LA ALEGRÍA AJENA ES EL VIAJE DE UNA VIDA, Gustavo Ferreyra

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LA ALEGRÍA AJENA ES EL VIAJE DE UNA VIDA

Gustavo Ferreyra

La repercusión en Argentina de la obra de Gombrowicz en Buenos Aires tiene una doble perspectiva. Por un lado, lo que Gombrowicz hizo para insertarse en la escena literaria local (dada su peculiar situación, que conocemos). Por otro lado, cómo fue receptado esto efectivamente.

Primero, veamos el Gombrowicz que llega a la Argentina. Se percibe como el gran impugnador del Espíritu, vale decir del Sujeto, de la Existencia, el reivindicador del cuerpo, de la vida. Plantea una conflagración entre lo superior, el espíritu, y lo inferior, donde lo inferior forma a lo superior. Un nietzscheano en alguna medida que lo reinterpreta, que reivindica sin embargo lo inferior, o aparenta reivindicarlo. Porque él mismo, Gombrowicz, es esencialmente espíritu fascinado por el cuerpo. Es la contradicción ferdydurkiana o la contradicción propia de Gombrowicz. Guerrear contra el espíritu a través del espíritu, con palabras, con Sujeto. En donde Vida y existencia, espíritu y cuerpo, se atraen y se repelen. Según dice, lo inferior forma pero… él es espíritu.

¿Qué significa para ese Gombrowicz estar en Argentina? Significa, creo, estar en el cuerpo, siendo él, como dijimos, esencialmente espíritu. Es decir, en Buenos Aires está en el cuerpo, en lo inferior que fascina. Gombrowicz es un espíritu que busca encarnar, que busca un cuerpo. ¿Qué hace entonces? Rechaza a las cabezas, a los otros espíritus (a las luminarias del campo Intelectual, Grupo Sur, Borges, etcétera), a los que interpreta como espíritus que buscan cuerpos. Va a buscar más bien seguidores que le otorguen ese cuerpo. Ya sea en Buenos Aires, Tandil, Santiago del Estero. Llama la atención que quien ya era el autor de Ferdydurke buscara a las intelectualidades locales en lugares de provincia. A los que sistemáticamente menosprecia en tanto sujetos. Todo lo que piensan lo fastidia, no le interesa, en especial esto que se buscaba tanto en la época: la identidad nacional, ser para luego hacer, cuando él coincide con Borges en que ya, a priori, se es argentino y luego no queda más que hacer, es decir, escribir por ejemplo. Él, Gombrowicz, los quiere en tanto corpus de sí mismo. Un espíritu en busca de cuerpo.

Es paradigmática su estadía en Santiago del Estero. Está con intelectuales en un bar, por ejemplo, pero en realidad se desvive por una pareja de jóvenes de una mesa cercana. Y en particular es paradigmática la conferencia que brinda sobre “Problemática Contemporánea” (título difuso si los hay), donde recurre a Hüsserl. A Heisenberg. Él mismo proclama: VA A SACARLOS DEL CUERPO, forzarlos al espíritu. Dice de un chango: “Cantidad despreciable, no tiene ninguna importancia”, aunque después se va detrás de él porque lo no importante derrota a lo importante, lo inferior forma lo superior. Pero él es el Espíritu. Observa unas manos durante el transcurso de esa conferencia y dice: siendo carnales estaban al servicio del espíritu. Él, dice, es el Sujeto que luchaba por sí mismo. El Profeta. Tenemos, entonces, claramente un escritor profeta. Semejante en este aspecto a Nietzsche. Aferraos al cuerpo, decía Nietzsche. Y Gombrowicz podría suscribir absolutamente esto, pero ambos como sujetos que volaban por decirlo de alguna manera y que debían entonces aferrarse al cuerpo.

Fíjense la carta que escribe a los ferdydurkeanos polacos en los años 40:

Yo soy asno vapuleado y, por si fuera poco, un cobarde. Y, que Dios me perdone, un niño. Pero hay en mí un orgullo infernal y, arrebatado de ese orgullo, me lanzaré contra los más duros obstáculos.
No desesperéis pues. Reconfortaos con la idea de que pronto, la nave Ferdydurke pondrá proa a las costas españolas (veintiséis personas se afanan en la traducción de ese santo e inmaculado libro) y partirá después a la conquista de las riberas francesa e inglesa, tirando con todas sus piezas a los boquiabiertos indígenas. Combates orgullosos y atroces, luchas espantosas. Tendré que someter de nuevo mi espalda, duramente castigada, a la fustigación pública y de nuevo será dicho que soy un loco ridículo y que vosotros, ferdydurkistas, creéis en un falso profeta. Pero, antes o después, derrumbará los muros resquebrajados de la vieja Jericó el sonido triunfal de trompetas auténticamente vivas. Porque (y con ello os revelo un secreto) el ferdydurkismo no es más que la voluntad de creación. Y ferdydurkista es todo aquél que exige que el arte sea. Cread. No desesperéis pues.

Tomemos el final de un párrafo del Nietzsche de La Gaya Ciencia:

¡El hombre necesita creer de vez en cuando que sabe por qué vive, su especie no puede prosperar sin una periódica confianza en la vida, sin fe en la razón inmanente de la vida!
Y siempre de nuevo la especie humana decretará de tiempo en tiempo: “¡Existe algo de lo cual uno no debe reírse!” Y el más precavido de los filántropos agregará: “¡Y no solamente la risa y la gaya ciencia, sino también lo trágico, con toda su sublime sinrazón, figura entre los medios y requisitos de la conservación de la especie!”

¡Por lo tanto! ¡Por lo tanto! ¡Por lo tanto! ¿Me entendéis, hermanos? ¿Entendéis esta nueva ley de flujo y reflujo? ¡También nosotros tendremos nuestra hora!

Juntemos los dos finales. No desesperéis, tendremos nuestra hora. Profetas póstumos, ambos, que confían en los siglos, en la posteridad. ¿Y de qué es profeta Gombrowicz? Lo resumimos en poco espacio. No se puede ser yo mismo (el tema de Ferdydurke, formado desde el exterior). Por lo tanto se enfrenta a los existencialistas. Y por otro lado no se puede salir de sí mismo. Lo que lo enfrenta a los estructuralistas ya que para Gombrowicz no se debe dejar al hombre concreto. El hombre no debe servir a lo externo a él, al objeto, como planteaban los estructuralistas (a los que acusa de académicos “sanos”, donde la salud es reprochable). Creo que la enfermedad juega un papel importante en la fe gombrowicziana, lo mismo que en Nietzsche. Termina diciendo que el dolor es lo que no permite que el hombre salga de sí mismo (un dolor de muelas demuele todo el estructuralismo, comenta Gombrowicz).

En consecuencia, va formando, como profeta, su cuerpo o sus módicos cuerpos de seguidores. Espíritu fatigoso que encarna en grupos más o menos despreciables. Logra en Argentina tener grupos de seguidores que lo toman en verdad como profeta. Hasta que el espíritu lo reclama: Europa lo llama. Y abandona Argentina, vale decir, el cuerpo. Cuando se va en el barco escribe en el diario que quiere querer a la Argentina. No sabe bien si en realidad la quiere. Más bien se impone el deber de la pasión, de querer al cuerpo (al que vivió atado, fascinado durante veinticuatro años) pero no siendo él cuerpo, queriendo poseer ese cuerpo, como se quiere poseer la juventud. Su recepción estuvo marcada por esta impronta de Gombrowicz al profetismo, a la búsqueda del cuerpo en donde encarnar.

Por otro lado, su recepción entre los grupos intelectuales locales se vio dificultada por lo que supone la valoración de una obra cuando no se tiene un prestigio aquilatado y los jueces no están muy seguros de sí mismos. ¿Qué es valioso artísticamente? Tomemos como ejemplo al mismo Gombrowicz, cuando arremete contra la poesía: afirma que nadie gusta en realidad de la poesía y que esta se sostiene porque supone un gran prestigio que se impone y por lo tanto se dice que sí, que se gusta de la poesía, es decir, que se simula. Semeja la poesía a un plato de azúcar, algo excesivo, que podría gustar si se agrega un poco a algo, un café con leche. Pero nadie se come un plato de azúcar, afirma. Pero extendamos esto a la prosa. ¿Cuántos leen el texto y cuantos leen a Borges a Coetzee o, por el contrario, a Rubén Gonzalez, oriundo de Tapalqué? Quiero decir, Gombrowicz no tuvo un gran prestigio internacional hasta los años 60 y el medio local se sentía muy inseguro de sí mismo como para ser juez (no muy distinto pasó con Borges).

Hasta los 60, la actitud de los intelectuales locales era: ¿Es tan bueno? No sabemos. ¿Hay que leerlo? No sabemos. Luego de los 60 se van esfumando las dudas (Europa lo consagra) y se convierte en un polaco al cual tironeamos para que sea argentino. O sea, llega el éxito, la expansión de los ferdydurkianos. Se crean las condiciones para que el sufrido, el desesperado Gombrowicz llegue, como él decía, a la alegría ajena desde la propia tristeza. En un hombre como Gombrowicz, me parece, llegar a la alegría ajena es el viaje de una vida. Pero no llegó, creo. No llegó porque se murió muy pronto, en el 69. Pero fundamentalmente no llegó, supongo, porque no hay ninguna alegría ajena a la cual llegar.

Para leer El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina completo, pasen por acá.