Ideales y rodeos del esclavo de sus diarios

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Ideales y rodeos del esclavo de sus diarios

El viernes pasado la revista Ñ publicó un artículo de Luis Guzmán sobre el diario de los escritores que recorre, entre otros, los casos de Stendhal, Kafka, Castillo y Gide. Sobre el caso de Gombrowicz, Guzmán dice que inicia una serie que posibilita nuevos diarios, situando al género del lado de lo poético.

http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Ricardo-Piglia-Ideales-rodeos-esclavo-diarios_0_1240675930.html

Hace menos de dos años se publicaban en esta revista Notas en un diario de Ricardo Piglia. A la aparición reciente de los Diarios de Abelardo Castillo, La vida escrita de Rodolfo Rabanal, se suma la reedición de los Diarios de Alejandra Pizarnik, publicados en forma póstuma. También incluyo Descanso de caminantes , la edición póstuma y parcial de los diarios íntimos de Bioy Casares, con entradas comprendidas entre 1975 y 1989. Bioy comenzó sus diarios en 1947; excluí las memorias reunidas en su Borges, debido a sus muchas singularidades. La serie me provocó una primera pregunta: ¿Estos libros fundan un corpus en nuestra literatura? Y una segunda: ¿De dónde extraen los diarios su prestigio?

El primer diario

El diario íntimo de Stendhal, que éste comenzó en 1801 a los 18 años, se podría considerar el primer diario de escritor. Stendhal, seudónimo de Henry Beyle. Máscara sobre máscara, como el personaje de Vida de Henry Brulard , su novela autobiográfica, cuando describe el carnaval veneciano, este diario construye la figura del escritor como personaje. En sus Notas de un diario, Piglia se detiene en los bocetos y croquis que acompañan las escenas narradas por Stendhal. Y cita una entrada de 1806, donde declara que su talento depende de su capacidad para los detalles. Piglia señala esta cualidad mediante una metáfora pugilística que define el estilo como aquello que depende de la vista y la velocidad. Lo llama visión instantánea: “El diario de Stendhal, otro ejercicio de la visión instantánea”.

Entre nos

Los diarios, cuadernos y autobiografías, las memorias, son géneros poco habituales en nuestra literatura. Fueron confinados sobre todo a grandes escritores que dejaban testimonio de una campaña militar, como el general Paz. En 1888 Lucio V. Mansilla publica sus Estudios morales, que tiene por subtítulo Diario de mi vida.
En ellos la escritura propia del diario se congela en la máxima y el epigrama. Es que en nuestra literatura los escritores tardaron en apoderarse de un género que era propiedad de la clase social alta. 

Los cuadernos, por otra parte, abrevian el género. Son más humildes que el diario y no se someten a la esclavitud de la entrada cotidiana. Kafka se reprocha cada vez que abandona su diario o lo desatiende. El cuaderno funciona como el doble de la obra. En los diarios de Kafka encontramos largos fragmentos de sus obras intercalados ( El desaparecido, El médico rural). Los cuadernos de trabajo pueden ser o no de publicación póstuma. Se conocen algunos célebres: los Cuadernos de Gustave Flaubert, de Henry James y Paul Valery. Su principal virtud es darles lugar a las minucias que segrega toda obra. Tanto Witold Gombrowicz en Diario argentino como Piglia en el suyo, comienzan un lunes, primer día de trabajo.

El Yo

Rabanal en La vida escrita prefiere hablar en voz baja. Se pregunta el por qué de esa predilección y se responde: “Se debe a que soy una persona intensamente atraída por mi yo”. ¿Pero el escritor llamado Rabanal es el mismo que publica estos registros? En el tiempo transcurrido entre la aparición de la novela El apartado La vida escrita, estos cuadernos son el testimonio de los avatares de ese yo en el pasaje entre su primera novela y las que siguieron. La vida escrita se atreve a nombrar lo que el escritor silencia en este oficio: las vanidades y los reconocimientos. Pizarnik se sitúa en las antípodas: “Esto que escribo lo he de escribir para alguien que no soy yo puesto que yo a mí no me hablo ni me escribo ni tengo el menor interés en hacerlo”. ¿A quién está dirigido?

Extraterritorial/ territorial

Las Notas de Piglia fueron escritas en su período en la Universidad de Princeton. En “El escritor argentino y la tradición”, para escapar al color local Borges inventa una extraterritorialidad. Aira, en su Diario de la hepatitis, se pierde por la Rue Rivoli en París. Cuando le preguntaban a James Joyce por qué se había ido de Dublín, respondía: “Para poder escribir sobre ella”. Los diarios de viaje de Kafka no son meras narraciones de sus excursiones sino también una manera de escapar de Praga: “La madrecita tiene sus garras”, escribió sobre su ciudad.

Para Bioy, el diario testimonia un paseo por un territorio conocido y lo dispone como una conversación grata, una narración de brevedades que puede construirse con epigramas, sueños, relatos cortos y dísticos. A veces, tímidamente, lo visita una contingencia dolorosa y desgraciada, como la referencia a la muerte de Cortázar. La crítica de Borges al género, –lo consideraba falto de un argumento– que con honestidad intelectual el mismo Bioy anota en el prólogo, le trajo dudas respecto a incursionar en él. Aquí surge la figura del “primer lector” del diario que habitualmente es otro escritor. Max Brod lo es para Kafka; para Bioy es Borges.

El ideal de sinceridad

“Miento hasta cuando digo la verdad”, escribe en su diario Abelardo Castillo. Y agrega: “Una novela, un cuento, unas memorias, hechos exclusivamente para ser publicados, aunque parezca contradictorio, pueden llegar a ser mucho más sinceros que esto.” Cierto, se puede decir la verdad mintiendo. Es la misma exigencia que André Gide pretendía para su diario.Castillo declara que en las cartas renuncio a las imágenes, a las metáforas… ¿por qué? “Por miedo a no parecer sincero. En las cartas se explica, pero en un diario… -No parecer sincero, a quién”. Ya sea bajo la forma de una afirmación o una negación, la sinceridad es un tópico de los diarios. Gombrowicz lo formula como una pregunta que involucra al destinatario del diario y revela, a la vez, una posición contradictoria: “Escribo este diario sin ganas. Su insincera sinceridad me fatiga. ¿Si es tan sólo para mí, por qué se imprime? ¿Y si lo es para el lector, por qué finjo conversar conmigo mismo? ¿Hablar con uno mismo para que lo oigan los demás?”

El empleo del tiempo

La pregunta es inevitable: ¿Cuándo es que un escritor concluye su diario? Habitualmente con la muerte. Gide no sabe cómo ponerle fin al suyo. La temporalidad del diario es autónoma del tiempo real, se rige por otro tiempo que es el de escribir. Algunos escritores anotan minuciosamente cuándo lo abandonan y cuándo vuelven a él. El diario se personifica como un ser querido. Se lo ama o se lo odia. Esto último sucede cuando se transforma en el testigo insoportable de la dificultad de escribir. Con vergüenza, Kafka confiesa el día en que no ha escrito nada. En su diario Aira se refiere al tiempo que le llevó a Joyce escribir el Ulises . Un tiempo enorme, eso lo horroriza. Por eso el género lo apura en una justificación y escribe inmediatamente: “Hoy trabajé bien”. Pero el diario, como se advierte, siempre roba tiempo a la escritura, en eso reside su temporalidad. Se lo toma y se lo deja. Marca un comienzo que no termina.

La descripción de una lucha

Es una función del diario registrar cada cosa. Piglia, lo llama una manía de dejar todo por escrito. Los diarios de Kafka son un ejemplo de esto último. Refiriéndose a su juventud, Piglia escribe: “Me gustan los primeros años de mi diario justamente porque allí lucho con el vacío”. Es que el vacío es un tópico del género. En el Diario de la hepatitis de Aira, hay una entrada donde menciona otra función del diario: está escrito para que algo de la obra se pierda pero que esa pérdida quede registrada. Se vale de una cita de Lezama Lima, “lo expulsado por el vacío creador”, para nombrar una de las economías de la escritura del diario, ese vacío. “Digo entropía por decir algo, cualquier cosa. Estuve hojeando esa enciclopedia de cosas útiles. No sé para qué pierdo el tiempo, lo olvido todo inmediatamente”.

Lo íntimo

Lo íntimo es asimilado a lo interior pero ambos no son asimilables entre sí. Lo íntimo queda de manera inmediata ligado al secreto y la confesión. Es el caso de Gide que en la continuación de su diario, publicado con el título de La suerte está echada , confiesa veladamente sus estremecimientos ante sus inclinaciones homosexuales. En el prólogo a su diario, Piglia declara que sería ridículo buscar un secreto en esas páginas. Castillo opone lo íntimo a lo público: “Los diarios íntimos son una farsa. Hay en ellos una embozada ansiedad de trascender, de otro modo no se explican”.

El otro diario

Kafka apunta una frase enigmática, aunque probablemente esté referida a los diarios y anales de Goethe: “Sólo aquel que lleva un diario no está en una posición falsa ante el diario del otro.” ¿El que lleva un diario sólo puede leer del diario de otro? Castillo cita el de León Bloy. Gombrowicz, anota: “En casa leí el Diario de Kafka”. La referencia a Kafka parece insoslayable. Leemos en los diarios de Pizarnik: “El estilo nace de la necesidad, está en la frontera de mi cuerpo y del mundo. No obstante, ¿qué pasa por ejemplo con los diarios de Kafka, escritos por pura necesidad?”

Lo póstumo

Los diarios suelen ser de publicación póstuma. La decisión de publicarlos en vida implica arrebatarle un pedazo a la vida. Decía Gide: “Escribir es poner algo a salvo de la muerte”. Con la publicación póstuma, surgen las figuras del albacea, el editor y el heredero, que pretenden, como se dice actualmente, “establecer el texto”; con ello, el diario, una práctica inestable, termina por institucionalizarse. De esta manera, se convierte en un documento literario dominante.

Diario argentino

El Diario argentino de Gombrowicz inicia una serie que posibilita en nuestra literatura la existencia de otros diarios. Gombrowicz le otorga una legitimidad al género situándolo del lado de lo poético. Esta filiación le arroga un derecho inclaudicable: “Este diario a pesar de las apariencias tiene igual derecho a la existencia que un poema”.

Gombrowicz en el prólogo a La seducción legitima esta poética en la subcultura y en el mundo de los desperdicios, donde nace una cierta comprometedora hermosura, su estética y su mirada extranjera lo ubican en una posición ectópica en relación a los medios literarios locales. Esa posición posibilitó que cualquier escritor pudiese escribir y publicar un diario. Sin duda, la emergencia de Gombrowicz en nuestra literatura fue un exceso. Está anotado en su diario: “Witold Gombrowicz, estas dos palabras que llevaba sobre mí, ya realizadas. Soy. Soy en exceso”.

La autonomía del diario

El género tiene una autonomía ¿pero dónde situarla? Podemos responder: en el estilo. Citemos el prólogo de Piglia: “Escribía muy bien en esa época, dicho sea de paso, mucho mejor que ahora. Tenía una convicción absoluta y el estilo no es otra cosa que una convicción absoluta”.

Para Piglia no hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Pero él tampoco confunde la vida con lo vivido porque no pertenecen al mismo registro de relato: “A veces, cuando lo releo, me cuesta reconocer lo que he vivido. Hay episodios que he narrado que he olvidado por completo”. ¿Y si el diario perteneciera más al territorio del olvido que al de la memoria? Continúa Piglia con sus episodios: “Existen en el diario pero no en mis recuerdos”. Esta afirmación indica ya cierta autonomía del texto. Lo escrito ya no es propiedad del autor sino del diario. El escritor ha devenido un personaje más. Piglia reafirma la autonomía del género: “Tengo la sensación de haber vivido dos vidas. La que está escrita en el diario y la que está fija en mis recuerdos.” Hay, por lo tanto, tres instancias, la del olvido, la de la memoria y la vida que está escrita en el diario. De esta autonomía surge la idea de que el diario exige, pide ser escrito. Esta exigencia la encontramos en Kafka, Gide y Gombrowicz.

Pero la novedad que Piglia introduce en el género es un movimiento de inversión que modifica la perspectiva de la escritura y de la lectura del diario. Está convencido de que si una tarde no hubiera comenzado a escribirlo, quizá nunca hubiera escrito nada. No escribe el diario como paralelo a la obra sino que escribe la obra para justificar la escritura del diario: “Por eso hablar de mí es hablar de ese diario”. En este caso, no es y o : “Todo lo que soy está ahí. Pero no hay más que palabras”. Pero, ¿en qué reside el suspenso que impone el diario a la monotonía de los días? En una promesa. Promete una clave de la vida o de la obra del autor, pero es sólo una máscara detrás de otra. Georges Perec, que practicó el género, decía: “Avanzo enmascarado. Es posible que un diario progrese de la misma manera”.