Postergar la muerte
Eduardo Berti escribe para La Nación una reseña del Curso de filosofía en seis horas y cuarto, a propósito de su publicación en castellano. El texto comenta la historia detrás del curso y traza una línea que va de Gombrowicz a los principios estéticos de Schopenhauer y la moral existencialista. Si existe un “hombre gombrowicziano”, dice Berti, y los lectores desean profundizarlo, nada más útil en este curso asombroso que todas las reflexiones dedicadas al “hombre existencialista” y su filosofía.
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Ya enfermo de muerte, entre el 27 de abril y el 25 de mayo de 1969, el escritor polaco Witold Gombrowicz da en su domicilio de Vence, al sur de Francia, un curso antiacadémico de filosofía a un auditorio reducido: su esposa Rita y el poeta Dominique de Roux, coautor de un libro de entrevistas a Gombrowicz publicado apenas un año antes. El curso es un invento del joven poeta no sólo para distraer del dolor al enfermo sino para hacerle olvidar sus coqueteos con la idea del suicidio. Como toda ayuda, el “profesor” Gombrowicz recurre a viejas anotaciones y a un puñado de libros que compró en la Argentina, durante su estadía de veinticuatro años. Entre esos libros se cuenta una edición de 1948 de las Lecciones preliminares de filosofía, de Manuel García Morente.
Publicado hace dos años en francés y ahora en castellano, el Curso de filosofía en seis horas y cuarto se reconstruye a partir de los apuntes que tomaron en clase Rita y De Roux, y que Gombrowicz no alcanzó a corregir. De allí algunas lagunas o frases incompletas que acaban por arrojar un Gombrowicz en carne viva y pensamiento puro, desprovisto nada menos que de su “forma”.
El interés de Gombrowicz por la filosofía puede rastrearse en los cursos sobre Heidegger que ofreció en Buenos Aires, en 1959, y, antes aún, en sus lecturas juveniles de Husserl y su muy apreciado Schopenhauer, del que rescata, sobre todo, la teoría artística del juego de fuerzas. “¿Por qué nos encanta la fachada de una catedral mientras que un simple muro no nos interesa?”, indaga Gombrowicz. Porque la “voluntad de vivir de la materia” se expresa en la lucha entre “la pesadez y la resistencia”.
Para Gombrowicz la filosofía tiene “el valor supremo de organizar el mundo en una visión”. Y como la filosofía “no debe ser intelectual sino algo que arranque de nuestra sensibilidad”, su entusiasmo por Schopenhauer sin duda obedece a que las ideas de éste abrieron, en su tiempo, las puertas a la filosofía existencial. “Por primera vez”, dice Gombrowicz, “la filosofía toca la vida”. Y si hay una profunda diferencia entre la filosofía clásica y la existencia, entiende, es la oposición (otra vez el juego de fuerzas) entre lo concreto y lo abstracto. Lo abstracto, que en el mundo de Gombrowicz es la “forma” o lo inauténtico, versus lo concreto que es la “inmadurez”, lo vivo.
Críticos como Arthur Sandauer señalaron que los conceptos de “forma” o “madurez” y de “inmadurez” en Gombrowicz coinciden con el “ser” y la “existencia” de Sartre. El propio Gombrowicz dijo alguna vez que Sartre con El ser y la nada (1943) constituyó un “codificador de mis sentimientos”, y que su novela Ferdydurke (1937) es “existencial hasta la médula”. Así, las partes del curso dedicadas a Sartre o al existencialismo terminan siendo las reflexiones de un novelista sobre una visión del mundo que, a medida que se ahonda y comprende mejor, clarifica a la vez su propia obra.
En una entrevista de la que muchos sospechan que en verdad se trató de una “autoentrevista”, Gombrowicz se llama existencialista aunque en seguida hace la salvedad de que “quien se siente artista no es filósofo”. ¿Cuál es entonces el punto de contacto entre “las exploraciones caprichosas y ondulantes del arte” y el pensamiento disciplinado? La visión del hombre, responde Gombrowicz. El “hombre beethoveniano” tiene afinidades con el “hombre kantiano”, lo mismo que el de Platón con el de Balzac, el de Dostoievski con los positivistas o el de Goya con Schopenhauer. Si existe un “hombre gombrowicziano”, y los lectores desean profundizarlo, nada más útil en este curso asombroso que todas las reflexiones dedicadas al “hombre existencialista” y su filosofía.