Gombrowicz y Polonia
En 2004 Néstor Tirri entrevistó a Rajmund Kalicki, un escritor y traductor polaco de visita en el país, a propósito del centenario de Gombrowicz. La nota se publicó en el diario La Nación, y pueden leerla por acá o desde el link.
http://www.lanacion.com.ar/599328-gombrowicz-y-polonia
El centenario del nacimiento de Witold Gombrowicz (1904-1969) no sólo ha promovido la realización de diversos homenajes sino que ha contribuido a realimentar el interés por la obra de ese memorable polaco transgresor que viajó a la Argentina un poco por azar (y por unos días) y que se quedó aquí casi 24 años, primero demorado por la guerra y después por otras razones, incluidos el viraje político de su país y también su propia fascinación por este territorio criollo que acababa de descubrir, en el que reinaba la “inmadurez”, una de sus categorías obsesivas. La presencia en Buenos Aires de otro escritor y traductor polaco, Rajmund Kalicki, ofrece una excelente oportunidad para explorar una de las facetas quizá menos conocidas para el público argentino: la relación del autor de Ferdydurke con la literatura polaca que lo precedió, circundó y sucedió y con la cual, sin embargo, no es fácil emparentarlo.
Rajmund Kalicki (1944), conocedor de Gombrowicz y traductor de narradores argentinos al polaco, vino a la Argentina en 1969, exactamente 30 años después que su ilustre compatriota, cuando éste agonizaba en los Alpes Marítimos de Francia. Pero, a diferencia de su antecesor, quiso quedarse aquí un buen tiempo y las autoridades comunistas polacas no le renovaron el pasaporte a la hora de su vencimiento, dos años después. Curiosamente, Kalicki vino a estudiar cine documental en Santa Fe, en la escuela que había fundado Fernando Birri, y se volvió a Varsovia antes de lo que pensaba con un bagaje de libros argentinos. Tradujo Los siete locos, de Roberto Arlt, y desde entonces este escritor argentino tiene casi más trascendencia en Polonia que en su país de origen. Después publicó un libro sobre Jorge Luis Borges (Borges, Varsovia, 1980), hasta ahora el único en lengua polaca sobre el autor de El Aleph. “Ustedes no se imaginan -dice Kalicki- cuánto se leía en Polonia a los autores argentinos en las décadas del 60 y del 70. Borges, en primer lugar, y también Cortázar. Y, en algún momento, Sabato. Hoy se sigue hablando de Borges pero se lo lee menos. Creo que en la Argentina ocurrió, con Arlt, lo que está pasando ahora con Gombrowicz: se habló tanto de él que hubo como una saturación, y sería preferible dejar a Witold a un lado por un tiempo.”
Desde hace treinta años, Kalicki trabaja en una revista literaria a la que Gombrowicz no perteneció pero que constituye un punto de entrecruzamiento de la cultura polaca. Esta publicación, Tworczosc (vocablo de difícil pronunciación que se traduce como “Creación”), fue fundada al finalizar la Segunda Guerra y su segundo director fue Jaroslaw Iwaszkiewicz, escritor conocido en la Argentina sobre todo como autor de textos que dieron base a films de Andrzjei Wajda (El bosque de los abedules, Las señoritas de Wilko) y también por una pieza teatral de dos personajes (Chopin y George Sand) que publicó Losange, Verano en Nohant. En 1947, poco después de asumir la dirección de la revista y en su condición de presidente de la Sociedad de Escritores Polacos, Iwaszkiewicz viajó a Buenos Aires y, en una recepción en el Banco Polaco, conoció a un singular empleado de la institución: el entonces joven Witold Gombrowicz. Según testimonia Alejandro Rússovich, su compañero de pensión en una lejana Buenos Aires, en los años treinta Gombrowicz e Iwaszkiewicz frecuentaban los mismos cafés varsovianos, el Ziemianska y el Zodiak, junto a poetas de la época, muchos de ellos judíos; cada uno sabía del otro, pues, ya antes de la guerra (Ferdydurke se había publicado en 1937), pero nunca se habían visto.
“Toda la literatura polaca pasó y pasa por Creación -asegura Kalicki-. Iwaszkiewicz se manejó con mucho equilibrio para sortear las presiones de los tiempos de dictadura. Y le dio cabida a todo el mundo. Como escritor, gozaba de una capacidad de producción admirable: ?Ah, tenía unos días libres y escribí esta pieza teatral´, decía. Escribía un cuento de un tirón y jamás lo corregía, todo lo contrario de la obsesividad de Gombrowicz. Murió en 1980, pero cuando ya tenía más de 80 años escribió varios ciclos de poesía perfectos.”
¿Cuál era (o cuál es) esa literatura polaca que pasaba (y pasa) por Creación? Según Kalicki, hubo algunos autores sobrevaluados. “Cuando murió Julian Tuwim -cuenta- Gombrowicz observó, con agudeza: ?Dicen que era el más grande, pero yo me pregunto, ¿era grande?´ Estas ironías ?witoldianas´ no hay que explicarlas. Tal vez era así. Pero hubo otros, importantes, que fueron candidatos al Nobel, como el propio Gombrowicz, que desde Francia soñaba con ganarse esos 200 mil dólares del premio de entonces, que le habrían asegurado un buen pasar en sus últimos años. ¿Quiénes eran los otros? Cinco o seis: Maria Dombrowska, Jerzy Andrzejewski, el mismo Iwaszkiewicz, Zbigniew Herbert, Tadeusz Rózewicz (el autor de Boda blanca). El gran poeta Czeslaw Milosz y, naturalemente, Wislawa Szymborska, otra poeta enorme, que finalmente se llevó el Nobel, hace cinco años.”
¿Qué vínculos tuvieron estas figuras con el escritor emigrado en la Argentina? “Iwaszkiewicz y Milosz son los escritores que más unían a Gombrowicz con la Polonia de preguerra -expone Kalicki-. A Iwaszkiewicz lo respetaba como escritor total; a Milosz, como pensador. Ambos son atípicos en la literatura del país: son polacos que no exageran, que no arman bambolla para figurar; Milosz es un intelecto agudo y de cierta agresividad, como Gombrowicz y, también como él, me parece más europeo que cualquier otro polaco. Y Szymborska, que vive en Cracovia (como Milosz), lleva una vida retirada, no participa de cenáculos.”
De la producción de Gombrowicz, Kalicki destaca a Cosmos como su obra preferida. “La seducción no me parece importante, pero coincido en que allí se puede detectar un buen síntoma de cómo funcionaba la fantasía de Gombrowicz en relación con su patria lejana”, admite. Esa distancia, esa nostalgia no siempre explícita se desliza en las cartas que intercambió con sus compatriotas: “Después de la muerte de Witold, Iwaszkiewicz publicó toda su correspondencia con el escritor exiliado -señala Kalicki-.” Interesa la reacción de los escritores “medios” ante el adiós de un maestro (al que no habían llegado a conocer) en el exilio. “Después de la contienda -refiere Kalicki- aparecieron varias generaciones de escritores que no habían conocido la situación de preguerra. Para ellos, Witold era autoridad máxima. Leían con devoción su Diario, que aparecía en la revista Kultura, que salía en polaco en París, bajo dirección de Jerzy Giedroyc.”
Tanto desde la Argentina como desde Francia, Gombrowicz se interesaba por la vida cultural de Polonia. “Después de la guerra -explica el crítico que nos visita- los polacos se acostumbraron a hablar con un lenguaje indirecto, lleno de metáforas, nunca directo. Así, pasó por Buenos Aires una polaca que entrevistó a Gombrowicz y publicó un reportaje lleno de sobreentendidos. Y él protestó. Se interesaba mucho por lo que ocurría en su patria lejana. En el Diario dedica páginas a Polonia, que aparece como un país extraño, con habitantes que, sin querer, tienen que aguantar cosas difíciles de entender; él se burlaba de la situación reinante y de todos los recién llegados a la nueva fe política.”
A pesar de sus frecuentes exabruptos, a Gombrowicz los polacos lo querían y lo leían. También lo criticaron, alguna vez, y entre esas críticas hay una especial, interesante, que Kalicki refiere así: “Uno de sus amigos polacos lo ?acusó´, en vista de su pensamiento iconoclasta, de ser uno de los responsables de la caótica situación intelectual de los tiempos actuales. Mi pregunta: ¿por qué hoy nos atrae tanto la descomposición y la deconstrucción? Creo que ni Gombrowicz conocía la respuesta, pero así como él se preguntaba si Tuwim había sido verdaderamente ?grande´ (además de ser el ?más´ grande), hoy yo me pregunto si el mérito paradojal de Witold no es el de haber sido uno de los artífices de tiempos de descomposición”.
Es curioso advertir que ese metalenguaje que desarrollaron los polacos en la posguerra, bajo el régimen, Gombrowicz también lo incorporó a sus códigos y lo hizo suyo en el exilio. Rajmund Kalicki cierra la entrevista con un chiste polaco que contó en la Feria del Libro y que resume esa situación: “Un estudiante arroja panfletos por la calle, en Varsovia, y un policía lo detiene, pero luego comprueba que los panfletos están en blanco. ?¿Por qué no hay nada escrito?´, le pregunta, a lo que el detenido le responde: ?¿Y para qué, si ya sabemos cómo están las cosas?