LA SÁTIRA COMO ANTÍDOTO: HUELLAS GOMBROWICZIANAS EN LAS ISLAS, DE CARLOS GAMERRO
Laura Destéfanis
No nos convertimos en lo que somos, sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho con nosotros.
Jean-Paul Sartre
Siempre que me encuentro con algo místico, sea la virtud o la familia, la fe o la patria, tengo que cometer alguna indecencia.
Witold Gombrowicz
De la multiplicidad de aristas que presenta la literatura de Gombrowicz, en el continuum que constituyen sus cuentos, novelas, piezas de teatro, diarios, entrevistas, artículos y ensayos, dos rasgos característicos son sobresalientes: el uso de recursos humorísticos que exigen una competencia acusada de parte del lector, como la ironía y la sátira, y la desarticulación de las formas, ya estén encarnadas en la fe, la patria, los modos de organización social o la militancia política. Ambos rasgos, por otra parte, confluyen: la sátira y la ironía son recursos poderosos para horadar convenciones profundamente instaladas en la construcción identitaria tanto individual como social. En este trabajo leeré a Gamerro siguiendo las huellas de Gombrowicz, para lo que tomaré como ejemplo las figuras del profesor Pimko (Ferdydurke) y el profesor Citatorio (Las Islas). Observaré cuáles son los efectos críticos de la sátira cuando la piedra a horadar es el discurso nacionalista y los mitos e ideologías a él asociados.
Podríamos decir que Gombrowicz dedica buena parte de su escritura a dar batalla, desde el humor sarcástico, a toda forma de lo cultural que se jacta de instituida. Un movimiento permanente en pos de la incomodidad y la no-instalación permiten pensar que ese cuarto de siglo en Argentina no es producto de la imposibilidad del regreso sino de una búsqueda filosófica, literaria y vital: de ahí que a Gombrowicz lo defina, acaso, una pre-posición, nunca una posición: “entre”.
… a principios de siglo éramos una familia desarraigada, cuya situación social no estaba del todo clara, entre Lituania y la Polonia del Congreso, entre el campo y la industria, entre lo que se conoce como “buena sociedad” y otra más mediocre. Son solo los primeros de esos “entre” que en adelante se multiplicarán hasta el punto de convertirse casi en mi residencia, en mi verdadera patria. (Gombrowicz, 1991: 28)
La novela Las Islas (1998), de Carlos Gamerro, puede ser pensada como una summa fin de siglo que recoge con genialidad no solo las problemáticas que atraviesan los dos siglos de historia argentina sino muchas de las marcas literarias más significativas que han narrado este espacio, entre ellas la de Gombrowicz, por su fuerte apuesta a formas del humor que posibilitan roer el hueso de un discurso de ardua construcción en Argentina: el de la identidad nacional. No es casual que en Polonia, que a pesar de las enormes diferencias comparte con Argentina el carácter de nación periférica, Gombrowicz haya dado la misma batalla contra un complejo de inferioridad cultural que crispa y lleva al grotesco el carácter nacionalista de ciertas instituciones y/o personajes históricos. Esta problemática, que es trabajada tanto por Gombrowicz como por Gamerro en distintos textos y con diversos matices, puede verse con claridad en el recorte de dos personajes de ficción que encarnan de manera aguda, mediante la sátira, el cruce entre nacionalismo e ironía: los profesores Pimko (Ferdydurke) y Citatorio (Las Islas).
Con respecto al momento de escritura de Ferdydurke (1937), dice su autor:
Al borde de la desesperación, hacia mi vigésimo año de vida decidí escribir una novela que fuera “mala” deliberadamente, escribirla con lo que había en mí de perverso, de vergonzoso, de inconfesable. Quién sabe si no fue precisamente eso lo más audaz que he escrito nunca… y lo más valioso (…) Me hallaba siempre “entre”, no estaba adscrito a nada. (Gombrowicz, 1991: 35-36)
Esta circunstancia de desacomodación, que liga directamente –según las palabras del propio autor en la cita anterior– su experiencia vital con la escritura, se materializa en Kowalski, el narrador, que se encuentra en estado de permanente umbral, esto es, en pleno pasaje: de la noche al día, del sueño a la vigilia, de la juventud hacia la adultez. En las primeras páginas de Ferdydurke (“El rapto”, en Gombrowicz, 2001: 29-43) cuenta cómo un martes, a poco de cruzar el Rubicón de sus treinta años –nel mezzo del cammin di nostra vita… cuya selva, dice, era verde, además de oscura–, despertó a esa hora indefinida entre la noche y el alba. La señalada inmadurez frente a las demandas del mundo le generan una sensación de inestabilidad, reforzada por el sueño del que recientemente despierta, en el que se ve adolescente: “Me vi tal como era cuando tenía quince o dieciséis años”, en “esta mi fase pasajera e intermedia” (30). Su cuerpo, que se debate burlonamente entre la impubertad y la adultez, lo atemoriza de manera atroz, en transición permanente de la risa al pavor: “Porque en la realidad era yo tan indefinido y estaba tan deshecho como en el sueño” (30).
Esta confluencia de la risa y el pavor es la que encontraremos en Las Islas, de Carlos Gamerro (tempranamente señalado por Martín Kohan, 1999), cuyo protagonista, Felipe Félix, un hacker veterano de la guerra de Malvinas, también se encuentra al borde de la treintena, con un cuerpo desacomodado ya no por la resistencia a entrar en las formas impuestas por la sociedad sino por la brutalidad con que la historia pública atravesó su biografía y aun su biología: lleva consigo, como souvenir de la guerra, un pedazo de casco incrustado en la cabeza. Su “rapto” por parte del Estado, tanto más terrible que en el caso de Kowalski, se produjo diez años antes en su vida, en plena adolescencia, y el regreso no fue hacia la escuela sino hacia el cuartel. De este modo, la fatal prueba de maduración para Felipe Félix sería la guerra, a diferencia de Kowalski, que intenta probar su madurez ante el mundo mediante la escritura de una novela ‒engendrada, no obstante, “con la parte inferior”‒; el impulso vital y el impulso creativo aparecen aquí equiparados, razón por la cual parece estarle (felizmente) negada la consecución de esa esperada “novela notoria y chatamente madura” (Gombrowicz, 2001: 31). Dispuesto a escribir, su ímpetu se ve interrumpido por la llegada del profesor Pimko:
¡Ah, crear la forma propia! ¡Expresarse! ¡Expresar tanto lo que está en mí claro y maduro, como lo que todavía está turbio, fermentado! ¡Que mi forma nazca de mí, que no me sea hecha por nadie! ¡La excitación me empuja hacia el papel! Saco el papel del cajón y he ahí que empieza la mañana, el sol inunda el cuarto, la sirvienta trae café con leche, croissants, y yo, entre las formas relucientes y cinceladas, empiezo a escribir las primeras páginas de una obra, de mi propia obra, de una obra como yo, idéntica a mí, proveniente de mí; de una obra que me afirma soberanamente contra todo y contra todos, cuando de repente suena el timbre, la sirvienta abre la puerta y aparece en ella T. Pimko, doctor y profesor o, mejor dicho, maestro, un culto filólogo de Cracovia, pequeño, debilucho, calvo y con lentes, con pantalones rayados y chaqueta, uñas sobresalientes y amarillas, zapatos de gamuza amarillos.
¿Conocéis al profesor? ¿Al profesor? (37-38)
La entrada del profesor Pimko en la historia plantea un pliegue valiosísimo, que responde a una propuesta explícita de Gombrowicz: la escritura y la vida no tienen solución de continuidad (hecho que, desde el punto de vista del autor, distancia su propuesta de la de Borges –también él crítico con el nacionalismo y gran ironista, aunque con características propias y distintas–).1 Por este motivo, podemos hablar de la obra de Gombrowicz como un continuum, en el que las formas y los géneros literarios también son inestables, a tono con toda su propuesta, y los estatutos de ficción son puestos en cuestión; tal es el caso del Diario, sobre el que en reiteradas ocasiones el autor sostiene que cuanto más sincero se presenta, más falaz acaba siendo, por lo que él no pretende “sinceridad” con el suyo.
Estoy, amigos, muy contento de poder repartir mi trabajo entre la novela y el diario. En la novela me entrego como siempre al arte, canto para mí y para las Musas, cuidando solo de que la cuerda esté lo más tensa posible y el canto vibre. Pero en los tiempos de hoy la tarea del escritor no termina ahí porque a la palabra se le exige que sea instrumento de nuestro devenir en el mundo, algo íntimamente ligado a la vida y a la otra gente. (Gombrowicz, 1987: 163)
La aparición de Pimko, entonces, bifurca el relato: la escritura a la que se disponía Kowalski, en un primer nivel de ficción, se ve interrumpida; a su vez, la llegada de este personaje puede ser leída como el comienzo de esa novela que estaba dispuesto a iniciar sobre el papel que acababa de tomar de un cajón: la inverosimilitud del proceder de Pimko permite ser leída como una invención de Kowalski. A partir de este punto de inflexión comenzaría, por tanto, otra historia. Kowalski será raptado por Pimko –o bien, por la escritura, siguiendo esta hipótesis de lectura– y comenzará el aleccionamiento –y su contraparte: el uso de la sátira como antídoto de la Forma.2 La carga irónica que Gombrowicz vuelca de la mano de este personaje, el profesor Pimko, presenta el camino hacia la madurez en clave de farsa. Las intervenciones del profesor irán diluyendo uno a uno los lugares comunes de la formación de la conciencia nacional en la Polonia de la época, proceso que se verá reforzado de aquí en más por Gombrowicz a lo largo de su obra, de manera muy explícita en Trans-Atlántico (1953) en lo que respecta a la cuestión nacional.
No lo niego: Trans-Atlántico es, entre otras cosas, también una sátira, y también un intenso ajuste de cuentas…, no con una Polonia en particular, entendámonos, sino con aquella Polonia creada por las condiciones de su existencia histórica y por su dislocación en el mundo (o sea con la Polonia débil). Convengo también que Trans-Atlántico es una nave corsaria que contrabandea una fuerte carga de dinamita, con la intención de hacer saltar por el aire los sentimientos nacionalistas hasta hace poco vigentes entre nosotros. Es más, eso oculta en su interior una explícita propuesta que tiene que ver con aquel sentimiento: “superar la polonidad”. Aflojar esa relación que nos vuelve esclavos de Polonia (…) aunque sigamos siendo polacos, busquemos ser algo más amplio y superior al polaco (…) Le sugeriría lo mismo a las personas pertenecientes a otras naciones, ya que el problema se refiere no tanto a la relación entre un polaco y Polonia, sino entre un individuo y la nación a la que pertenece. (Gombrowicz, 2003: 8-9)
La escena de escritura, planteada tempranamente en Ferdydurke remite así al conjunto de la obra del autor, fundida con su actitud vital: épatant, su escritura vehiculiza y a la vez reflexiona sobre un modo de vida que no cesa de desinstalarse, tomando para sí, y de manera anticipada, una metodología propia de las vanguardias que, sin embargo, no se fosiliza nunca. El movimiento, la incomodidad y el extrañamiento se hacen carne en la materialidad lingüística que plantea su obra mediante una multiplicidad de recursos (neologismos, portmanteaux, juegos de palabras, el propio recurso de la ironía), llevados al extremo, como si de una mise en abyme se tratara, por la traducción de Ferdydurke, cuya leyenda constituye otro hito de la traducción rioplatense, que entra en serie con la famosa presentación de Borges de la última página del Ulysses para el sexto número de la revista Proa (Buenos Aires, 1925). En la cuestión de la traducción se ven implicadas no solo las problemáticas meramente lingüísticas sino culturales, que afectan de manera directa al desentrañamiento de la fuerte crítica que propone Gombrowicz ironía mediante, esto es, al desciframiento que exige al lector, como decíamos, una alta competencia:
Si captar una ironía en la comunicación oral no resulta difícil, puesto que, aparte de la gestualidad y entonación llamativas de nuestro interlocutor, lo más normal es que estemos perfectamente al corriente de sus ideas y opiniones, en la literatura la decodificación es mucho más problemática: el lector debe poner mucho de su parte para hacerse cómplice de alguien al que no conoce, que tal vez sea de otra época y otra cultura muy diferentes a la suya, y que ha confiado toda su posible intención irónica a la sola literalidad de su escrito. (Ballart, 1994: 428)
Gamerro recoge el guante –sabiéndolo o no: no cabe aquí afirmar que se trate de una alusión explícita, como sí ocurre en el intertexto con otros autores– lanzado por Gombrowicz en el prólogo a Trans-Atlántico. En Las Islas, un grupo de veteranos de Malvinas asiste a los cursos que ofrece la Asociación Virreinal Argentina, donde imparte sus clases el profesor Citatorio.
La Asociación Virreinal se fundó con el objetivo de restaurar las fronteras nacionales a los límites históricos del Virreinato del Río de la Plata (para lo cual propone, entre otras cosas, reconquistar Bolivia, Paraguay y Uruguay e invadir Chile y Brasil) pero decayó mucho en los últimos años, de bajo perfil épico, y para costear los gastos mínimos dan cursos de historia nacional, política nacional, folklore nacional, música nacional y cuanta disciplina pueda cargar con el adjetivo. Tienen un convenio con los ex combatientes mediante el cual les dan cursos gratis con certificado, y salvo yo todos los del grupo lo estaban tomando por tercera vez. (Gamerro, 1998: 50)
Antisemitismo, xenofobia y teorías conspirativas según las cuales israelíes y chilenos quisieron apropiarse de las Malvinas y la Patagonia para “fundar allí la Nueva Jerusalén” (55) le permiten a Citatorio afirmar, de paso, que en realidad Argentina ganó la guerra, ya que impidió este propósito. Como ocurre con Pimko, los alumnos se burlan abiertamente de la manía paranoica de este personaje, que asume todos los fantasmas agitados por el nacionalismo en Argentina en pos de una supuesta defensa de la integridad social. La metáfora biológica no deja de estar presente, ya no –como durante la última dictadura– señalando al marxismo como un cáncer a extirpar, sino en la satírica variante que ve en la cartografía demonios y figuraciones:
… si mirás el mapa de Chile realmente parece una serpiente. Mirá, la cola sería Tierra del Fuego. Pudo poner sus huevos en el Atlántico después de lo del Beagle. Y no me vas a negar que las Islas parecen dos huevos estrellados (…) La Argentina es una pija parada lista para procrear, y las Malvinas son sus pelotas. ¡Cuando las recuperemos volverá la fertilidad a nuestras tierras, y seremos una gran nación como soñaron nuestros próceres! (55-56)
Abordar la “cuestión Malvinas” es un asunto, quizás, de los más delicados en el cruce de la literatura con la historia reciente de Argentina. Salvo escasísimas excepciones, el lugar de confluencia en los distintos posicionamientos con respecto al conflicto en el Atlántico Sur, desde las más variadas posturas, coinciden en la consideración de que se trata de un “reclamo justo” de parte del Estado Argentino (Vitullo, 2012). En estos momentos ocupa, además, un lugar de relevancia en la agenda del gobierno nacional en lo relativo a cuestiones de política exterior. Por todo esto, las máscaras del humor funcionan como un modo de interponer distancia respecto de lo narrado para posibilitar una crítica corrosiva al suceso, ya desde la tempranísima propuesta de Fogwill (1983). Tanto para Pimko como para Citatorio, la sátira funciona como un antídoto ante ideas que, lejos de ser estrambóticas, siguen estando presentes en instituciones del Estado –y, desde ya, también en ámbitos privados–, como una herencia histórica de larguísima data, reforzada en cada uno de los golpes de Estado que han hilvanado la historia argentina de los últimos cien años. La ironía y el calco paródico permiten señalar el absurdo trágico de la muerte allí donde una referencia realista puede resultar insoportable. Ferdydurke, “novela de desaprendizaje”, es uno de los aportes centralísimos a la ruptura con el nacionalismo que, junto con Joyce y con Borges, se han hecho desde la periferia.
Citas
1 Tomo la idea de pliegue tal como la propone Carlos Gamerro en Ficciones barrocas (2010).
2 Utilizo la mayúscula tal y como lo hizo Gombrowicz, en ocasiones, para referirse a los modos del statu quo o de la cultura dominante.
Bibliografía
Ballart, Pere (1994). Eironeia. La figuración irónica en el discurso literario moderno. Barcelona: Quaderns Crema.
Borges, Jorge Luis (1925). “La última hoja del Ulises”, en Proa No 6. Págs. 8-9.
Fogwill, Rodolfo (1983). Los Pichy-cyegos. Visiones de una batalla subterránea. Buenos Aires: Ediciones de la Flor.
Gamerro, Carlos (1998). Las Islas. Buenos Aires: Simurg.
—– (2010). Ficciones barrocas. Una lectura de Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo,
Cortázar, Onetti y Felisberto Hernández. Buenos Aires: Eterna Cadencia.
Gombrowicz, Witold (1987). Peregrinaciones argentinas. Madrid: Alianza Editorial.
—– (1988). Diario 1. Madrid: Alianza Editorial.
—– (1989). Diario 2. Madrid: Alianza Editorial.
—– (1991). Testamento. Barcelona: Anagrama.
—– (2001). Ferdydurke. Barcelona: Seix Barral.
—– (2003). Trans-Atlántico. Barcelona: Seix Barral.
Kohan, Martín (1999). “El fin de una épica”, en Punto de vista No 6. Págs. 6-11.
Vitullo, Julieta (2012). Islas imaginadas. La Guerra de Malvinas en la literatura y el cine argentinos. Buenos Aires: Corregidor.
Para leer El fantasma de Gombrowicz recorre la Argentina completo, pasen por acá.