GOMBROWICZ COMO PERSONAJE DE FICCIÓN EN LA LITERATURA ARGENTINA
Pau Freixa Terradas
Gombrowicz no es solo uno de los íconos de la mejor literatura, también es el protagonista de la mayoría de sus propias novelas. Desde sus inicios literarios el recurso de la autoficción fue primordial para el escritor polaco y poco a poco, a medida que se iba desarrollando su carrera literaria y se formaba su imagen pública como escritor e intelectual, paralelamente se afianzaba un alter ego literario de su persona.
Así, ya en Ferdydurke, Gombrowicz se erige como protagonista de su obra. En esta primera novela, el recurso autoficcional está plenamente justificado por el tema y el objetivo original de la novela: el autor del libro de relatos Memorias del tiempo de la inmadurez decide lanzar en su nueva obra una dura diatriba escrita desde la primera persona del autor contra los críticos literarios que no han entendido su obra precedente. Al final el panfleto se acabará convirtiendo en una sorprendente novela filosófica de acentos mucho más amplios, pero el autor se da cuenta de los beneficios de la autoficción y decide mantener la identificación entre protagonista, narrador y autor. De esta forma el escritor descarga sobre su persona toda la responsabilidad del comportamiento y de las conclusiones morales a las que va llegando el protagonista. Asimismo, el autor asume de forma doble toda la carga intelectual y provocativa de la obra, se involucra de forma más personal en la trama y la temática de la historia y enfatiza el carácter realista de su arte. Este recurso se muestra tanto más original si tenemos en cuenta que Ferdydurke y las novelas que vendrán después son sobre todo novelas de ideas, en que los personajes representan agentes simbólicos que van desarrollando con sus peripecias toda la trama filosófica de la obra. Seguro de su hallazgo estético, que le proporcionará desde el principio –entre otras cosas– una voz propia de escritor, Gombrowicz no abandonará ya el recurso de la autoficción.
En su siguiente novela, Trans-Atlántico, la identificación entre protagonista y autor ya no presenta la menor duda, no tan solo por tratarse aparentemente de unas memorias licenciosas, sino porque el tema moral a tratar necesita de toda la implicación moral del autor. Huelga aquí recordar la inmensa tormenta que despertó Trans-Atlántico en los círculos de la emigración polaca y resulta evidente que la correlación entre el Witold ficcional y el Gombrowicz autor enfureció, si cabe, más a los numerosos detractores de esta fresca y provocativa novela.
Con esta y sus siguientes novelas, todas ellas partiendo de un planteamiento inicial y una estructura muy similares y siempre protagonizadas por un alter ego reconocible del autor, se fue conformando una poética y un modelo novelesco muy firme y reconocible. Aunque en su libro Autoficción y otras mitomanías literarias Vincent Colonna considera a Gombrowicz como uno de los autores que inauguran la autoficción moderna, la forma tan especial en que esta se liga a la trama y la función moral específica que desarrolla hacen que el modelo gombrowicziano resulte irrepetible. De esta forma Gombrowicz se convierte en un autor original e inconfundible con una poética cerrada y rígida que se repite en forma de variación novela tras novela y que hace imposible cualquier forma de imitación o filiación directa por parte de otros autores porque en rigor representa un plagio de sí misma.
Paradójicamente, aquello más apropiable por parte de posibles “receptores productivos” de su obra parece ser el mismísimo nombre propio del autor en su transformación ficcional o, para ser más exactos, la posibilidad de recrear el personaje Gombrowicz bajo diferentes formas. Curiosamente, en una irónica pirueta de la Forma literaria, Gombrowicz puede “hacer callar a los epígonos”, como diría Ricardo Piglia (1986), en lo referente a su obra, pero no puede evitar que reproduzcan su persona, que deformen su Forma personal, que imiten incluso sus poses y, en definitiva, que le “hagan el morro”, para utilizar la terminología propia del autor. ¿Resulta necesario recordar aquí cómo odiaba Gombrowicz que se hablase de su persona de forma inadecuada y la manía que tenía en comentar y esclarecer su propia obra en los prólogos y posteriormente en el Diario y otros textos, por miedo a ser indebidamente interpretado, deformado?
Evidentemente, la autoficción y sus egos experimentales quedan circunscritos a la literatura firmada por el autor, pero no así la entidad “Witold” o “Gombrowicz” como personaje literario, teatral, cinematográfico, etcétera, que puede ser retomado por cualquier otro artista bajo su propia responsabilidad. En el caso del escritor que nos ocupa, el hecho de que este protagonizara en general sus propias obras ha facilitado el camino para la recreación de la figura del autor en obras posteriores.
En Polonia, donde su obra es bien conocida y goza de un considerable halo de veneración (o demonización), la creación de Gombrowiczs ficcionales resulta bastante natural, siempre y cuando se reproduzca de forma más o menos fiel alguno de los “Witold” o “Gombrowicz” ya ficcionalizados previamente por el autor en sus libros. Así, la retoma de un Gombrowicz protagonista de historias se limita en general a las adaptaciones teatrales o cinematográficas de algunos de sus textos. De esta forma, encontramos al Józio (Pepe) de Ferdydurke o al narrador/Fryderyk1 de Pornografía protagonizando películas o como refuerzo a documentales, y al Witold de Trans- Atlántico o al narrador de Cosmos como protagonistas de adaptaciones teatrales. Estos nuevos personajes casi nunca parten de la figura real del autor, como mucho pueden dejarse inspirar vagamente por esta. Sin embargo, no existen en Polonia recreaciones artísticas de la biografía del autor y en general son pocos los artistas locales que se dejan seducir por una apropiación más radical y subjetiva de la figura del autor de Trans- Atlántico.
En Argentina, en cambio, encontramos un panorama diametralmente opuesto. En la otra patria de Gombrowicz su obra sigue siendo relativamente desconocida y su escritura elitista queda confinada a un número reducido de lectores selectos.2 A pesar de haber escrito en castellano y de haber discurrido ampliamente la temática local, el autor del Diario argentino, como es sabido, no ha entrado en el canon local y solo en los últimos años empieza a percibírsele como escritor de la tradición nacional. No obstante, a lo largo de las décadas su persona se ha ido erigiendo en una especie de figura de culto al estilo del poeta maldito para una parte de la juventud y el mundo literario local. Este halo de leyenda en torno a la extravagante personalidad del autor, su peripecia vital y sus ideas iconoclastas, se parezcan o no a lo que nos muestran los datos objetivos de su vida y obra, ha posibilitado la retoma de un Gombrowicz ficcional, irreverente y outsider, que a menudo poco tiene que ver con el Gombrowicz real y menos aún con el autoficcional.
En la Argentina esta forma de retoma literaria parece del todo natural si tenemos en cuenta que el epígono potencial fácilmente puede estar más familiarizado con la figura del escritor que con su obra. Por lo tanto, no resulta extraño el hecho de que esta retoma se opere desde la ficcionalización, novelación o reformulación en clave del autor o de su leyenda local, y solo en un grado muy inferior desde la transformación del personaje ficticio “Witold” o “Gombrowicz” preexistente, modelado por el autor polaco en sus novelas. En este sentido, la autoficción gombrowicziana y la retoma de un Gombrowicz ficcional por parte de los escritores argentinos no responde tanto a una relación de continuidad literaria o de intertextualidad lógica, intencionada, como a una casualidad fruto de la configuración específica del sello “Gombrowicz” en el imaginario del país suramericano. Es precisamente la preponderancia de la figura del autor sobre su obra lo que hace tan característica la configuración específica de la curiosa forma de recepción que observamos. Por tanto, el recurso de la autoficción que encontramos en su obra –más allá de la vocación de poseur del Gombrowicz real– resulta significativo solo como fuente de inspiración (especialmente el Witold de Trans-Atlántico) o motivo intertextual para alguna de las obras que lo retoman, pero sería un error pensar que este constituye el desencadenante o motor principal de este fenómeno.
Ciertamente, las características propias de la recepción de Gombrowicz en la Argentina no pasan tanto por la recepción de la obra, sino más bien por la representación imaginaria de esta, de lo que esta significa y muy especialmente de la figura mitificada de su autor, que conllevan una forma de recepción productiva o efecto en cierta manera sui generis de este caso tan específico de recepción.
Si en un contexto determinado la figura del artista (o al menos una representación popular relativamente indeterminada de la obra encarnada pobremente en la figura de su autor) es más atractiva al consumidor de cultura que su propia obra, es normal que la recepción productiva de este determinado autor provenga más de la fascinación que su figura ejerce sobre el artista receptor (incluso después de haberlo leído, especialmente si no existe previamente un aparato crítico que comente la obra), que no de la asimilación de sus lecturas, en todo caso abusivamente atentas a la figura mitificada del autor.
Mientras resulta difícil observar signos tangibles de un rastro artístico de la literatura de Gombrowicz en los escritores argentinos, resulta mucho más fácil observar homenajes literarios al escritor polaco por parte de estos. A veces estos homenajes toman la forma de paratextos –como en el caso de la larga cita gombrowicziana que encontramos en la Rayuela de Julio Cortázar que, publicada en 1963, representa seguramente el primer homenaje literario a Gombrowicz por parte de un escritor argentino–, pero más a menudo encontramos situaciones o personajes literarios que nos remiten a la figura o a determinados referentes biográficos del autor de Ferdydurke. Precisamente esta parece ser la forma predilecta de lectura y recepción productiva de los escritores argentinos en cuanto a Gombrowicz. Así, a partir de principios de los años 80, encontramos en la literatura argentina una presencia considerable de personajes literarios que toman ciertos rasgos psicológicos, intelectuales o biográficos del autor polaco.
Normalmente estos aparecen bajo pseudónimos de resonancia eslava o centroeuropea, pero también hallamos ficcionalizaciones directas que conservan el nombre y apellido reales del autor. Asimismo, tanto pueden representar fragmentos de la biografía del polaco ficcionalizados y reinventados, o simplemente novelados, como homenajes o, de forma más sofisticada, apropiaciones intelectuales de la figura para fines literarios y sobre todo ensayísticos. No obstante, solo una parte de estas adaptaciones ficcionales de la figura pueden considerarse formas hipertextuales, en el sentido genettiano de que se remitan explícita o implícitamente a algún texto de Gombrowicz. En todo caso, hay una diversidad considerable de estas ficciones a partir de la vida del autor, en fuerte contraste con la casi nula reformulación, intertextualidad o parodia de motivos o episodios literarios gombrowiczianos en las obras de los escritores argentinos.
Ricardo Piglia es el primer escritor argentino que retoma la figura de Gombrowicz como uno de los principales personajes de Respiración artificial (1981), considerada hoy en día una de las mejores y más influyentes novelas argentinas de las últimas décadas. Asimismo, este diálogo intertextual a partir de la absorción de la figura del autor es seguramente la muestra mayor y más interesante de la recepción productiva de la obra de Witold Gombrowicz en Argentina. En su novela, Piglia va mucho más allá del aprovechamiento novelesco del exotismo y atractivo de la leyenda local sobre Gombrowicz y utiliza su figura ficcionalizada para construir un análisis de conjunto que responda las grandes preguntas del Gombrowicz argentino. ¿Qué le hizo permanecer tantos años en la Argentina en un anonimato casi total y, a la vez, por qué razón no consiguió hacerse un lugar en el mundillo literario local y siguió siendo casi un desconocido en la Argentina incluso después de convertirse en un escritor reconocido en Europa? Lo más interesante de Respiración artificial es que Piglia intenta dar respuesta a estas preguntas y realizar un análisis de la vida y pensamiento de Gombrowicz no solo a través del discurso del narrador, sino a través de las características vitales y pensamiento de Vladimir Tardewski, uno de los personajes principales de la novela, en el que reconocemos fácilmente un Gombrowicz transmutado. Piglia decide sustituir el nombre del objeto de su reflexión por otro también polaco y le hace pasar a este las mismas pruebas vitales que le tocó vivir a Gombrowicz: una juventud como brillante intelectual, la deserción en barco hacia Argentina, los primeros años de miseria en Buenos Aires, los acercamientos y desencuentros con la intelectualidad local, la vida anónima y austera del exilado, incluso el trabajo en el banco polaco…
De forma singular, Piglia intenta explicar la suerte de Tardewski/Gombrowicz a través de una especie de fascinación por el fracaso como camino ascético para el artista:
Podría decirse, dijo Tardewski, que ese acto aparentemente irreflexivo o, si se prefiere, ese acto azaroso por el cual me vi atrapado por la entrada de las tropas nazis en Varsovia fue mi primera decisión consciente (aunque yo entonces no lo sabía) de llegar adonde ahora estoy: viviendo en Concordia, provincia de Entre Ríos, dedicado a la enseñanza privada de la filosofía (…) Y todo esto ¿por qué?, dirá usted, me dice Tardewski, quizás por esa predilección fascinada que sentía en mi juventud por el mundo de los fracasados que circulan en los ambientes intelectuales.
En su caso personal, dijo que veía con claridad que esa fascinación por el fracaso era algo que se remontaba a su juventud, a sus años de Varsovia, anteriores, por supuesto, a sus lecturas alcohólicas de los Pensamientos de Pascal en Cambridge. Sentía inclinación por lo que uno llama tipos fracasados, dijo. Pero ¿qué es, dijo, un fracasado? Un hombre que no tiene quizás todos los dones, pero sí muchos, incluso bastantes más que los comunes en ciertos hombres de éxito. Tiene esos dones, dijo, y no los explota. Los destruye. De modo, dijo, que en realidad destruye su vida. Debo confesar, dijo Tardewski, que me fascinaban.
(…) esa forma de mirar afuera, a distancia, en otro lugar y poder ver así más allá del velo de los hábitos, de las costumbres (…) Un fracasado, no todos, claro, cierta clase especial de fracasado ve todo, continuamente con ese tipo de mirada. Esa lucidez aberrante, por supuesto, los hunde todavía más en el fracaso. Me interesé mucho por gente así, en los años de mi juventud. Tenían para mí un encanto demoníaco. Estaba convencido de que esos individuos eran los que ejercían, dijo, la verdadera función de conocimiento que siempre es destructiva. (Piglia, 2003: 156-157)
A través de la peripecia vital de Tardewski, en un recurso literario significativamente gombrowicziano, Piglia intentará explicar posteriormente el pensamiento de Gombrowicz: su fascinación y defensa de la inmadurez y de la “inferioridad”, su lucha perdida contra la Forma, su voluntad de exilio total o –como lo puso Jean-Pierre Salgas (2000)– su ateísmo integral. Pero lo más interesante es que la figura de Tardewski no solamente le sirve a Piglia para reflexionar sobre el referente real del personaje, sino que a partir de sus premisas intelectuales, que el autor argentino en cierta manera hace suyas, construye diferentes teorías sobre la literatura argentina. De este modo, Piglia se convierte en el primer escritor en reconocer la importancia que el pensamiento de
Gombrowicz puede llegar a tener para la literatura argentina y, de hecho, es también el primero en abogar por la entrada del escritor polaco en el canon local. Será precisamente con este gran ensayo sobre la literatura argentina cifrado en Respiración artificial que Gombrowicz empezará a ser leído por el lector argentino. Sobra decir que la visión de Piglia se inspira fundamentalmente en una lectura biografista de su obra –así como una percepción literaria de su vida–, que antepone a la crítica textual de la obra la reflexión sobre la peripecia vital y el pensamiento de Gombrowicz. A continuación Piglia pone en relación la vida y obra del autor polaco con el ser argentino y su literatura para proceder a la “nacionalización” y posterior inclusión en la tradición local del autor de Trans-Atlántico. En este sentido, su perspectiva condicionará considerablemente la percepción posterior del lector local quien priorizará la lectura de los textos gombrowiczianos más factuales, autorreferenciales y argentinos, muy especialmente los recogidos significativamente por el autor en el llamado Diario argentino.
Las siguientes recreaciones ficcionales de Gombrowicz por parte de escritores argentinos seguirán situando a su personaje en el contexto nacional y en muchos casos intentarán definir la argentinidad (o su ausencia) del autor polaco. En un sentido parecido, si estas ficcionalizaciones contienen una prueba de análisis de la obra, también partirán de una visión de esta eminentemente biografista y en general condicionada por el prisma de una concepción nacional.
El siguiente en hacer aparecer a Gombrowicz en una obra de ficción es Néstor Tirri, antiguo conocido de Gombrowicz del grupo de Tandil. En su novela La piedra madre (1985) Tirri recrea de forma literaria y fantástica varios episodios sentimentales de la vida pública de Tandil. Evidentemente en esta historia no podía faltar la presencia de Witold Gombrowicz, uno de los personajes más pintorescos que pasaron por la villa pampera y que Tirri conocía de primera mano. La caracterización utilizada por Tirri es aquí la inversa que en el caso de Piglia. En La piedra madre Tirri opta por conservar el nombre auténtico del personaje y construye de forma bastante natural y creíble su retrato. No obstante, prefiere recrear una historia imaginada y le hace vivir al autor polaco un duelo consigo mismo, un episodio grotesco y aparentemente simbólico, como sacado de las novelas del polaco. El escritor tandilero aprovecha todo el exotismo del personaje sin la necesidad de recrear las anécdotas reales. En cambio, de una forma bastante curiosa, consigue situar a su Gombrowicz en una aventura de tintes claramente ferdydurkianos, convirtiendo su novela en una reflexión sobre la literatura de su antiguo amigo a partir de la misma Forma literaria. Resulta interesante y acertada la consideración implícita en la novela de Tirri de que Gombrowicz no era solo el personaje principal de sus novelas, sino que vivía su vida como si estuviera inmerso en las peripecias literarias y las trifulcas filosóficas que vive el protagonista de sus obras. Así, vida y obra de Gombrowicz forman para Tirri un todo orgánico y, en consecuencia, el grotesco Gombrowicz novelesco (tanto el creado por el propio Gombrowicz como por otros escritores) se nos antoja nada menos que el héroe de una novela naturalista.
También en 1985 encontramos otro curioso e interesantísimo ejercicio de recepción productiva de la obra de Gombrowicz a partir de la recreación de su figura, esta vez en cine. La película de Alberto Fischerman “Gombrowicz o la seducción (interpretado por sus discípulos)” intentará evocar la figura del autor polaco a partir de una descripción exclusivamente exterior de su figura. Fischerman reúne a sus antiguos amigos para que estos, en una especie de sesión de espiritismo, construyan con sus recuerdos el retrato del amigo muerto. En “La seducción” Gombrowicz no aparece en ningún momento y son sus discípulos los que se interpretan a sí mismos en un fantástico falso documental que no busca mostrar fehacientemente la vida del autor a partir de sus hechos, sino crear una ficción a partir de la evocación oblicua de la figura del escritor legendario. A partir del tratamiento ficcional de los protagonistas, de sus evocaciones tangenciales y demasiado subjetivas, de la ambientación y banda sonora más bien oscuras y de la ocultación del personaje principal, Fischerman consigue envolver a Gombrowicz en un halo muy especial de misterio e inaccesibilidad. De esta forma, el director argentino construye una visión que recrea más la leyenda del autor, que su figura real. A partir de este “retrato en vacío” que nos propone, Fischerman crea también a su propio Gombrowicz (aunque este no aparezca nunca materializado en la película, ni en una sola imagen). Evidentemente, este Gombrowicz resulta especialmente atractivo al espectador argentino, pues responde de forma ideal a un horizonte de expectativas donde la figura mitificada del escritor es más conocida –o al menos reconocible– que su propia obra. Cabe señalar también que “Gombrowicz o la seducción”, más allá de lo señalado anteriormente, resulta por su original apuesta estética y por su calidad en general una de las películas argentinas más interesantes de los años ochenta y una muestra pionera en el género de la docuficción.
Ya en los años noventa encontramos un par de muestras más de Gombrowiczs recreadas. La más ambiciosa de ellas es sin duda Witoldo o la mirada extranjera (1998) de Guillermo David, que se propone –sin llegar, no obstante, a resultados demasiado consistentes– retomar el diálogo nacional con Gombrowicz iniciado por Piglia y analizar el legado del autor polaco en la Argentina. Igual que como lo hiciera el autor de Respiración artificial, David se propone escribir un ensayo en forma de novela y toma como personaje central al objeto de sus pesquisas. Así nace Witoldo, como una novela protagonizada por Gombrowicz que se propone erigirse como el gran trabajo de crítica que faltaba en la Argentina sobre el autor del Diario argentino. Como en la mayoría de casos en el país del Plata, la mirada de David va a centrarse sobre todo en el paso de Gombrowicz por la Argentina, la influencia de su pensamiento en su peripecia vital, y viceversa, y el interés de su legado intelectual para el lector local. En este sentido, uno de los episodios básicos de la gombrowiczología local es el desencuentro entre el polaco y el entorno de la revista Sur. Para tratar con total comodidad estos temas, David construye su novela a partir de un largo diálogo en un chalet de la costa uruguaya entre Gombrowicz y Pepe Bianco, uno de los pocos miembros de la órbita de Victoria Ocampo con quien esta anécdota inventada no pareciera demasiado inverosímil.3
A diferencia de sus predecesores, David no recrea excesivamente ni la caracterización del personaje Gombrowicz ni un muestrario de sus legendarias anécdotas. Lo que le interesa a este psicoanalista y escritor es concentrarse en un ensayo sobre sus premisas intelectuales y simplemente aprovecha las posibilidades que le ofrece un diálogo ficticio entre dos escritores. Desgraciadamente, el ejercicio libre que representa Witoldo se queda en un intermedio que ni destaca por la brillantez de sus partes más ensayísticas o analíticas, ni funciona como una novela, a pesar del interés que a priori puede presentar la trama.
En los primeros años del tercer milenio, seguimos encontrando Gombrowiczs ficticios en Argentina. Hay que destacar que, aunque en estos años empiezan a ponerse en escena varios dramas de Gombrowicz o adaptaciones de sus novelas, no encontramos en estas piezas personajes que encarnen de forma reconocible la imagen del autor polaco. Quizás esto sea debido a que la presencia de un actor tomando el rol de Gombrowicz no resulte atractiva o adecuada en un país donde este autor se percibe en general tras un halo de misterio.
En todo caso lo que sí encontramos son adaptaciones literarias de episodios de su vida que aparecen oportunamente en el año del centenario del nacimiento del escritor. Por un lado, Edgardo Cozarinsky saca a relucir en su cuento “Navidad del 54” (2004) un episodio homoerótico de los que supuestamente coprotagonizaba
Gombrowicz en los lugares apartados de la estación de Retiro, aunque esta recreación y la caracterización del personaje resulten excesivamente románticos y más bien poco creíbles.
Más o menos de los mismos males adolece La straduzione (2004) de Laura Pariani. El título hace referencia a la traducción colectiva de Ferdydurke de 1947. El libro representa una especie de biografía licenciosa de los primeros años de Gombrowicz pasados en la Argentina. La autora, que estuvo investigando los pasos del escritor polaco en Buenos Aires, novela los episodios reales más famosos de este período y los compagina con otros inventados, pero no menos sentimentales. Toda la novela está narrada en un tono romántico y excesivamente embelesado que no parece el más adecuado para hablar del autor y protagonista de Trans- Atlántico. Los capítulos de la novela están intercalados por prólogos-epístola en los que Pariani toma la voz del narrador para dirigirse a su hijo, que se encuentra en Italia. En estas cartas la autora comenta sus estadas en Buenos Aires, la topografía gombrowicziana de la ciudad y su relación sentimental con sus topoi más representativos. Aunque el libro fue escrito originalmente en italiano, la autora pasó su juventud en la Argentina y la temática de sus libros está ligada en general a este país. A pesar de su escasa calidad literaria, La straduzione sirve como ejemplo del potencial comercial que un libro biográfico sobre Gombrowicz, escrito en un tono popular y ligero, puede tener en la Argentina o en Polonia, donde ya ha sido traducido.
Aparte de estos ejemplos más claros, otros personajes de ficción toman algunos de los rasgos del escritor polaco o de alguna de sus encarnaciones ficcionales. Un ejemplo sería seguramente el marqués de Sebregondi (¿Gonzalo de Trans- Atlántico?) del Sebregondi retrocede (1973) de Osvaldo Lamborghini o el investigador pseudopolaco (¿Pepe de Ferdydurke?) protagonista del mediometraje “El ojo Witoldo” (1999) de Paula Kleiman, aunque la filiación de estos personajes resulta más bien difusa. Por su parte, Luis Mattini recupera la voz de Gombrowicz para recrear de forma apócrifa la correspondencia entre el escritor polaco y el guerrillero argentino Mario Roberto Santucho, en Cartas profanas (2008). Nuevamente, aquí se aprovecha sobre todo el atractivo del personaje real, sin necesidad alguna de referenciar su literatura, esta vez acompañando a uno de los grandes mitos políticos argentinos de la segunda mitad del siglo XX. No obstante, mientras la relación –también epistolar– que mantuvo realmente Santucho con Gombrowicz y el debate intelectual que se creó entre ellos pueden resultar de gran interés, su recreación ficcional por parte de un tercero resulta seguramente más dudosa.
La lista de los nuevos Gombrowiczs argentinos se detiene de momento aquí, a la espera de que aparezcan nuevas versiones de este personaje todavía no popular, pero que ha trascendido con creces la voluntad y la potestad de su impulsor original. Habrá que esperar unos años para ver si este fenómeno se afianza o, por el contrario, va a la baja. Asimismo, habrá que ver si las tendencias futuras nos hacen pensar en un cambio de perspectiva en la particular percepción argentina del autor polaco, que conlleve –tal vez– el paso de la fascinación por la figura a la lectura real de la obra.
Citas
1 Como sabemos, los alter ego del escritor polaco no se limitan a la figura del protagonista- narrador y algunos de los protagonistas que carecen del privilegio narrativo de la primera persona representan igualmente porte-paroles del pensamiento del autor y se construyen también como alter ego experimentales del propio autor, que de esta forma aparece en la narración desdoblado.
2 Para todo lo referente a la recepción de la obra de Gombrowicz en Argentina, ver Freixa (2008).
3 En 1982, José “Pepe” Bianco tradujo del francés Los hechizados para Editorial Sudamericana.
Bibliografía
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Mattini, Luis (2008). Cartas profanas. Buenos Aires: Peña Lillo y Continente.
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Tirri, Néstor (1985). La piedra madre. Buenos Aires: Galerna.
Para leer El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina completo, pasen por acá.