Gombrowicz mordería la mano del psiquiatra

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Gombrowicz mordería la mano del psiquiatra

En este artículo, Germán García analiza a Gombrowicz y su  obra  valiéndose del psicoanálisis y la heráldica para descubrir la correspondencia que entre ellos existe. El artículo se publicó en Página/12, pueden leerlo desde acá o siguiendo el link. Y más abajo pueden encontrar además un fragmento de “Gombrowicz. El estilo y la heráldica”, también de Germán García.

http://www.pagina12.com.ar/2001/suple/psico/01-03/01-03-08/psico02.htm

 

GermánGarcía

 

Estoy advertido, puesto que cito de Gombrowicz lo siguiente: “¡Psicoanálisis! ¡Diagnóstico! ¡Fórmula! Mordería la mano del psiquiatra que pretendiese destriparme privándome de mi vida interior; no se trata de que el artista no tenga complejos, sino de que sepa transformar el complejo en un valor de cultura.”

Pero también estoy advertido de que ésa es la definición de la sublimación, en los mismos términos en que la propone Freud (dicho sea de paso, el joven Gombrowicz comentó la traducción al polaco de La interpretación de los sueños).

Por otra parte, esa transformación del “complejo en valor cultural” es lo que Jacques Lacan llamó el hacerse ser, por lo general mediante una obra que vuelva consistente el nombre propio.

Algunos lo descubren al final de un análisis y pueden ubicar la causa de su deseo en cierto “árbol genealógico” –la metáfora es de Lacan– que sostendrá sus obras y/o amores.

James Joyce, sabemos, hace pasar la historia de la humanidad por las iniciales de un nombre: HCE.

Este no sería el camino del analista, pero es con seguridad la salida del artista: transformar lo que sea en un valor cultural.

Moi, Gombrowicz, un documental realizado por la televisión francesa, incluye esta declaración de Witold Gombrowicz: “Me resulta penoso saber que de esta época argentina quedará tan poco. ¿Dónde están los que podrían contarme, describirme, restituirme tal como fui? La gente que yo frecuentaba no eran, en general, literatos. No se puede esperar de ellos anécdotas pintorescas, detalles característicos, acertados, logrados. Hay que confesar, por otro lado, que era diferente con cada uno de ellos, así que nadie sabe cómo era realmente”.

En tanto es el deseo de uno lo que otorga sentido a las palabras del otro y viceversa, estamos de nuevo en un malentendido.

También quise valerme del malentendido cuando hable de Gombrowicz, el estilo y la heráldica.

La heráldica, como saben, es el conjunto de los conocimientos relacionados con los escudos nobiliarios, los blasones de los escudos de armas. Creo que Gombrowicz blasona y que su divisa, como lo recuerda su amiga Alicia Giangrande, es: por bueno que sea un ambiente, siempre se lo puede arruinar.

No soy el primero en apelar a estas metáforas para hablar de literatura. Lawrence Durrell usaba el término heráldico, incluso lo justificó en los siguientes términos: “Señalo también el uso del adjetivo ‘heráldico’, del que a menudo he tenido que responder ante los críticos. Significa simplemente el mandala del poeta o del poema. El alquímico sello o firma del individuo; lo que queda cuando extrae el ego. ¡Es la absoluta nulidad de la entidad que el poema representa como un ideograma!” (Una sonrisa en el ojo de la mente, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1980).

Este ideograma sin ego es la obra de Gombrowicz, es lo que queda de la absoluta nulidad de una genealogía perdida y sustituida por el mandala de un estilo.

Severo Sarduy cuenta, poco antes de su muerte, lo siguiente: “Le digo un día a Gombrowicz, creo que en Royaumont, en todo caso bajo un árbol: ‘Estoy perdido y solo, escribo en español, y más bien en cubano, en un país que no se interesa en nada que no sea su propia cultura, sus tradiciones y en el que, lo que no es ya notorio, se puede ser asimilado totalmente, sin dejar residuos de la pasada identidad del autor, es como si no existiera’. Con su habitual dejo de ironía, su sonrisa discreta pero burlona y ese jadeo asmático que entrecortaba sus frases, me respondecortante: ‘¿Y qué dirías, Nene, de un polaco en Buenos Aires?’” (Babelia, suplemento de El País, Madrid, 14/8/93).

La pregunta, verdadero koan (esa frase del maestro zen, cuyo enigma obliga al otro a buscar una respuesta) que sitúa la queja del otro en la infancia al calificarlo de “Nene”, convierte a Gombrowicz en el ideograma encarnado de su obra.

Ferdydurke, palabra de la que el lector puede elegir decir el, la, un, una; es una verdadera divisa. Me informé de que en la Edad Media las divisas se dividían en cuatro clases: las figuradas, a imitación de los arabescos moros, por colores o mezcla de colores, y en las cuales tenían su origen los cordones o lazos de amor que rodeaban el escudo de los reyes de Cárdena; las divisas consistentes en sólo palabras, llamadas por eso almas sin cuerpo; las que, por el contrario, estaban constituidas por las figuras mudas, o cuerpos sin alma, y, por último, las que tenían a la vez cuerpo, es decir, la representación material de la idea, el dibujo de la imagen, y alma, el mote, la leyenda o exergo que animaba el objeto.

El término mote viene del francés mot (palabra), frase breve, sentencia que tenía un sentido oculto. El mote, la empresa, el lema.

El mote era para la familia la divisa para el individuo. Y podía ser una sola palabra. Por ejemplo, San Carlos Borromeo tenía como divisa la palabra Humildad.

La divisa no podía sacarse de objetos desconocidos, no tenía que ser demasiado enigmática, pero tampoco del todo clara.

En lo que hace al cuerpo, a la imagen, no se admitían figuras humanas; por que hubiese sido comparar al hombre consigo mismo.

En el siglo XVI y XVII unas divisas llamadas cabezas de mote eran pasatiempos en los salones y consistían en frases que debían ser glosadas. El mote, sabemos, es también el sobrenombre.

Creo que Gombrowicz conocía la literatura heráldica al menos desde los catorce años, cuando intenta escribir la historia de su familia. Este conocimiento es manifiesto en su teatro y en su primera novela, Los hechizados.

Una divisa es también algo monetario. La divisa del escritor, su economía verbal y social, su modo de circulación.

La operación de divisar es añadir blasones a las armas familiares para diferenciarlas: es lo que hace Gombrowicz con sus obras.

En Moi, Gombrowicz, dice: “Soy originario de una familia noble que durante cuatrocientos años tuvo propiedades en Lituania. La familia, en lo que concierne a sus bienes, sus cargos y sus alianzas era un poco superior a la media de la nobleza polaca, pero no pertenecía a la aristocracia. Sin ser conde, tuve un cierto número de tías condesas, pero esas condesas no eran del mejor rango. Era más o menos”.

Su abuelo había sido confiscado por el zar y al comenzar el siglo –dice Gombrowicz– “… éramos una familia desarraigada, nuestra situación social no era totalmente clara entre Lituania y la Polonia del Congreso, entre la tierra y la industria, entre lo que se llama una buena sociedad y la otra más bien mediana (…) tenía ya en ese momento una doble vida, había en mí algo oscuro que por nada del mundo aceptaba aparecer a la luz del día, era totalmente incapaz de amar…”.

Ya está aquí el entre, también la doblez. Divisar, agregar la obra a la familia equívoca.

Vuelvo al título Ferdydurke, como divisa. Algunas divisas son cifradas. Por ejemplo, repetidas veces aparece en la corona de Aragón la cifra SYRA, cuyo significado se desconoce.

La cifra, la divisa cifrada de los duques de Saboya es FERT (y algunos la descifraron como “Frappez, Entrez, Rompez Tout”).

Aparte de la indicación del prólogo de la edición argentina de la editorial Argos, donde Gombrowicz dice que puede decirse Ferdydurke encualquier género (femenino, neutro, masculino), ignoro si este título fue alguna vez descifrado.

Tampoco es seguro que pueda divisarse lo mismo que puede circular -hablado, escrito– del final de análisis, cuya cifra suele pasar en silencio como un cuerpo sin alma, reverso de esa alma sin cuerpo que consume a un escritor como James Joyce (más dit/famado que leído).

 

La risa de Ferdydurke

Fragmento de “Gombrowicz. El estilo y la heráldica”

http://www.pagina12.com.ar/diario/cultura/subnotas/32921-11612-2004-03-19.html

Ferdydurke es un infierno. Quiero decir, no se puede escribir como Gombrowicz. Se corre el peligro de enmudecer, de idiotizarse en el fuego de la risa. Se corre el peligro de que el gesto disuelva cualquier “aliento narrativo”, de que el autor contagie esa asfixia asmática que convierte en interjección el ademán de una frase “literaria”, que disuelve en el punto suspensivo la palabra conclusiva de un acorde. Una vez que la risa de Ferdydurke resuena en nuestro ser, hay un eco que vigila la pretensión de hacer literatura. Falsa alarma, risa vacía, solución sin problema, discurso sin tema: Ferdydurke enseña que un cuerpo encuentra una cierta soberanía en el lenguaje que es la caza del ser. No lo enseña, se aprende. Alguien se encuentra con eso. Y punto. ¿Punto qué? Nada de un punto varonil, sólo la huella de una pata de mosca. Tampoco un vuelo poético, sino un aleteo de cucaracha.