Witold Gombrowicz y Jorge Luis Borges

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“Witold Gombrowicz y Jorge Luis Borges”

JCG WG

En “Witold Gombrowicz y Jorge Luis Borges”, Juan Carlos Gómez, amigo y discípulo de Gombrowicz y creador del club de los gombrowiczidas, contrapone las figuras de los dos autores y, de paso, refuta el parecido que Saer y Piglia les atribuían. Pueden leer el artículo por acá, o siguiendo el link: http://www.elortiba.org/pdf/Gomez_Gombrowicz_Borges.pdf

Todas las naciones tienen sus campeones en asuntos concernientes a la actividad de escribir, pero hay muy pocas que lleguen a tener un campeón de campeones. En la Argentina va resultando cada vez más claro que ese título se lo ha ganado con claridad el Asiriobabilónico Metafísico a pesar de todos los esfuerzos que hizo Gombrowicz para que esto no ocurriera.
Es más fácil deducir la relación que existía entre estos dos hombre de letras tan insignes del aspecto de sus propias familias que de su conocimiento mutuo. Como se ignoraron olímpicamente durante toda su vida sus relacione se poblaron de anécdotas más o menos llamativas. La de “Maten a Borges”, una exclamación que Gombrowicz habría pronunciado a bordo del Federico Costa cuando se iba de la Argentina, es totalmente falsa y de autor anónimo.
La de “¡Aquí Gombrowicz!”, en cambio, es una historia verdadera y su autor es el Esperpento.
“Una noche salíamos de la confitería Rex y nos cruzamos con Borges, que venía en dirección opuesta. Yo se lo señalé, y entonces Gombrowicz, que alcanzó a verlo de espaldas, cuando ya estaba a algunos metros de distancia, gritó apretando el índice contra el pecho: ‘¡Aquí Gombrowicz!’. Borges pareció titubear, confundido, trastabilló, y sin volverse siguió caminando con su paso algo vacilante. Por ese entonces Gombrowicz no había leído los escritos de Borges (…)”
“Más tarde, ya en Europa se sintió fascinado por algunos textos, en especial “La muerte y la brújula”. Recientemente, el escritor Juan José Saer ha trazado un paralelo notable entre Borges y Gombrowicz, sobre todo en cuanto a la posición distante y comprometida que ambos mantuvieron frente a la cultura nacional, polaca y argentina respectivamente.
La declaración del Vate Marxista de que Gombrowicz era el mejor escritor argentino del siglo XX se había vuelto famosa. En efecto, el Filósofo Payador, autor del notable paralelo al que se refiere el Esperpento, dice que esta afirmación no era tan descabellada como pudiera parecer a primera vista, y esto por varias razones: por los temas de la inmadurez y de lo inacabado, porque buena parte de la literatura argentina ha sido escrita por extranjeros en idiomas extranjeros, y porque la mirada de Gombrowicz no era sólo la mirada de un artista sino también la de un político. Por las mismas razones que el Vate Marxista considera a “Transatlántico” una de sus obras maestras.
“La evolución de su literatura es inseparable de su experiencia argentina, y esa experiencia penetra y modela la mayor parte de su obra, que sin ella se volvería incomprensible”
Esta exageración del Filósofo Payador es la conclusión que saca de la perspectiva con la que Gombrowicz examina el mundo, que le parece igual al modo que tiene la cultura argentina de relacionarse con Occidente. Y agrega que si bien la perspectiva exterior de Gombrowicz puede ser una consecuencia de su búsqueda de originalidad, es también el resultado del destierro argentino.
Estos dos hombres no sólo eran diferentes sino que, además, querían ser diferentes, pero por aquello de que sólo pueden ser diferentes las cosas que son parecidas, el Filósofo Payador sale a buscar las semejanzas que tienen estos dos escritores. Gombrowicz afirma que el Asiriobabilónico Metafísico es europeizante y se ocupa de literatura, y que él, en cambio, no es europeizante y se ocupa de la vida.
El Filósofo Payador intenta desmontar una buena parte de esta reflexión afirmando que Gombrowicz tenía la costumbre de preguntar si había personas inteligentes cuando llegaba a las ciudades del interior argentino, de lo que concluye que era más partidario de la inteligencia que del vitalismo.
Los encuentra parecidos en: el esnobismo aristocratizante, uno, con los antepasados militares y los orígenes ingleses, otro, con las pretensiones nobiliarias y las manías genealógicas; en la atracción por lo bajo, uno, con el culto al coraje y a los matones de comité, otro, con la atracción por Retiro y la inmadurez. Para qué seguir, cuanto más parecidos de esta naturaleza se encuentren más diferentes resultarán estos dos demonios. Si la caldera del diablo existiera es seguro que Borges y Gombrowicz estarían ahí burlándose de nosotros.
Borges dice que a Gombrowicz lo vio una sola vez, que le pareció un histrión, que vivía modestamente en una pieza sucia que compartía con otras personas, que se declaró conde porque siendo los condes de una naturaleza muy sucia no podían pedirle que limpiara la pieza, que a Mastronardi tuvieron que prohibirle mencionar su nombre porque se pasaba todo el día hablando de él, que no lo había leído, que cuando empezó a leer “Ferdydurke” a los diez minutos le vinieron ganas de leer otros libros, que lo conocía bastante bien, que eran amigos, que hablaban de la metáfora, la novela, la poesía, la rima, que Gombrowicz hablaba un español mediocre.
Gombrowicz dice que Borges escribía libros aburridos, que se había vuelto demasiado borgiano, que era un asiriobabilónico metafísico, retórico y rebuscado.
Que era un escritor estéril, que de tanto practicar la literatura sobre la literatura se había vuelto irreal, impotente frente al destino y de una imaginación retorcida, que no lo había leído porque tenía muy mala opinión sobre su obra, que era sopita aguada para literatos.
Son declaraciones diabólicas y, en algunos casos, contradictorias. Cualquier persona normal se hubiera dedicado a investigar a ver qué pasa con estos dos hombres, por qué tienen estas diferencias, pero los escritores argentinos no son personas normales porque no escriben para la gente sino para los escritores.
Borges y Gombrowicz entraron en las cabezas de los hombres de letras con un solo propósito diabólico: ¿a ver qué hacen ustedes ahora? Esas pobres cabezas empezaron a dar vueltas alrededor de estos dos demonios y sus pensamientos recalentaron hasta convertir sus cavilaciones en la caldera del diablo.
Y las personas ocupadas en la actividad de escribir sobre Gombrowicz y Borges comenzaron a padecer un conjunto de síntomas que en los handbooks de la medicina moderna se conoce como el síndrome de Procusto.
Procusto era un ladrón griego que asaltaba a los viajantes en los caminos. Después de desplumarlos por completo los acostaba en un lecho de hierro, el lecho de Procusto; a los que eran más largos que el lecho los mutilaba, y a los que eran más cortos los estiraba hasta descoyuntarlos, la cosa es que todas las víctimas huían del lecho con la misma medida.
Borges, cosmopolita y refinado, era un ornamento que no podía expresar ni a la juventud ni a la inferioridad. Pero lo que Gombrowicz en verdad le reprochaba era que no había sabido elaborar una actitud personal frente a la cultura de acuerdo a su propia realidad y a la realidad argentina.
La docilidad del arte argentino, su corrección, su aire de buen alumno, eran para él un testimonio de la impotencia ante el propio destino. Gombrowicz confrontaba esta buena educación con el origen de su propia inspiración –objetos a menudo poco importantes, ridículos y mediocres pero sagrados por la vehemencia con la que los consagraba su alma. ¿Qué podía conseguir Ferdydurke en este medio? Un libro que no podía complacer ni al grupo que estaba bajo el signo de Marx y del proletariado ni al que se alimentaba de los refinamientos europeos.
Lo que pierde al arte argentino, a juicio de Gombrowicz, es el deseo de mostrarse a la altura del mundo. Caen inevitablemente en Borges, el mayor prosista de la Argentina, un escritor que, aunque poco leído, es admirado en toda Sudamérica.
“Expreso mi opinión crítica…, para mi gusto esa metafísica fantástica es retorcida, estéril, aburrida y, en el fondo, poco original: –Es posible… Pero es el único escritor nuestro de alto nivel. Ha tenido muy buena prensa en París, ¿ha leído algo de ella? Sí, claro, es una lástima que no escriba de otra forma…, yo también preferiría verlo más vinculado a la vida y a la realidad, que fuese más de carne y hueso. Pero de todos modos es literatura”
Con cierta frecuencia Gombrowicz compara el mundo literario polaco con el argentino. La falta de originalidad que obliga a relacionarse con la realidad a través de una autoridad y de una cultura ajena más madura, también la sentía en Polonia, pero con menos fuerza.
Sin embargo, los argentinos tienen una ventaja sobre los polacos, con una historia de menos años, es decir, con menos pasado y, en consecuencia, con una literatura más joven y más pobre, tienen más sitio en la cabeza para dedicarlo al pensamiento y al arte universales. Los polacos, en cambio, están hasta la coronilla con sus tres poetas profetas cuyo estudio les ocupa casi todo el tiempo.
El argentino conoce pues más de la literatura y de la historia del mundo. En cuanto a la filosofía y al pensamiento contemporáneo reciente, Gombrowicz supone que tanto los literatos polacos como los argentinos en general no tienen ni la menor idea.
La Argentina, en el sentido intelectual y artístico, es casi una colonia francesa, lo reconocen los mismos argentinos.
Gombrowicz distingue entre el Borges hablado y el Borges escrito; el hablado era limitado, demasiado literario, superficial y poco inteligente, pero el Borges escritor era perspicaz tanto en el espíritu como en el alma. Esta divergencia entre los dos Borges tenía que ver con su ceguera. La ceguera le había permitido una intensa concentración interior que aparece en sus obras artísticas, algunas de ellas de un gran valor. En su ceguera Borges se había vuelto cada vez más profundo, y en su trato con el mundo exterior, cada vez más superficial.
“Borges y yo somos polos opuestos. Él se halla enraizado en la literatura, yo en la vida. A decir verdad, yo soy antiliterario (…) Lo que decía no me parecía de la mejor calidad; era demasiado limitado, demasiado literario, paradojas, frases ingeniosas, sutilezas, en una palabra, el género que más detesto (…)”
“El Borges hablado, ese Borges de conversaciones, de conferencias, de entrevistas, y también de los ensayos y las críticas, siempre me ha parecido pobre, y más bien superficial. En la Argentina me citaban a menudo como excelentes las frases ingeniosas de Borges. Pues bien, siempre sufría una decepción. Aquello sólo era literatura, y ni siquiera de la mejor (…)”
“¿Quién demonios es, en comparación con las montañas de revelaciones sartrianas, un Borges argentino, sopita aguada para literatos?”
El interrogante principal que hostiga sin cesar la curiosidad de los hombres de letras hispanohablantes respecto a Borges y a Gombrowicz sigue siendo siempre el mismo: determinar la cantidad de las veces que Gombrowicz se encontró con Borges.
Hay que decir no obstante, a pesar de todos los cuentos que se han armado sobre los encuentros entre estos personajes, que por lo menos una de esas veces está registrada. La cena en la casa de Bioy Casares que menciona Gombrowicz en los diarios y Bioy en un reportaje, se volvió famosa sin ningún motivo. Quizás, lo único destacable, a más de la presencia de Gombrowicz y de Borges invitados a la misma cena, fueron los tangos que escucharon antes de sentarse a la mesa y el accidente que sufrió Silvina Ocampo. En efecto, a Silvina se le cayó la fuente cuando la llevaba de la cocina al comedor con un gran estruendo. El único que se dio por enterado fue Gombrowicz que corrió a ver lo que pasaba. La vio a la pobre Silvina con la cabeza entre las manos y le dijo que no se preocupara, que recogiera todo y lo sirviera como si no hubiese pasado nada. Silvina le pidió que guardara el secreto, durante la comida Gombrowicz le echaba miradas cómplices cuando los demás decían que la comida estaba muy buena.
Un Gombrowicz de veintitrés años en Polonia y un Asiriobabilónico Metafísico de una edad parecida en la Argentina no sabían nada todavía del duelo que mantendrían muchos años después en un lugar preciso del universo en el que González Lanuza pone los puntos sobre las íes.
“Una de sus fobias de entonces era Borges, que acababa de recibir el premio Formentor, poco después adjudicado al propio Gombrowicz, y como conocía mi admiración por su obra, procuraba estimular mi indolencia polémica con sus ataques ingeniosamente malévolos de divertida arbitrariedad. De pronto se me hizo sospechosa cierta actitud reticente que en vano trataba de ocultar lo ya inocultable: –Gombrowicz –le dije– ¿Usted ha leído a Borges?; –Naturalmente que no –respondió imperturbable– ni pienso, con la pobre opinión que tengo sobre su obra… Nunca he oído dicterio más borgiano contra Borges, cosa nada extraña, pues en materia de arbitrariedad es más lo que les asemeja que lo que les diferencia entre sí”
La razón por la que Gombrowicz haya sido tan mal recibido por el Asiriobabilónico no es demasiado comprensible. Si bien es cierto que era algo arrogante e histrión se encontraba en una situación marcadamente inferior, era un extranjero sin prestigio ni fortuna, un hombre cuya patria y familia habían sido destrozadas, que podía haberle despertado un sentimiento protector como se lo había despertado a Manuel Gálvez y a Arturo Capdevila, pero lo despreció desde un principio.
El Asiriobabilónico y el Dandy eran joviales y sarcásticos pero en el caso de Gombrowicz, un hombre en un completo estado de inferioridad, debieron haber atenuado la mordacidad que utilizaban con los otros integrantes del gremio, pero no lo hicieron.