¡Qué fortuna (en retrospección), salir de la escuela y de la adolescencia, emerger de ese informe buscar, y ser bautizado en matemática, que es Forma en su modo más excelso, la ciencia de la Forma en general! Hoy, en los países avanzados, la matemática es una profesión entre tantas, pero en Argentina y en 1958 era locura quijotesca y rara; nos sentíamos como dioses que habían vencido a los Titanes; para nosotros la matemática era refugio del caos hogareño y de aquél, más amplio, del país. Formas que uno tienta, formas que atenazan, los horribles abismos de lo informe: con temas tales, ¿cómo podía no atraernos Ferdydurke?

Sí, ¿pero cómo? ¿Porque, como dice Lucrecio, es agradable ver desde la orilla cómo otro se debate en un naufragio? ¿O porque sentíamos el frisson del peligro apenas evitado? ¿Veíamos tal vez en ese libro un evitar más alto, un refugio del refugio, algo más allá de la Forma Universal? Difícil decidirlo. El payasesco Rousseau de Ferdydurke, Mientus, busca lo verde, lo genuino, más allá de la ciudad, más allá de los suburbios, en el campo. En los prístinos e informes campos espera encontrar un palafrenero. Néstor, nuestro perfecto ferdydurkista cuyo grito de batalla, inspirado por Mientus, fue “¡Al parque, al parque!”, llegó—Oh Paradoja— a ser matemático brillante, especializado en ecuaciones a derivadas parciales. A los cuarenta murió de cáncer; la Universidad de Minnesota lo honra con una conferencia anual.

 

El Caos maternal

Me parece que aquí hay algo paradójico, hasta siniestro. Pienso: ¿qué es forma? O más bien: ¿qué no es forma? ¡Ay Señor! ¡Ay Señor de Platón que siempre geometrizas, Señor de Galileo que nos hablas, mortales, en signos matemáticos, Señor de Einstein que nunca, jamás, juegas a los dados! Lo único que se ha propuesto que no sea forma es la materia, pero aunque manejamos con soltura la forma inmaterial (por ejemplo, los números), nadie ha podido imaginar materia informe, prima materia. Gombrowicz, lo hemos visto, la asociaba al culo. Cuando se le pedía ejemplo de prima materia al último gran filósofo griego, Plotino, él daba sólo uno: el menstruo. Y para que no quepa duda sobre qué valor le asigna la filosofía, recordemos que la bellísima y sabia Hypatia arrojó su toallita higiénica usada a un estudiante que la acosaba de amores, diciendo: “Esto es lo que realmente buscas, y no es bueno”. La razón padre/forma igual (pero infinitamente superior) a madre/materia, es fundamental en nuestro pensamiento. Riamos con Molière (Les Femmes Scavantes, IV, 1. Philaminte:) “Je lui montrerai bien aux lois de qui des deux / Les droits de la Raison soumettent tous ses voeux; / Et qui doit gouverner ou sa Mère, ou son Père, / Ou l’esprit ou le corps; la forme, ou la matière.” Y ahora escuchemos a Gombrowicz. Cuando volvía de un viaje a Goya (Paraná arriba desde Buenos Aires), de la casa de su amigo Alejandro Rússovich, como había descubierto que Alejandro era muy pegado a su mamá, Witoldo escribe en su Diario de 1954:

“Durante esos días en Goya, y bajo la influencia de Alejandro, sentí otra vez la vieja rebelión—contra la familia, contra Mamá— y aunque comprendía perfectamente la verde ingenuidad de ese estado anémico, me agarró por el cogote. ¡Ah, no amar a la mamá! ¡No amar a la Madre! Y no era por la casuística arriba mencionada. Era más bien un imperativo de belleza, de cierta nueva belleza, digamos belleza “joven”, que susurraba en mi oído: Eres feo cuando la amas; cuando no, eres hermoso y fresco, moderno y poético… eres más hermoso huérfano que hijo de tu mamá”.

Escandalizar a Alejandro o a otros lectores piadosos no era lo que buscaba Gombrowicz, sino expresar una verdad dolorosa y honda. La gran poesía misométrica (es significativo que esta palabra no exista) se remonta por lo menos a Esquilo; el acceso a la Madre como caos, como ápeiron, es demasiado fácil, pero es esencial para un poeta sentir la dificultad y los terrores de acercarse al abismo. Un matemático no debería ocuparse de ello, pero el artista o el poeta… Escuchemos a Auden, en su enigmático Mediodía, en mi traducción:

Qué quieto está todo; los caballos

se han corrido a la sombra, ya las madres

se han ido tras sus jardines nómades.

En cuencas de morena, chorlos

anuncian el final del tiempo,

la ruina de la paradoja.

Pero ascienden suspiros amorosos

de regiones codiciosas, pobrísimas,

avaras, incapaces de incluirse.

Y el huérfano pecoso lanza

guijas que saltan en el agua;

de pronto cesa de buscarlas

Y se imagina que es un trasatlántico

o aquel Lugalzaggisi Voz de Trueno,

el tirano de Erech y de Umma.

Hegemonía de la Forma, luz altísima, mínima sombra, insalubre para madres y caballos. Final del tiempo (la Forma no decae), ruina de la paradoja, único cáncer de la Forma. ¡El mediodía es ya! Cualquier persona madura sabe que todo es Forma, que la pretendida materia (electrones, etc.) no es sino soluciones de ciertas ecuaciones a derivadas parciales, que el Dios de Espinoza, la Voluntad de Schopenhauer y las Fuerzas de Nietzsche, ¡sí, incluso la Mamá!, son, ellos también, objetos matemáticos. En MIT, en NYU, chillan los chorlitos que, gracias a sus enormes progresos en la Forma, estamos todos (¿o sólo ellos?) a punto de apoteosis. ¿Dice usted que hay regiones codiciosas, pobrísimas, que no pueden incluirse? ¡Desarróllense políticas de inclusión! ¡Créditos impositivos, ayuda financiera a la educación, laptops! También en Ferdydurke los alumnos dicen que no pueden, que no pueden gustar de la poesía, no pueden llegar a interesarse en Julio César ni en La Guerra de las Galias, y los profesores dicen que sí pueden, que tienen que poder: por respeto a sí mismos deben hacer el esfuerzo e incluirse en el cosmos de la Forma. Los profesores, claro está, tienen razón. Pero divago. Nótese que el niño pecoso que escapa al Ahora, al Mediodía, es huérfano; al no tener la escapatoria fácil de la Madre, tuvo que ser poeta, volverse un inspirado embustero, de los que desean ser trasatlántico o rey sumerio.

Pero ¿qué decir entonces de esos poéticos y modernos hijos amantísimos? ¿De Rimbaud, Giacometti, Lezama Lima, Borges? Que sus madres, tal vez, eran abismos. De todos modos, Gombrowicz se hizo huérfano, y de ahí, poético y moderno. Sus poéticas aproximaciones al caos no pasaron por la mamá sino por las clases bajas: sirvientas en Polonia, y luego de su llegada a Buenos Aires en 1939, encuentros en el Parque Retiro, lugar turbio y canalla, lleno de morenos y marineros: encuentros éstos tan potentes que aperecen en su obra sólo oblicuamente. Lo envidio. Yo, a los quince, me emocionaba deliciosamente con el final de una novela de Hesse, en que el artista Goldmundo, moribundo, le pregunta a su amigo, el ascético Narciso: “¿Cómo podrás morir, si no has conocido a tu madre?” A los dieciseis, merodeaba por ese mismo Parque Retiro, buscando hembra que me librara de mi virginidad, y cuando por fin le hablé, como a Mamá, de Amor, de Ideal, de Respeto y Lealtad, la chica pareció confundida, hasta que, ya más bien enojada, preguntó: “¿Pero qué mierda querés?” Algo balbuceé de ir a la cama juntos, y ella sonrió como saben hacerlo las mujeres cínicas: “Empezaras por ahí”. Y sin embargo, todavía hoy me estremezco ante los poemas de Eichendorff con música de Schumann. Nostálgico del regazo materno, nunca me he sentido libre ni moderno. Me pregunto: ¿de haber conocido a Gombrowicz, habría aprovechado sus consejos? Vivió en la Argentina entre 1939 y 1963, exactamente como yo. Pero era difícil ser su amigo. Rússovich vivió en un cuarto pegado al de Gombrowicz entre 1948 y 1953, y parece pensar que el Maestro lo largó (de a poco o de repente— los detalles nunca son claros), porque entre ellos ciertos silencios insoportables se habían instalado. Gombrowicz tenía alergia por lo que él veía como una falta de tensión espiritual, o relajo, en los nenes de mamá; por eso pienso que no habríamos podido soportarnos.

¿Qué importa el nombre?

Rússovich vive en un departamento en la calle Cucha-Cucha. Será el nombre de algún combate, pero en Buenos Aires “cucha-cucha” es algo que se le puede decir a un perro para que vaya a acostarse en su casilla. Tonto, torpe, chiquilinada, eso de exprimir nombres. Sí, pero los de calles de Buenos Aires, tal vez porque poco le deban a los poetas, son la poesía más poética. Gombrowicz no fue sordo a su encanto: como título para la colección de cuentos escritos entre 1928 y 1946, eligió Bacacay, el nombre de otro combate y de una calle de Flores, mi barrio, donde habitó un tiempo breve. Sonido que me intriga, y que a veces he escandido: “¡Bah, caca hay!” Sonido amable y exótico, teñido de bajeza: no es de extrañar que le gustara a Gombrowicz. La poesía, en especial la más poética— Mediodía de Auden, nombres de calles— debe ser tonta y moralmente torpe. La hegemonía de la Forma, el mediodía de la matemática, la ruina de la paradoja, todo ello requiere que el nombre esté despegado de la esencia, y que a la pregunta vulgar, ¿qué importa el nombre?, respondamos sin ambages: Nada. Eso, por razones teóricas: todo buen lenguaje es un sistema de diferencias. Y desde un punto de vista práctico, la paz y la justicia requieren que el nombre de un individuo, sea Pérez o Wei-Shu-Chen, esté absolutamente desvinculado de la esencia del mismo, a saber:

  • (a) La mónada, su única, soberana, indivisible e irreducible persona,
  • (b) Su ciudadanía o nacionalidad, y
  • (c) Su poder adquisitivo.

Corolario: en una sociedad justa y avanzada, sólo uno, o sus padres si no está uno en condiciones, tienen derecho a decidir cuál es su nombre y cómo deberá pronunciarse.

Todo esto puede parecer una divagación perfectamente obvia. Obvia puede que sea, pero no es una divagación. Al contrario, estamos siguiendo el camino más corto hacia nuestro propósito, que es éste: Gombrowicz rechaza el inciso (a). Para él, toda persona está formada y definida por otros; rechaza el optimismo de Leibniz, y no sólamente aquéllo de lo que se burlaba Voltaire (que yo y las otras mónadas estamos dispuestas de manera óptima): dice que no somos mónadas. Como lo expresó Sartre: “Nuestra esencia es nuestra existencia”, y por eso Gombrowicz se consideraba existencialista. Muy bien, pero la diferencia es ésta: para el polaco, para el falso conde, somos formados y definidos no sólo por nuestros padres y maestros, por los que ejercen control, sino tanto o más por los que nos son inferiores, los imbéciles, los marginales. El tema es ubicuo en Gombrowicz; elijo “El Banquete” de 1946, el primer cuento de Bacacay. Un rey repugnante y miserable se casa con una archiduquesa, y se pone a ser repugnante en el banquete de bodas; para salvar la situación, el canciller y los cortesanos imitan cada gesto del rey, y así los hacen normales. Cuando el rey, desesperando de ser el repugnante sí mismo, agarra y estrangula a la archiduquesa, los cortesanos estrangulan a una mujer cada uno. Cuando finalmente huye el rey, huyen también los cortesanos, y el huir de ellos tras el rey convierte la huida en una carga de lo más marcial. Por imitación, el rey es formado y definido por sus súbditos, y, nótese bien que no hay manera, ni para un rey, de evitar la determinación.

En el primer capítulo de Moby Dick, dice Ishmael: “Como en este mundo el viento en contra es mucho más frecuente que el de popa (al menos si no violamos la máxima pitagórica), así el Comodoro en su alcázar recibe casi siempre su atmósfera de los marineros en la proa. Él cree que lo respira primero, pero se engaña. Del mismo modo el vulgo guía a sus jefes en mil otros respectos, sin que éstos lo sospechen”. Gombrowicz hubiera firmado gustoso estas palabras, incluso el chiste flatulento; ni él ni Melville, que tanto respetaron lo inferior, lo bajo, habrían comprendido lo que nuestros académicos entienden por “marginalidad”.

Ejercicio para el lector:

Demostrar que su rechazo del inciso (a) unido a su alta valoración de la inferioridad implica que: (1) La vida de Gombrowicz tuvo que ser ardua y él tuvo que ser difícil de soportar, y (2) No tuvo que ocuparse para nada con los incisos (b) y (c). Usando esto, deducir que pudo ser (y fue) completamente libre del utopianismo y mitomanía que afectó a Heidegger, a Sartre y tantos otros.

Habiendo rechazado la esencia, Gombrowicz naturalmente rechaza el teorema que dice que el nombre debe mantenerse separado de la esencia; habiendo rechazado ese teorema, naturalmente rechaza el corolario que dice que uno debería ser libre de decidir cómo se llama. El que decidía era él. Y así, rebautizó a cada uno de sus amigos argentinos:

(1) Alejandro Rússovich (1925- ) era Ruso.

(2) Juan Carlos Gómez (1934- ) era Goma, apócope de Gómez, claro, pero también material receptivo, capaz de adquirir la forma del Maestro.

(3) Mariano Betelú (1937-1997) era, entre otros apodos, Flor de Quilombo, y, por elipsis, Flor.

La lista tendría que ser más larga, pero me limito a nombres que aparecen en las cartas inéditas entre Gómez y Gombrowicz que serán nuestra pièce de résistance. Que yo sepa, nunca nadie apodó al Maestro: él fue siempre Gombrowicz o Witoldo.

Jueguitos y Celos

Gombrowicz partió a Europa en 1963, tras casi veinticuatro años en la Argentina, con una beca de la Fundación Ford. Su reputación internacional estaba en ascenso, y fue bien recibido y festejado por los círculos literarios. A su Diario Argentino sumó nuevos volúmenes, desde Berlín y París, llenos de observaciones inteligentes y provocadoras. Sus novelas se traducían, sus obras teatrales eran aclamadas. Pero Europa y la fama le pesaban; se sentía fuera de su elemento, dépaysé. La Forma lo atormentaba doblemente: el reconocimiento provoca rigidez; había sido forzado a ser Gombrowicz, su estilo, sus obsesiones y todo lo que acompaña a la autoridad; además el círculo, esa forma tan simple y tan perfecta, y por lo mismo tan aterrorizante como el caos: el círculo lo tenía atrapado. Berlín es cerca de Polonia, sintió que había completado un círculo, y que eso simbolizaba muerte. Su salud se deterioró: gripe, el asma de siempre y nuevos achaques cardíacos; más de un mes postrado en cama o en el hospital. Extrañaba a “la patria” y por unos meses planeó volver a la Argentina en setiembre del 64; pidió a sus amigos, a Gómez en especial, que le encontraran una vivienda adecuada en las afueras de Buenos Aires, para habitarla con Goma o Flor, o con ambos. Entonces pasó algo insólito, un detalle incongruo pero cierto. En mayo del 64 Gombrowicz estaba en Royaumont, lugar de actividades culturales cerca de París; allí conoció a una estudiante franco-canadiense de 23 años, Rita Labrosse, y sin perder un minuto le propuso vivir juntos en Provenza.

Al día siguiente, recobrada de la sorpresa, Mlle. Labrosse estaba dispuesta. Por una vida en Vence con Rita, fueron abandonados el retorno a la Argentina, la vida en común con Goma o Flor. Seguramente Gombrowicz había percibido que estaba repitiendo Ferdydurke: como su héroe treintañero, él, a los 60 y en un atolladero— solo, enfermo, nostálgico— se agarra a la primera mujer y dice: “Huyamos”. Vivieron juntos en Vence; al final del 68 se casaron, y en julio del 69 Gombrowicz murió.

Pero no nos adelantemos. Hace poco, Juan Carlos Gómez me dió copia de sus cartas de Gombrowicz— unas cuarenta escritas desde Europa entre 1963 y 1965— sin otra condición que “hacé con esto lo que quieras”. Gracias a esa generosidad, estamos en condiciones de echar una ojeada en la amistad de maestro y discípulo y la lucha que sostuvieron con la Forma, que tuvo que ser lucha entre uno y otro. Para evitar malentendidos, aclaro que la amistad de estos dos hombres se ejercía en ideas y pasiones, no en contacto sexual.

El 21 de agosto de 1964, Gombrowicz escribe: “Fíjese que no es muy cierto que yo vuelva ahora a la Argentina. Me dicen que el calor del verano puede perjudicar el corazón, además parece que tendré que ir a las montañas”. Y de todas maneras, “Mejor para Uds., Goma, que yo no vuelva. Estoy flojo, deprimido, melancólico y a las 10 ya estoy en la cama”. En la carta siguiente, de setiembre 10, Gombrowicz da la gran noticia: “Allí, en los Alpes Marítimos, estaré con una joven canadiense (23 años) de extraordinaria eficacia y que me ama tiernamente y me procurará cuidados”. Agrega cruelmente: “Triste, de veras, que esto será muy distinto de lo que hemos planeado, supongo que no pasará gran cosa, pero, Goma, ¿acaso era posible prolongar indefinidamente este jueguito nuestro en la Fragata?” (era éste un café donde los dos amigos se reunían; el “jueguito” era su conversación, su amistad). “Estoy con Rita, la candiense, me ama tiernamente”, escribe el 16 de octubre, y en noviembre 15 agrega, además de un plano del departamento: “Rita es una niña que digamos moderna, desde 5 años vive en París escribiendo una tesis sobre Colette (todavía reúne materiales), amiga de Dalí, etc. Lo encantará, Goma, es vivísima, nada tonta, charla, ríe, jode, cocina, viste (muy bien), es de la última ola y en el viento [subrayados en el original] (dans le vent). Frescura de alma. Exigente en el amor. Enloquecida conmigo. Carita enloquecedora, cuerpito bikini”.

Tras la torpeza dolorosa de esas frases, sentimos la vergüenza de Gombrowicz. No iba a escribir “la amo” o “la quiero”: ¡qué esperanza! No sé en Polonia, pero entre hombres argentinos tales cosas no se decían, no era la forma (aún hoy me asombra la extraordinaria facilidad norteamericana con ese verbo tan arduo). Gombrowicz era muy riguroso en ese sentido, odiaba la sentimentalismo. Así pues, es ella quien lo ama, ella está loca por él. ¿Qué es la vergüenza sino un cruel coletazo de la Forma? Nuestro autor era conciente de vivir su propia obra, de que no podía escaparla. “Supongo que no pasará gran cosa”, “me ama tiernamente”, “enloquecida conmigo”. Está cogido, y lo sabe bien. Entonces escribe: “Rita es una niña que digamos moderna”, “amiga de Dalí, etc.”, “dernière vague”, “dans le vent”, y cualquier Ferdydurkista, ciertamente Gómez, no podían dejar de percatarse del significado de esas frases. Evocan a un personaje del libro, Zutka la Moderna, la colegiala de dieciséis años, la adolescente ruda y narcisista que se arranca pellejos de piel tostada, lustra sus zapatos de suela crêpe y patea al autor en el tobillo. Tal vez Gombrowicz quería asegurarse de que Goma no se confundiría: Rita no era Isabel, la chica bastante tonta con la que huye al final, ¡oh no!, más bien era Zutka, la chica vivísima y última ola, a quien el autor quería impresionar y de quien “se enamora”.

Esas comillas no son sino estigmas de la forma fósil; “enamorarse” en Ferdydurke sólo tiene relaciones lejanas y tenues con el Fedro, la Vita Nuova, Denis de Rougemont, o incluso Proust: es una máscara grotesca, con ornamentos opcionales de plumas de color y chillones coups-de-foudre de neón. No hablo de la vida en común de Rita y Witoldo: de eso no sé nada; aquí la comunicación entre Witoldo y Goma, moldeada y sellada por Ferdydurke, es lo que está en cuestión. Los dos uncidos al mismo estilo, que ni uno ni otro pudo o quiso deshechar. Cuando Rita aparece en escena, las cartas se vuelven hostiles y acerbas: ¿cómo podía Goma no resentir que Zutka se metiera en esa perfecta amistad de hombres, y lo peor, que mantuviera al Maestro lejos?

En setiembre 30, respondiendo a las noticias sobre Rita y a la frase cruel sobre “el jueguito”, Goma manda una carta amarga. “¿Así que el jueguito nuestro de Fragata le resultaba insuficiente? – ¿Será por esto que no encuentra razón para regresar a la Argentina? ¡Cómo una frasecita descubre el alma, amigo!” “Ud. es un actor y su vida una pequeña y grande creación obscura, artificial y dolorosa”. Goma lo acusa de no creer en sus propias enseñanzas, de ser un hipócrita. Y termina con un sarcasmo: “Sus relaciones con la canadiense de veintitrés años han producido una excitación general. ¡Bravo maestro! Empuje, adelante. ¡Fuerza león!” En octubre 16 Gombrowicz escribe en tono mesurado, respondiendo apenas a las andanadas de Goma: “Su última resultó un tanto enervante. Cosa curiosa que no les entra en la cabeza que estoy mal de salud. No puedo volver”. Pero de ahí en adelante, la cartas se tornan más amargas y la ruptura se vuelve inevitable. La amistad está arruinada—la palabra vulgar, pero por lo vulvar justa, es escoñada. Creo que el detalle más terrible es éste: Goma estaba ofendido por la pregunta retórica de Gombrowicz acerca del jueguito en la Fragata, cuando en realidad la ruptura se debió a que ninguno de los dos pudo dejar de jugar, a la distancia, el jueguito habitual. Transcribo ahora, con algunos comentarios que creo necesarios, cuatro de las cartas que llevaron a esa ruptura. Espiémoslos en su jueguito.

Carta de Gombrowicz a Gómez (Goma), Noviembre 25, 1964 

« Yo le estoy suplicando, Goma, desde que dejé las costas sudamericanas, que no me mande certificadas. Bueno, su última, además de ser certificada expreso, es lo más estúpida que hasta ahora recibí. 1.)Acaso no sabe que Ferdy ha sido editado en Italia hace 4 años? 2.) Se imagina, tontamente, que no he recibido su penúltima con la carta yugoslava y ¡da la casualidad que la recibí! 3.) No venga haciendo líos con Arnesto cuyo prefacio me resulta lleno de brillos y hechizos, además de ser muy talentoso como todo lo que escribe él. Va a ver, Goma, que terminará por sembrar entre nosotros desconfianza y recelo, ya verá, la gente lo repite todo, no sea pavo. 4.)Como si fuera poco Ud., en vez de mandarme noticias, trata, según parece, en 5 carillas, de enseñarme la filosofía de Sartre. ¡Juá, juá, juá! Lo de que el dolor o el placer cobran valor dentro de la perspectiva del existente, de su mundo, de su situación, de su finalidad, de su futuro, de su proyecto, esto lo sabe cualquier niño. Lo que no saben algunos adultosrecién iniciados es que en Sartre (como en todo cartesianismo) el ser se funda en la conciencia, es decir, que si Ud. es conciente de este vaso, el vaso es (aunque no le procuraría ni placer, ni dolor). Esto es lo que yo condeno, tarado, pues lo sé hondamente que la existencia no es una relación tranquila, suelta, sino una relación convulsa— y no una libertad (igual en qué sentido) sino una tensión. Todas las estupideces de Sartre provienen del hecho que se relacionó con el dolor con una tranquilidad doctoraltípica para los cartesianos. No comprendió ni el cuerpo, ni el dolor. Por lo tanto le sugiero Goma amistosamente que diga a todos los amigos que lo considero a Ud. bastante tarado. Salú. W.G. »

Comentarios:

“El prefacio de Arnesto”: Ernesto (deformado en Arnesto por Gombrowicz) Sabato escribió un prefacio para la edición argentina de Ferdydurke de 1964. Como era de esperarse, el autor de Sobre Héroes y Tumbas atiborró esas pocas páginas con una borra espesa de referencias filosóficas<— la enantiodromíade Heráclito (proceso en el que algo se transforma en su contrario), Kierkegaard, Dostoievsky, Unamuno, y el Nietzsche joven de Apolo versus Dionisio (Gombrowicz). A Gómez no le gustó, y con razón. Pero Sabato y Gombrowicz estaban de acuerdo en promover la obra del otro, y sus relaciones fueron cordiales hasta el final. “La carta yugoslava”: Gómez no sabe de qué se trataba.

Carta de Gómez a Gombrowicz, Diciembre 6, 1964 

« Gombrowicz:

Recibí su muy atta. y dionisíaca del 25 de noviembre. Sí amigo sí, el prefacio del monstruo es una joya encantadora, llena de hechizos además con cadera ondulantes, muslos suaves y carita enloquecedora. ¡Ay! ¡Qué cuerpecito talentoso! Amorcito, ti, ti, gallinita— ¡chuic!

Para que tenga una idea de mi cambio respecto al trabajito tierno y calentito del pterodáctilo— calzoncillo, calzoncillitos, calzoncituelos— le hago saber que cuando converso acerca del asunto recito, textualmente, las misma palabras.

Los amigos me dicen que Ud. no está tan enamorado del prefacio como parece, sino que teme decir la verdad: Verba volant, scripta manent. ¡Tontitos irrazonables! ¿Qué saben ellos del corazoncito ablandado? Ricurita de prefaciuelo, bombón con manecitas mías, brazuelitos enantiodrómicos, naricita ¡chu, chu, chu!

Claro que sí, maestro: el ser se funda en la conciencita, la culpa la tiene Cartesius— ¡feo, feucho, estúpido! y el vaso es, aunque no me ocasione dolorzucho ni gustito. Ahora fíjese: yo le doy a Ada lecciones de filosofía y ella me aclara que el ser no se funda en la conciencia. Bien expresado, en el caso de que Ud. se refiera al para-sí, el ser es la conciencia. Si en cambio hace mención al en-sí peor todavía, porque la conciencia introduce la Nada en el en-sí, tal como si metiera aire en un huevo lleno, pero no lo funda. El existente es el ser que nihiliza la plenitud del ser-en-sí y , de hecho, el proyecto de alcanzar la dignidad del en-sí-para-sí.

La princesa sugería que para conducirse con alguna precisión en el misterio del en-sí, para-sí y en-sí-para-sí, hay que guiarse por un misterio equivalente: el de la Santísima Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo, en ese orden.

¡Mala, Ada! ¡malita, orgullosa, pituca, Añuela! ¡No es verdad, principita! Si cualquier niño sabe cómo se funda y dónde hay que fundar. Hay que fundar en situación y con la tibiecita perspectiva del mundichuelito.

Por otra parte, si soy conciente de este vaso, entonces, en tanto que para-sí, establezco una relación en-sí-para-sí imposible de realizar sin pasión, pues la conciencia Sartriana no es la de Cartesius para quien los sentimientos eran ideas obscuras e indiferenciables, ni tampoco la forma de la sensibilidad y del conocimiento Kantianas. La actividad nihilizante del para-sí en la plenitud estática del en-sí es la base de la ontología existencial. El ser y el fenómeno del ser de un vaso, cuando han caído por la presencia del para-sí en la totalidad indisoluble del en-sí, para-sí no pueden darse ajenos al dolor o al placer. Tal cosa sólo es posible en el reino del en-sí; pero el ser-en-sí, aislado y separado de la relación hombre-mundo, no le interesa a nadie y mucho menos a Sartre. ¡Caprichitos, Adatila! ¡pedantuela, amanerada, principita! Nosotros, los adultuelitos recién nacidos, sabemos que la existencia es una cerdita convulsa, tuturú, tururú, trácate. ¡Cartesius, chanchulón!

En el ambiente se comenta que Ud. agigantaba a Sartre para golpear a Proust y, de paso, a toda la literatura francesa— Diario de París— mientras no sintió que el filósofo, demasiado crecido, había llegado a sobrepasarlo. Entonces aparecieron las desavenencias— Diario de Berlín. Además se opina que las estupideces del franchute no provienen de su relación tranquila y doctoral con el dolor sino de Ud.

¡Burritos de orejitas fofas y larguruchas! No saben nada del cuerpete, rechupete, que duele ¡ay! ¡muach! bikini, mokini, bini, ni…

Los amigos ya están enterados de que me considera bastante tarado. No obstante, como también están convencidos de mi superioridad filosófica, han empezado a preocuparse por la deplorable opinión que Ud. debe tener de sí mismo.

A efectos de levantar el nivel de nuestra polémica yo le sugiero que transcriba, literalmente, párrafos de El Ser y la Nada, a menos que tenga la intención de convertise en un blanco perfecto.

Lo mejor de su carta es la estampilla grandota del sobre— cautivante. Lamento mucho que el ofrecimiento del Titante de Montegiardino haya echado luz tan dudosa sobre mi memoria. Palabra de honor que no recordaba nada respecto a la edición italiana de Ferdy

ja…ja…ja… Salú, Gombrowicz, Salú.

6 de diciembre de 1964

P.S.: Según se desprende de su amena cartichuela ha decidido reemplazar la libertad existencial por la idea de tensión. Ada le recomienda que averigüe, antes de seguir adelante, si es alterna o continua; el nuevo concepto puede llegar a explotar. ¡Boba Aduelita, mala y fea!»

Comentarios:

Para entender esta carta no hace falta entender a Sartre tanto como ciertas claves del idioma, mezcla de Ferdydurqués y Tía Vicenta, revista humorística muy popular en esa época: uno de sus personajes se llamaba “el reblandecido”. El sentido del indigerible estofado de en-sís y para-sís creo que es éste: tras su arreglo con Rita y su abandono de planes de retorno, Witold se ha vuelto un reblandecido. El Ser y la Nada es un pretexto: tras la furia de Gómez está Rita, la intrusa. “El pterodáctilo” es referencia a Sabato, basada en un murciélago de Sobre Héroes y Tumbas. “La princesa” es Ada Lubomirski, amiga de Gombrowicz que hoy vive en Nueva York. La tensión alternada o continua se refiere a un tocadiscos que Gombrowicz había arruinado al usar un enchufe incorrecto.

 

De una carta de Gombrowicz a Gómez, diciembre 6, 1964

« … ¿Sabía, Goma, que usted es un asno? Sépalo, entonces. Me refiero, claro está, as su asnada con Sartre.

Goma pienso darle un regalito, una camisa, algo así, pero no ahora, ya que Flor me devoró todo.
Aquí tan barato no es. Pero comemos bien. Hoy, p.e.

Crevettes con vino blanco

Lapin à la provençale

Quesos (varios)

Peras en almíbar

Salú Goma. W.G. »

Comentarios:

Los lectores del Diario de Gombrowicz estarán habituados a sus menúes minuciosos, un valorizar lo cotidiano que corresponde al valor alto de lo bajo. A medida que la relación entre los dos amigos se va deteriorando, dominan las mañas literarias, notablemente la contradicción flagrante y provocativa, como el deseo de hacerle un regalo a Goma, si no fuera que Flor (¡otro triángulo!) “me devoró todo”, lo cual no impide la cena deliciosa.

Carta de Gombrowicz a Gómez, enero 8, 1965 

« Mi pobre Goma, demoré esta carta pues la suya última era otra vez EXPRESS CERT. Si me manda otra así le contesto dentro de 3 meses.

Su pecado epistolar es la abundancia; Ud., Goma, en vez de contestar con dos o tres sarcasmos, me manda toda una bolsa… Comprendo, por otra parte, su entusiasmo de principiante, esta ebriedad de fórmulas, teorías y otro palabrerío… muy felizmente, Arnesto, en su brillante prefacio, ha subrayado la diferencia entre un existencialismo como el mío, auténticamente existencial, y el de las teorías… ¡Ah, bella edad la suya!… Por otra parte, Goma, Ud. aún dentro de la teoría no pesca, que digamos, de qué se trata y se deja hechizar con las palabras.
¿Acaso sabe que en su libro último “Les Mots” ese asno ha confesado que todo su existencialismo es una asnada?

Ya ve Goma: su situación está arruinada, su prestigio intelectual aniquilado, todos se ríen y dicen “qué gomadas dice el pobre Goma!”

Nada especial— o hay algo, pero este “algo” no se perfila todavía nítidamente.
Espero que en el futuro será más cortés con las damas que le envíen sus fotos.
Paternal
— mente

Cordial»

Comentarios:

Rita había enviado una foto suya (o de una hermana, cree Gómez) con la dedicatoria: “Rita hully-gully les manda besos Monokini auto-stop”, alusión clara y humorística a la carta de Goma de diciembre 6. Pero humorísticamente o no, Gómez nunca contestó.

Endurecimiento y ruptura

La correspondencia no duró mucho más. En enero 24, y en febrero 14 y 28, el maestro notifica que lo está pasando mal; detalla sus enfermedades y pérdidas de peso, encuentra que “la existencia, sabe, es la Nada llena o mejor rellena… no siempre de golosinas”; insiste que aunque Rita lo quiere con locura, lo que lo afecta a él no es amor sino su necesidad de cuidados. En este repetitivo y desagradable tornar a Rita en algo-a-mano suenan ecos de Sartre; Gómez, por su parte, no habla de otra cosa: El Ser y la Nada se ha convertido en un jueguito competitivo, un pretexto para que ambos olviden su propio ser, su propia nada, y para ahogar su amistad. En la carta final, del 27 de marzo, Gómez concluye sentenciosamente: “El hombre es una pasión fracasada y no tiene derecho a contar eternamente con nada. Pagué $ 6.000 a Flor correspondientes a las mensualidades de enero, febrero y marzo. Chau Gombrowicz.” Eso fue todo.

Los intentos fracasados de comunicación son cosa triste, y además ejemplares cuando se trata de un artista, cuya vocación es comunicar. Todo artista se ocupa de algún tipo de forma, y Gombrowicz de la Forma en General: su fracaso en la amistad nos advierte que forma e información no son lo mismo que comunicación y comunión, y que la cuestión de esa no-identidad siempre tendrá el más alto interés. Que yo sepa, nadie fue más conciente que Gombrowicz de los peligros de la Forma, sus cánceres y sus efectos momificantes; para mantenerse vivo él tenía que refrescarse en lo Informe, y así lo decía en toda ocasión.

Pero escuchando a Gombrowicz, ¿no hay allí una disonancia que deberíamos resolver? Pues si lo que uno quiere es refrescarse en lo Informe, es difícil explicar ese rechazo a la Madre, cuyo regazo es refugio de la Forma, más suave que esos suburbios tradicionales del ápeiron— el burdel, o en el caso de Gombrowicz y mío, el Parque Retiro. La madre es demasiado fácil, dije, pero hay otra cosa que espantaba a Gombrowicz: en todos sus descensos a lo Informe, él insistía en bajar como artista, como potencial creador y demiurgo. El mundo que él crease podía ser miserable, formado de elementos infames, pero él era el autor, y en eso consistía su dignidad. Su última novela, Cosmos, es eso, el mito egipcio de Atum, en que un dios crea un mísero mundo masturbándose. Pero desde el punto de vista de Mamá, el artista no es demiurgo sino hijo. Él es creado por ella. Para Witoldo eso era un problema.

“Vergine madre, figlia del tuo figlio”, la plegaria de San Bernardo a la Virgen, en el canto postrero de la Commedia: ¡qué fantasía impar y culminante, la madre que es hija de su hijo, la que es superior e inferior, baja y soberbia, “Umile e alta più che creatura”! Gombrowicz denunciaba (enfureciendo a Ungaretti) los versos en el portal del infierno dantesco, la rima sádica dolore – amore; sospecho que la plegaria bernardina le parecía no menos perversa. No, su mamá no podía ser su hija, y siendo él hijo no podía ser demiurgo. Creo que esto resuelve la aparente disonancia, porque el Maestro de la Forma descendía a lo Informe sólo como capo o como conde, para ejercer su poder de formar. Pero lo Informe no es, o no es tan sólo, un mar lejano y circunferente. Toda vez que nos encontramos con alguien surge entre ambos un espacio en blanco, un lote vacío y una suerte no echada: su geometría será el impredecible resultado de nuestras libertades. Bajar a lo Informe como capo o como conde no conduce a la comunicación entre dos hombres.

Artista, capo, conde, demiurgo: y sin embargo Gombrowicz, como Melville, reconocía el gran poder de lo inferior, de lo inmaduro e informe. ¿Contradicción? No más que en el célebre pensamiento de Pascal: “El hombre es sólo un junco… Pero aunque el universo lo aplaste, el hombre será más noble que su asesino, porque sabe que muere, y que el universo es más fuerte que él; el universo no sabe nada”.

En cuanto a Goma, ofendido, decidió abandonar al maestro, y notemos su táctica magistral de bombardearlo con Sartre. Precisamente con Sartre y con El Ser y la Nada, donde sólamente son obvias miconciencia y mi libertad, mientras que las del otro son problemáticas. En su ataque salvaje, Goma pretendió ser también él superior; él el capo, el noble conde, el filósofo, el demiurgo, el pensador. “Toda la dignidad del hombre reside en su pensamiento”, dice Pascal, y Goma, quien desde el punto de vista del maestro era el joven, inmaduro si brillante contacto con lo Informe, ¡intenta robarle la dignidad sagrada! ¡Insoportable! Una y otra vez Witoldo trata de bajar a Goma de la silla del pensador y volverlo a “lo verde”, a la ingenuidad. “¡Ah, bella edad la suya!” y “Qué daría yo por volver a descubrir…”, y anunciaba su intención de dar algún regalo a su joven amigo. Todo en vano. El mejor regalo que Gombrowicz hubiera podido darle a Gómez no era “una camisa, algo así”, sino una tregua en el juego, un caritativo aflojar de esas tenazas de fierro. Tal vez era imposible.